
De cara a la tranquila Plaza Francia, el restaurado Hospicio Bartolomé Manrique es el espacio ideal para acoger una de las colecciones públicas de arte más importantes de la ciudad. En lo que fuera un hospicio para niñas pobres y mujeres víctimas de las guerras civiles, se despliega hoy la colección formada a partir del legado de Ignacio Merino, el primer pintor académico peruano, quien al morir en París en 1876 dejó en su testamento 56 de sus obras más representativas al municipio limeño.
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Fundada el 29 de mayo de 1925 por el alcalde Pedro José Rada y Gamio, la Pinacoteca Municipal Ignacio Merino protege cerca de 300 pinturas que abarcan desde el periodo virreinal hasta la actualidad (la mitad de ellas en exposición), además de una notable colección de 248 acuarelas de Pancho Fierro.
Fue el pintor Daniel Hernández, su primer director, quien emprendió su catalogación inicial y depuración. Para aquel inventario, revisó y corrigió algunos títulos de los lienzos y publicó un fundamental catálogo. Además, tasó las primeras piezas de la colección en 85,680 libras peruanas, lo que representa entre 7 y 8 millones de dólares en dinero actual.
Superados los años en que parte de colección languidecía amontonada en los altos del palacio Municipal, cuando sus cuadros más importantes permanecían inaccesibles al público, hoy visitar la pinacoteca Ignacio Merino resulta una experiencia memorable. Como señala su director actual, José Alberto Christiansen, cien años después la colección sigue creciendo con el aporte privado, como muestra la reciente donación de 20 obras tempranas de Adolfo Winternitz por parte de la familia del artista, además de las adquisiciones fruto de sus concursos reactivados.
A la colección permanente se suman dos salas de exposiciones temporales, que hoy presentan una muestra dedicada a la devoción mariana, con piezas coloniales provenientes de iglesias, conventos y colecciones privadas. Las celebraciones por el centenario seguirán todo este año con ciclos de conferencias y la edición de un nuevo catálogo razonado de la colección.
Ciudad de Lima (1861)
Guillermo Tasset
Diez años le tomó al pintor francés representar esta visión de la capital, sin habitantes, una mañana de verano desde el Cerro San Cristóbal. De grandes dimensiones, la obra recibe al visitante a la pinacoteca, y le permite imaginar la configuracion urbana desde un diseño colonial entonces dominante.

Santa Rosa de Lima (1859)
Francisco Laso
Para su Santa Rosa, el pintor tacneño utilizó como modelo a su esposa, lo que fue polémico en su época. Sin embargo, el crítico Núñez Ureta lo defendió celebrando la extraordinaria precisión de los detalles, los rosas y dorados de su paleta, la seguridad y delizadeza de su dibujo y la elegante melancolía del personaje. Laso pinta a la santa en pleno milagro: en el Domingo de Ramos de 1617, triste por no haber conseguido la tradicional rama de olivo en la iglesia, es el Niño Jesús quien aparece para entregársela.

Varayoc de Chinchero (1925)
José Sabogal
Obras mayor del padre del indigenismo local, quizás este sea el cuadro que más llama la atención entre los visitantes a la pinacoteca. En contraste con las obras de colegas más académicos, su estilo da cuenta de una época de profundos cambios, y resultó en su momento un parteaguas para nuestra tradición plástica.

Retrato de la señora Luisa de Mesones (1883)
Daniel hernández
Recién llegado a Roma, Hernández se contacta con el señor Mesones, entonces embajador del Perú en Italia, y acuerda con él retratar a su bella esposa. Como señala José Alberto Christiansen, director de la pinacoteca municipal, algunos investigadores cuentan que entre el pintor y la modelo hubo cierto interés romántico, lo que demoró la fecha de entrega de la pintura. Décadas después, el pintor contactó a los hijos de la pareja para adquirir el cuadro y traerlo a Lima.
Más allá de la anécdota, se trata de una obra maestra, rica en preciosos detalles, como las gotas de rocío en el ramo de flores o el brillo de las joyas de la retratada. Es una de las obra que más visitantes atrae a la galería, y un cuadro icónico del pintor huancavelicano.

Habitante de las cordilleras del Perú (1855)
Francisco Laso
Esta austera composición se estructura a partir de la imagen de un indígena vestido con poncho negro y montera, que sostiene una vasija moche con la representación de un prisionero. Como señala la estudiosa Natalia Majluf, la obra es una compleja alegoría sobre la explotación indígena y, al mismo tiempo, una reivindicación del indio como la fuerza latente capaz de convertir al Perú en una nación moderna. Pintado y expuesto en los salones de París, en el Perú nadie leyó su evidente sentido simbólico.

Misa de la virreina (1920)
Teofilo castillo
Ana Francisca de Borja, la primera virreina del Perú se retira de la iglesia de San Agustín. De fuerte marca impresionista, en Castillo el color y la luz es determinante. La portada de la Iglesia se plasma mucho más alta que en la realidad para resaltar su majestuosidad barroca.
