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¡Cumpliste 75 años, Charlie Brown!
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Aunque haya cumplido 75 años de su primera publicación en Estados Unidos, para nosotros Charlie Brown siempre será ese niño ingenuo, altruista y ansioso que tercamente busca ternura y aceptación. El líder del peor equipo de béisbol del barrio, el tenaz volador de cometas, siempre incapaz de patear el balón de fútbol americano que Lucy le sujetaba. Es la entrañable imagen del sempiterno perdedor.
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“Peanuts” (conocida en nuestro medio como “Charlie Brown” o “Snoopy”) fue dibujada a lo largo de medio siglo por Charles M. Schulz, desde el 2 de octubre de 1950 hasta su muerte, el 12 de febrero del 2000. En los primeros tiempos, en la redacción del diario “St. Paul Pioneer Press”, donde comenzó, la historieta sorprendió a todos por su innovador carácter. Sin embargo, no faltó quien tachara la serie por ser “demasiado intelectual”. Buscando mejor ambiente, Schulz se trasladó a “The Saturday Evening Post”, donde “Charlie Brown” empezó a convocar públicos más amplios. Sin embargo, su lanzamiento definitivo en las filas de la poderosa United Features Syndicate la convirtió en la historieta más popular en el mundo, llegando en sus mejores momentos a ser publicada en más de 2.600 diarios, con una cobertura de 355 millones de lectores de 75 países y en 40 idiomas.

En 1953, Schulz decidió replantear la serie, depurar el dibujo y dar pase a nuevos personajes: Sally, la problemática hermana de Charlie; su fiel y mucho más realista amigo Linus; la vanidosa y malintencionada Lucy; el pianista Schroeder; Franklin, el afroamericano del grupo; y el sucio y, por lo mismo, solitario Pig Pen, siempre envuelto en una nube de polvo.
Se trata de una ‘kid strip’ magistral. La genialidad de su autor nacido en Mineápolis, en 1922, se basó en haber roto con el modelo de las historietas de travesuras infantiles de la época, y zambullirse en las angustias y neurosis adultas. No se trata de chiquiviejos que hurgan en el desamor, la soledad, el complejo de inferioridad o la depresión, sino niños que comparten aquellos sentimientos con una dosis de sabiduría y frescura.
Charlie Brown y su pandilla viven en un mundo simple y predecible, en la época en que lidiábamos con el largo tiempo libre de las tardes después del colegio, plasmado con un minimalismo virtuoso.
En efecto, a Schulz le bastaban unas simples líneas para crear el césped, la vereda, el dormitorio, la carpeta del salón de clases o el montecito desde donde Carlitos lanzaba su pelota de béisbol. Con esa misma aparente sencillez, el autor nos remitía a los momentos en que nos sentimos descolocados en la infancia. Desde un suburbio típico, Charlie Brown caricaturiza el mundo limitado que le pueden ofrecer los adultos a los niños.
Así, “Peanuts” resulta una historieta atemporal, capaz de acompañarnos en distintos momentos de nuestras vidas. Los comportamientos de sus personajes se proyectan en nuestros propios patrones de conducta: sentimos el mismo miedo al rechazo que, como Charlie Brown, nos hace apartar de los demás; nuestra búsqueda del éxito nos distancia del otro, como le sucede a Lucy; o dependemos de ciertas posesiones para mantenernos seguros, como le sucede a Linus con su mantita. Todos ellos nos recuerdan que la infancia no es una etapa sencilla. Es, más bien, el inicio de una vida de dilemas y decepciones que nos toca superar. Solo nos queda envidiar el hedonismo de Snoopy, despreocupadamente dormido sobre el techo rojo de su casita.
—El síndrome Carlitos—
Cuántos de nosotros nos hemos sentido identificados con la melancolía del pequeño Carlitos y su incapacidad de sentirse feliz del todo, convencidos de que algo malo va a suceder o acosados por la angustiante sensación de que no estamos haciendo lo suficiente. Ciertamente, Schulz supo ver este mecanismo de defensa emocional, y representarlo como uno de los malestares que definen la sensibilidad de la cultura contemporánea. Todos somos Charlie Brown: niños angustiados buscando comprensión y ternura.
Sin embargo, la mayor virtud de Carlitos es que, a pesar del fracaso, puede intentarlo una y otra vez: sube al montículo de bateo, intenta elevar su cometa y se prepara para patear la pelota, como un Sísifo infantil, aunque sepa que siempre fallará. He allí su rebeldía contra la tristeza.
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