El viernes en la noche, mientras sus representantes participaban en el diálogo, los docentes aguardaban en la plaza San Martín. (Foto: USI)
El viernes en la noche, mientras sus representantes participaban en el diálogo, los docentes aguardaban en la plaza San Martín. (Foto: USI)
Gonzalo Carranza

Cuán difícil es pedir paciencia en un país donde se suman las urgencias económicas con la virulencia política. Y, sin embargo, cuán necesaria se hace para no terminar descarrilando reformas imprescindibles.

Hemos visto tres de estos casos la semana pasada. El más notorio es la huelga de maestros. La protesta está marcada por la influencia de extremistas y por los conflictos alrededor de la representatividad sindical (y sus arcas), pero eso no quita que miles de maestros sientan urgencia por mejorar sus ingresos.

Sin embargo, los sueldos de los maestros y la importancia de la educación en el presupuesto público tuvieron una mejora sustancial en el gobierno anterior, como han probado con estadísticas contundentes los economistas Hugo Ñopo y Diego Macera. Mientras la presión tributaria no crezca y la economía no se dinamice, los aumentos presupuestales estarán muy lejos de los pedidos más ambiciosos de los huelguistas.

Otro caso ha sido el de la reconstrucción con cambios. En las provincias afectadas, es notoria la urgencia por ver emerger de nuevo viviendas, pistas, puentes, escuelas y hospitales. Sin embargo, hace menos de cuatro meses, se gestó un consenso para hacer una reconstrucción ordenada y que no repitiera la situaciones de riesgo que coadyuvaron a la catástrofe que fue El Niño costero, así ello tomara un tiempo para medir la magnitud de los daños y establecer prioridades y mecanismos de acción. Dicho consenso incluyó los votos de Fuerza Popular a favor de una ley que establecía la necesidad de un plan y los tiempos para elaborarlo.

Sin embargo, Keiko Fujimori, dijo en el video que colgó en Facebook el viernes que los afectados esperaban “obras concretas” y no “diagnósticos y planes”. Un mensaje poco oportuno justo cuando el Gobierno presentaba -antes de lo previsto por ley- el plan para reconstruir lo dañado por El Niño costero.

Finalmente, la impaciencia también cunde en el Ejecutivo en cuanto a una de sus reformas más complejas: la de Pro Inversión. La semana pasada surgió desde lo más alto del Gobierno la versión de que los días de Álvaro Quijandría al frente de la institución estaban contados. El argumento para su salida: faltaban adjudicaciones y anuncios, y estos eran necesarios para reactivar la economía.

Pero no se le puede sumar a la agencia —tan criticada por su desempeño en los últimos años— la carga de acompañar la política contracíclica y de mejorar las expectativas empresariales, mientras a la vez trata de concretar un cambio radical en su organización y forma de trabajar. El Ejecutivo, que tanta paciencia necesita en otros frentes, también debería recuperarla dentro de sus propias filas.

Lea más noticias de Economía en...