Beatriz Suárez: Una reportera de primera
Beatriz Suárez: Una reportera de primera
Jorge Paredes Laos

Es una imagen desoladora. Beatriz Suárez Moncada la enseña no con orgullo sino con aprensión (“murieron seis personas”, murmura). La fotografía está en blanco y negro y registra el instante en que se incendia una combi de transporte público. El ligero desenfoque del lente advierte del apuro del fotógrafo y realza el dramatismo de la escena. El vehículo, o lo que queda de él, está volteado y el humo sale por todos lados como si estuviera a punto de explotar.  
     Suárez no sabía entonces que iba a ser reportera gráfica. Era alrededor de la una y treinta de la tarde de un día de verano en 1974, cuando ella regresaba con su familia a su casa en el Callao. Iba con su esposo, el periodista y escritor Nilo Espinoza, y sus tres hijos pequeños. Todos venían del mercado mayorista de La Parada, donde Beatriz había ido a entrenarse en su afición por la fotografía. Cuando estaban por la avenida Argentina, vieron que a lo lejos se alzaba una columna de humo negro. Entonces ella no lo pensó dos veces, se bajó del auto, corrió dos cuadras y disparó cuantas veces pudo con su cámara: la camioneta en llamas, los pasajeros heridos sacados a rastras, la confusión de un instante en que todo parecía ocurrir deprisa.
     Horas después, en la cocina de su casa —que Beatriz había convertido en cuarto de revelado— ya tenía las fotografías colgadas, secándose en un cordel. En una de ellas se veía a sí misma con su cámara. Por el apuro había tomado a un herido tras la luna de un auto y ella se había reflejado en la imagen. Esa noche, después de dejar las fotos en Panamericana Televisión, donde tenía algunos amigos periodistas, escuchó con sorpresa que el reportero Alberto Llanos se refirió a ella con la siguiente frase: “Ha nacido una reportera gráfica”.
     Al día siguiente las fotos del incendio salieron en la primera plana del diario 
"La Prensa". Beatriz cuenta que llegó a las oficinas del periódico, ubicadas en el Jirón de La Unión, y la recibió el editor Óscar Díaz Bravo. “La foto que han publicado es mía”, le dijo después del saludo. Luego de un breve y amistoso diálogo, este le aseguró que iban a pagarle y terminó dándole sus primeras comisiones. “No recuerdo cuánto me pagaron por esa foto —dice ella—, pero me alcanzó para comprar un chocolate Sublime. Fue suficiente para comenzar”.
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Beatriz Suárez está sentada en la sala de su casa en Limatambo. La acompaña Gabriel Espinoza, el segundo de sus hijos. Algunas de sus fotografías están enrolladas en la mesa del comedor. Han pasado más de 40 años desde esa primera foto que la lanzó al periodismo gráfico, y ella se alista para inaugurar una exposición que resume su carrera: más de un centenar de imágenes que tienen un gran valor testimonial. Son el registro de los años setenta y ochenta cuando ella pasó por las redacciones de "La Prensa", la revista "Equis-X" y el "Diario de Marka".
     Como sus fotos del incendio, su ingreso al periodismo fue también instantáneo. Para fines de febrero de 1974 ya era la primera reportera mujer que salía a la calle con una cámara —una rolleiflex— en la mano. “¿A qué has venido?, ¿vas a tomar fotos carné?”, cuenta que le decían. Y añade: “Yo volteaba para ver quién había sido, porque había cinco o seis fotógrafos, y todos se hacían los tontos. Nadie había dicho nada”. Pasó un año y medio antes que fuera aceptada en la Asociación de Reporteros Gráficos. Con el tiempo ya la engreían, la cuidaban para que no le pasara nada.  
     Unos meses después se encontró con Carlos “Chino” Domínguez, el legendario fotógrafo limeño. “Estoy pensando darle una cámara a la China”, le dijo él. Se refería a su esposa, Antonieta Gamarra. Beatriz la conoció y se hicieron amigas inseparables. Otra reportera gráfica de esos tiempos fue Carmen Barrantes.
     Por esa época Beatriz se hizo feminista, marchaba por las calles de Lima con otras mujeres que pedían la legalización del aborto y la erradicación de la violencia. Tenía miedo pero nunca se intimidó. Ni siquiera cuando los familiares de unos policías acusados de violar a una adolescente de 15 años en Ayacucho —Georgina Gamboa— casi la lanzan de uno de los balcones del Palacio de Justicia para evitar que les tomara fotografías. 
     “Mi mamá salía mucho y algunas veces me llevaba a mí a las comisiones”, narra Gabriel, quien estaba en el jardín cuando su madre debía cumplir su trabajo como reportera. “Me acuerdo haber estado en algunas marchas en la avenida Wilson, en la plaza Dos de Mayo. La gente se sorprendía de que hubiera un niño ahí, en medio de todo. Yo sabía que mi mamá estaba tomando fotos, peleando por tener un sitio en un lugar hasta entonces masculino”, dice.
     “¿No tenía miedo de que le pasara algo?”, le preguntamos a Beatriz. “Lo llevaba donde sabía que no había peligro”, responde ella con tranquilidad.
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     A inicios de los años ochenta, Suárez comenzó a trabajar en "El Caballo Rojo", la revista que dirigía el poeta Antonio Cisneros en el "Diario de Marka", uno de los espacios culturales más interesantes de ese momento. Estuvo cuatro años ahí. Conoció a escritores, músicos y artistas, y se dedicó a retratar a diversos personajes de la vida cultural limeña. “Toño era muy temperamental, pero conmigo fue condescendiente, tal vez porque siempre le traía las fotos que él quería”, recuerda ella. 
Cuenta que una vez lo encontró conversando con el también poeta Marco Martos y ambos le pidieron una foto sobre la soledad en Lima. Sorprendida, les pidió que le explicaran bien qué querían, pero ellos solo le dijeron ‘sabemos que tú puedes hacerlo’. Ella cuenta, divertida, que se fue a la calle, bajó los puentes de la Vía Expresa, y en uno de los paraderos encontró a una persona que estaba sola. “Tomé la foto y volví a la redacción. Después de una hora, los dos me dijeron en coro: ‘esa era la foto que queríamos’”.
     Las fotografías comienzan a extenderse sobre la mesa. Fotos de los maestros artesanos Jesús Urbano y Joaquín López Antay, del tiempo en que graficaba la columna “Crónicas de Cartón”, escrita en el diario "La Prensa por su esposo", Nilo Espinoza. Imágenes del siempre elegante César Calvo, del rostro adusto de Haya de la 
Torre, de la combi incendiándose. Luego pasamos a una habitación rodeada de libros para ver en la computadora el resto de las imágenes: las marchas feministas, las mujeres de Villa El Salvador, los políticos en la Asamblea Constituyente de 1979, la imponente figura de Ángela Ramos. Y entre todos los personajes parece destacar el retrato del historiador Alberto Flores Galindo. La mirada serena y transparente. Los lentes gruesos. La mano derecha en el mentón. “A través de esta fotografía uno puede saber cómo era física y espiritualmente Flores Galindo”, le comentamos. “Yo diría cómo es porque para mí él está vivo”, responde Beatriz. Y tal vez tiene razón porque solo la fotografía es capaz de hacer eterno el instante fugaz de la vida.

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