"Mientras gran parte del empleo en el Perú sea en empresas informales, o mientras muchas mujeres decidan abandonar el mercado laboral, el impacto de una mejor educación sobre el crecimiento será limitado". (Foto: El Comercio)
"Mientras gran parte del empleo en el Perú sea en empresas informales, o mientras muchas mujeres decidan abandonar el mercado laboral, el impacto de una mejor educación sobre el crecimiento será limitado". (Foto: El Comercio)
Redacción EC

La reciente huelga de maestros y la cuestión de confianza planteada para defender la política educativa del gobierno han puesto a la en el centro del debate político. Esto desde luego es positivo, pero requiere que se clarifiquen dos aspectos fundamentales que parecen estarse perdiendo de vista.

Primero, es un error plantear la reforma de la educación únicamente en términos de gasto como porcentaje del PBI (o del presupuesto público). El nivel de gasto en educación, aunque importante, es difícilmente una bala de plata: Entre los diez países con mayor gasto en educación como porcentaje del PBI se encuentran algunos con altos logros educativo, como Dinamarca e Islandia, pero también otros que se encuentran rezagados, como Lesotho, Djibouti y Ghana.

Es claro, entonces, que no solo es necesario gastar en educación, sino también gastar bien. Un ejemplo evidente, desde luego, es la evaluación de los maestros que recientemente ha sido objeto de cuestionamientos sin asidero, pero también lo es la priorización del gasto entre infraestructura, materiales educativos y planillas. En el Perú existe un énfasis exagerado sobre el gasto en educación como porcentaje del PBI, y la atención que la clase política presta a la ejecución presupuestal (en desmedro de la calidad del gasto) le hace un flaco favor al país.

Segundo, toda política educativa es incompleta si no se articulan políticas públicas que se aseguren de que el alumno tenga oportunidades una vez que termina la escuela. Sin un mercado laboral capaz de sacar provecho a una fuerza de trabajo mejor educada, cualquier inversión en mejorar la educación tendrá retornos decepcionantes. Por lo tanto, medidas enfocadas en la inserción laboral de los jóvenes, así como una mayor incorporación de las mujeres a la fuerza laboral, deben ser parte central de este debate.

Mientras gran parte del empleo en el Perú sea en empresas informales, o mientras muchas mujeres decidan abandonar el mercado laboral, el impacto de una mejor educación sobre el crecimiento será limitado. La reforma educativa que viene emprendiendo el gobierno, aunque a tropezones, es solo la mitad de la revolución social que el presidente prometió al asumir su mandato. La otra parte corresponde a una reforma laboral, que por ahora sigue sin materializarse.

Tanto la calidad del gasto como su complementariedad con una política laboral efectiva son fundamentales para que la inversión en educación genere mayor prosperidad para los peruanos. Sin embargo, también es importante que la misma no sea reducida únicamente a su impacto sobre la economía. Una educación de calidad es positiva en sí misma y no existe solamente en función de su efecto sobre el crecimiento del PBI, pues el acceso al conocimiento permite vivir una vida más plena y tolerante. Y si algo ha demostrado la reciente crisis política es que el Perú necesita mayor tolerancia.

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