Agatha Christie y el misterio de las diez obras perdidas
Agatha Christie y el misterio de las diez obras perdidas
Alessandra Miyagi

Por Alessandra Miyagi

Siempre fue de carácter introvertido y tenía dificultad para expresar sus emociones. Dado que hasta los 12 años fue educada en casa, pasó gran parte de su infancia aislada de otros niños, acompañada ocasionalmente por sus hermanos mayores. No es extraño que desde pequeña desarrollara una avidez por la lectura. Pasaba largas horas absorta en libros infantiles, pero no fue sino hasta que leyó a Wilkie Collins y los primeros relatos de Conan Doyle, que Agatha Christie se dejó seducir por la novela policial, género que cultivaría incansablemente hasta el final de sus días. 
      Aunque siempre mostró inclinación por las artes, nunca se imaginó que el reto infantil lanzado por su hermana, “cualquier cosa a que no puedes hacer un buen relato de detectives”, se convertiría, años más tarde, en El misterioso caso de Styles (1920), su primera novela policial. Y a pesar de que esta fue rechazada por seis editoriales —consiguió ser publicada recién cinco años más tarde— y pasó inadvertida por la crítica, fue la que dio inicio a una larga carrera de éxitos. Es aquí donde aparece por primera vez su más entrañable personaje: el detective belga Hércules Poirot —protagonista de 33 novelas, una obra de teatro y más de 50 relatos cortos—, el único personaje de ficción a quien se le dedicó un obituario a página completa en The New York Times, cuando tras 55 años de investigaciones, su creadora, harta de su “influencia egocéntrica”, decidió que era hora de hacer que su corazón reventara. Y así sucedió: hacia el final de Telón, publicada en 1975, las aventuras de Poirot llegaron a su fin, solo tres meses antes que el corazón de la propia Christie dejara de latir. 
     Sin embargo, a 125 años de su nacimiento y casi 40 de su muerte, la mítica reina del crimen está de vuelta para agregar diez títulos más a su ya inmensa obra.

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Recientemente, el productor teatral Julius Green hizo un descubrimiento que ilumina una de las facetas menos estudiadas de Agatha Christie: su producción dramática. Convertido en un Poirot de carne y hueso, Green se dedicó a hurgar en los archivos privados de la escritora, resguardados en los almacenes de la familia y en la Shubert Organization, la productora teatral más antigua de los Estados Unidos, con el fin de recopilar información para su libro Curtain Up: Agatha Christie. A Life In The Theatre, publicado este 10 de setiembre en el Reino Unido. Green exhumó cartas de familiares y amigos nunca antes publicadas y diez piezas dramáticas inéditas que permanecieron en el olvido por más de 40 años.
     Como era de esperarse, estos manuscritos —cinco de los cuales son de larga duración, mientras que los otros son solo de un acto— poseen un corte policial. “Subieron una caja del sótano y no tenían ni idea de lo que era”, comentó Green. Entre los tesoros que escondía dicha caja, se encontró la obra 
Someone at the Window (1934), donde Christie echa mano del humor y la sátira para retratar las miserias de la Gran Bretaña de entreguerras; The Lie, un lúgubre drama doméstico que data de mediados de 1928, 
cuando el matrimonio con su primer esposo, Archibald Christie, se desmoronaba sin remedio; y una adaptación de 1945 de su propia novela Hacia cero (1944), la cual no debe ser confundida con la adaptación hecha en 1956 por Gerald Verner. Según Green, la versión de Christie presenta una mayor calidad: “La 
caracterización de los personajes es mucho más fuerte y mucho más fiel al espíritu de la novela original”. No obstante, esta nunca llegó a ser presentada; pues, como consta en una de las cartas halladas enviada por el productor Lee Shubert, “El clímax llegaba demasiado pronto y la situación final no era verosímil”. Motivo por el cual le pidió a Christie que reescribiera la adaptación, cosa que ella nunca hizo, condenando su obra al olvido. 
     El descubrimiento de Green —para quien “es extraño que, hasta ahora, todos sus biógrafos prácticamente hayan ignorado la faceta teatral de la autora”, considerando que se conocían ya 20 piezas— nos permite no solo leer el canon más completo de la producción dramática de Christie, sino quizá empezar a verla bajo una luz diferente, pues, como él mismo afirma, “investigando sus escritos se puede ver cómo se tomaba la creación de novelas como un trabajo del día a día, pero la realización creativa la encontraba escribiendo obras de teatro”. 
        
