El barrio y el mar
El barrio y el mar
Jorge Paredes Laos

Anclada a tierra firme por tan solo tres cuadras, La Punta es una especie de isla en el mapa limeño. Un pedacito de ciudad rodeado de mar. Una pequeña península —mide apenas 0,75 kilómetros cuadrados—, silenciosa, limpia y ordenada, ubicada en el último recodo del Callao. Ahí está su fortaleza y debilidad. En esta comunión con el mar radica su riqueza, vinculada al ecosistema de la isla San Lorenzo, pero también su inexorable destino: es vulnerable a sismos y tsunamis.
     No toma más de media hora rodear sus malecones a pie y constatar ese ambiente familiar, de comunidad y pueblo, que se respira en sus calles. De gente que se detiene a conversar en el malecón o que recibe a los visitantes en sus luminosas casonas que se abren hospitalarias como enormes cajas decoradas con muebles, lámparas, cuadros, pinturas y espejos de pan de oro, recuerdos de tiempos de esplendor que los punteños atesoran tanto como su propia identidad.
     Este martes 6 de octubre este distrito celebrará un siglo de creación, pero su historia se pierde en el tiempo de los antiguos pescadores prehispánicos que se establecieron en tambos y se nutrieron de sus fabulosos conchales y recursos marítimos. “La Punta es la comunidad viva más cercana al santuario prehispánico de San Lorenzo, y de alguna manera somos los custodios de ese espacio marítimo”, dice la antropóloga María del Pilar Fortunic, en la espaciosa sala de su casa, en la avenida Grau. Ella cree que esos lazos que comunican el pasado con el presente le otorgan una identidad especial al balneario. “Somos un ayllu moderno —agrega—, una familia grande identificada con este lugar que es como si fuera nuestro antepasado simbólico”. 

***
Ya en 1716 el viajero francés Amadeo Frezier se refirió a este lugar como “la punta del Callao” en su libro "Relación del viaje por el Mar del Sur". Sin embargo, el balneario recién comenzó a cobrar importancia entrada la República, con la creación de los baños y la extensión del ferrocarril en el gobierno de Remigio Morales Bermúdez, en 1894. Con la reconstrucción nacional luego de la guerra con Chile, se inició el auge de La Punta. En 1910 el sabio Pedro Paulet, en su"Directorio Anual del Perú", mencionó que estaba formada por dos calles principales, dos calles secundarias y una plaza con elegantes hoteles y ranchos. Se refería, probablemente, al Gran Hotel, al hotel Edén y al Bristol; mientras que los ranchos eran de las primeras familias adineradas que comenzaban a llegar durante el verano, atraídas por las playas y el buen clima. 
     Así lo recuerda Santiago Parodi, dos veces alcalde de La Punta y memoria viva del distrito: “Entre 1912 y 1913 algunas personalidades lideradas por don Agustín 
Tovar buscaron convertir este lugar en distrito. Entre ellos estaban los señores Ramón Valle Riestra, Carlos Arenas y Loayza, Ventura Martínez, Claudio Wiese y Aquiles Calcovich. Este movimiento fue apoyado por el senador Antonio Miró Quesada de la Guerra y coincidió con la llegada del presidente José Pardo y Barreda, quien se instaló en el malecón, buscando una cura para el asma de su hijo mayor”. Por eso cuando el 6 de octubre de 1915 le alcanzaron el proyecto de ley para convertir La Punta en distrito, el presidente no dudó y lo firmó de inmediato. 
     El primer alcalde sería el marino Ramón Valle Riestra Zela, un héroe que había combatido, como lo reseña el historiador y marino Pierre Laguerre, en la escuadra peruano-chilena en el combate  de Abtao, a bordo de la corbeta Unión y bajo las órdenes de Miguel Grau, durante la última guerra contra España, en 1866. Valle Riestra iniciaría la extensa relación de La Punta con la Marina, pues aquí se encuentran la Escuela Naval, la Dirección General de Educación de la Marina, la Escuela Superior de Guerra Naval y el Club Náutico. 

***
Si algo define a La Punta es la inmigración europea. Sobre todo la italiana, que fijó su residencia en el distrito desde las primeras décadas del siglo pasado. En el censo de 1931 se establecía que la población punteña estaba formada por 63 italianos, 6 franceses y 71 ingleses, aunque muchos de estos últimos solo estaban de paso. Eran trabajadores de la dársena del Callao. Con estos migrantes llegaron también las costumbres que han marcado épocas de esplendor en el distrito, como las fiestas de carnavales y los corsos de los años 50, 60 y 70; o esas coloridas mascaradas llamadas “noches venecianas”, en las que flotas de fantasía se hacían a la mar acompañadas por una comparsa de bailes que duraban hasta el amanecer. Este espíritu alegre es descrito por Pío Salazar Villarán, otro exalcalde, como el temple chalaco. “Ser chalaco es una actitud. El chalaco es franco, sincero, romántico, bohemio, religioso, leal”, dice. “Es casi como una nacionalidad”.
     “La Punta es como un buque grande que sale al mar”, opina la educadora Elva Zúñiga de Guerrini, quien vive aquí desde los años cuarenta. Ella extraña el antiguo esplendor de las casonas y se lamenta de que muchas de ellas hayan sido reemplazadas por edificios. 
     Desde el malecón Figueredo se pueden ver las decenas de embarcaciones suspendidas en ese mar calmado que se pierde en el pálido cielo de octubre. A pocos metros de ahí, la señora Carmen Negrete acaba de recitar orgullosa un poema que habla de playas de piedrecitas redondas protegidas por la figura milagrosa de Francisco de Solano. La eventualidad de una catástrofe ronda siempre la mente de los punteños. Pero ellos tienen una mística especial: “Nuestro amor al mar es más fuerte que nuestro miedo”, explica María del Pilar Fortunic. Así sea.

Contenido sugerido

Contenido GEC