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Agatha Christie es la autora de una descomunal obra que incluye —además de 66 novelas policiales— 153 relatos cortos, seis novelas románticas que escribió bajo el seudónimo de Mary Westmacott, dos libros autobiográficos, uno infantil, cuatro radionovelas, dos poemarios y 20 obras de teatro (a las que se suman las diez halladas). Su obra es tan vasta que para lograr abarcarla sería necesario leer un título al mes durante siete años. 
     El "Libro Guinness de los récords" la reconoció como la novelista con más ventas de todos los tiempos —más de dos mil millones de ejemplares a la fecha—, solo por debajo de Shakespeare y la Biblia; dentro de su obra, Diez negritos (1939) es la novela de misterio más vendida de la historia —diez millones de copias—; según el Index Translationum, es la autora más traducida —con ediciones en al menos 103 idiomas—; El asesinato de Roger Ackroyd (1926), libro que la lanzó al estrellato, fue votada en el 2013 como la mejor novela de crimen de todos los tiempos por la Asociación de Escritores de Crimen; La ratonera (1952), su drama más famoso, ha sido montado más de 25.000 veces, lo que la convierte en la obra de teatro que más tiempo ha permanecido en escena. Además, la Asociación de Escritores de Misterio le otorgó el primer Grand Master Award, y la reina Isabel II la nombró Dama Comendadora de la Orden del Imperio Británico en 1971. 
     Sin embargo, a pesar de su innegable popularidad, de ser considerada por muchos como la maestra del suspenso, de todos los honores recibidos y de haberse convertido en un monstruo lucrativo (Agatha Christie Ltd. factura más de 3,5 millones de euros anuales por concepto de regalías), Agatha Christie fue siempre relegada a un espacio marginal de las letras, incluso se consideró su obra como subliteratura. Importantes autores y críticos como Raymond Chandler y 
     Edmund Wilson desmerecieron su trabajo, calificándolo como sensiblero, banal, repetitivo y hasta ilegible, debido a que todas sus novelas se estructuran a partir del esquema del whodunit, un subgénero de la narrativa policial cuyo foco está puesto en el descubrimiento del criminal. Incluso, unidos por la propuesta de la cadena de televisión Drama, un equipo de investigadores de las universidades de Exeter y Queen’s de Belfast detectó una serie de patrones en sus historias, y descubrió una fórmula matemática para determinar la identidad del asesino.
      Si bien estas críticas tienen fundamento hasta cierto punto, Christie cuenta con otras virtudes que la hacen una autora nada desdeñable: su prosa es clara y fácil de leer, es la arquitecta de ingeniosas y elaboradas tramas preparadas minuciosamente, e invita al lector a resolver los casos antes de acabar de leer la historia, ofreciéndole toda la información necesaria. Sus libros son, en suma, una fuente eficaz de entretenimiento e iniciación en la lectura, un lugar de paso obligado para los interesados en la novela policial, hacia modelos más crudos y menos cándidos. 

Los secretos  de una dama
Pero los misterios y crímenes que gravitan en torno a esta prolífica autora no se limitan a la seguridad de las páginas de sus libros. En más de una ocasión, sus minuciosas descripciones de los síntomas que presentaban sus personajes que morían víctimas de envenenamiento —gracias a los años que pasó como enfermera, Christie contaba con un amplio conocimiento de toxicología— ayudaron a salvar la vida de personas reales. Sin embargo, también se alza la sombra de una serie de crímenes que parecen haber sido inspirados por sus relatos: en 1979, North Carolina fue el escenario de un espeluznante asesinato que seguía fielmente la historia de Un crimen dormido (1976);dos años más tarde, un homicidio muy similar al perpetrado en Asesinato en el Orient Express (1934) tuvo lugar en el oeste de Alemania; se tiene registro también de dos homicidios y un intento frustrado cometido por un adolescente en 1962, quien envenenó a su padre, a su hermana y a un compañero de clases siguiendo las pautas de El misterio de Pale Horse (1961). 
     Pero hay un misterio que aún no encuentra solución. Por casi 90 años, un thriller de la vida real ha desconcertado a los miembros de la policía y a la legión de seguidores de la escritora. La noche del 3 de diciembre de 1926, tras una discusión con su entonces esposo, Archibald, quien le pidiera el divorcio y le confesara el affaire que mantenía con una mujer llamada Nancy Neele, Agatha Christie desapareció de su hogar en Berkshire. Dejó tras de sí a su única hija, Rosalind, de siete años, y una nota dirigida a su secretaria, donde le informaba que pasaría unos días en Yorkshire. Desde entonces, nadie supo más de ella. Su auto, junto con su permiso de conducir caducado y un atado de ropa, fueron encontrados más tarde cerca de un lago de la ciudad de Guildford. El incidente causó gran conmoción entre sus admiradores y atrajo la atención de la prensa internacional —la noticia salió publicada en la primera plana de The New York Times—, quienes no tardaron en especular las más disímiles y novelescas hipótesis. Muchos pensaron que la autora se había suicidado o que se había ahogado en el lago; otros, más suspicaces, creyeron que se trataba de una truculenta estrategia publicitaria; algunos, incluso, llegaron a sugerir que su desaparición se debía a un homicidio perpetrado por Archibald, el marido infiel, ansioso por eliminar el obstáculo que se interponía entre él y su amante.
    
Se desplegó una colosal búsqueda donde intervinieron alrededor de mil agentes de la policía y más de 15.000 voluntarios quienes se movilizaron para hallarla viva o muerta; varios aviones inspeccionaron cada rincón de la zona; un diario ofreció 100 libras como recompensa a quien aportara cualquier información acerca de su paradero. Tanto revuelo causó su desaparición que el entonces ministro del Interior se encargó de presionar a la Policía para lograr mayores progresos. Pero nada daba resultado. Parecía ser un caso para el detective Poirot o para el aun mayor Sherlock Holmes, y aunque este no pudo franquear las tapas de los libros, llegó en su lugar el mismísimo Arthur Conan Doyle, quien, instado por su fascinación ocultista, contrató a una médium a quien le dio uno de los guantes de Christie para que la localizara psíquicamente. 
    
Finalmente, al cabo de 11 días de esfuerzos inútiles, Christie fue encontrada en un hotel de la ciudad de Harrogate, donde se había registrado con el nombre de Teresa Neele —el apellido de la amante de su marido—. Lejos de disipar el misterio, su hallazgo despertó más dudas y suspicacias, pues la autora no pudo explicar cómo había llegado al hotel, y ni siquiera fue capaz de reconocer a su esposo cuando este fue a su encuentro. Debido a este aparente cuadro de amnesia, Christie recibió tratamiento psiquiátrico y su conducta fue diagnosticada como “fuga psicogénica”. Sin embargo, la escritora nunca declaró al respecto y, hasta el día de hoy, no se sabe con certeza si realmente su desaparición fue producto de un desorden del estado anímico o una artimaña que se salió de control. 

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