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Disco eterno - 3
Francisco Melgar Wong

En una escena de la película "Alta fidelidad", el personaje interpretado por John Cusack, Rob Gordon, reorganiza su colección de discos después de que su novia lo deja. Dick, uno de los empleados en la tienda de Rob, llega a visitarlo y lo encuentra sentado en el piso de su departamento, rodeado de cientos de vinilos.
    —Veo que estás reorganizando tu colección. ¿Qué orden va a tener ahora? ¿Cronológico?
    —No.
    —¿Alfabético?
    —No.
    —¿Entonces…?
    —Va a ser autobiográfico.
    Esta escena resume, en segundos, la relación que miles de coleccionistas tienen con sus discos. En ella se replica el momento en que uno recorre los lomos y portadas que llenan las paredes de su casa, recordando el momento y el lugar en que compró cada álbum, el amigo que se lo regaló, o la tienda de segunda mano de la que salió con el vinilo elegido bajo el brazo.
    “Yo puedo ver mi propia historia musical cuando veo mi colección de discos”, dice Santiago Pillado-Matheu, periodista, melómano y cantante y baterista de la banda local El Hombre Misterioso. “Veo una historia que empieza con el punk, cuando todavía era chiquillo, que luego pasa por el rock clásico y el jazz, y que ahora ha vuelto de nuevo al punk y al protopunk”.
    Mientras converso con él sale a la luz el tema de nuestras portadas favoritas. Esta es una de las características más importantes de los discos de vinilo: sus tapas funcionan como pequeñas obras de arte pop al alcance de las masas. Cabe señalar que, en la actualidad, se hacen exposiciones de estas portadas como si se tratase de un arte totalmente independiente de la música que las inspiró. Hay imágenes icónicas, como la del primer álbum de Led Zeppelin, donde aparece una foto granulada del incendio del dirigible Hindenburg; o el "Abbey Road" de los Beatles, que muestra a los cuatro de Liverpool cruzando una calle; o la famosa portada del plátano de Velvet Underground, hecha por Andy Warhol.
    De acuerdo con los conocedores, la edad de oro de estas tapas coincide con el período de actividad de Hipgnosis, una agencia de diseño que funcionó en Londres entre 1968 y 1982. Entre su creaciones más conocidas están las de "The Dark Side of the Moon", de Pink Floyd; "Houses of the Holy", de Led Zeppelin; "Dirty Deeds Done Dirt Cheap", de AC/DC; "Never Say Die!", de Black Sabbath; y "Eye in the Sky", de The Alan Parsons Project. Estas y muchas otras hicieron que el atractivo de los álbumes de vinilo no se limitara únicamente a la música que cargaban consigo. 
    De hecho, las portadas constituyen un elemento crucial para los coleccionistas y suelen ser exhibidas en fiestas organizadas por ellos como si se tratasen de pinturas con las que han adornado su hogar. Incluso, no sería exagerado pensar que todo coleccionista debe tener en mente una lista de discos que trataría de salvar en caso de incendio.
    “Yo tengo mis favoritos —explica Pillado-Matheu —: el "Combat Rock", de The Clash; "Divididos por la felicidad", de Sumo; el disco del ‘plátano’, de Velvet; "A Love Supreme", de John Coltrane; y uno de Héctor Lavoe que se llama "Héctor Lavoe Strikes Back", que es una grabación en vivo”. Quizá sean todas estas sensaciones y vivencias que asociamos con los discos de vinilo las que han propiciado su resurgimiento en los últimos años. Al menos en parte. 

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Según la revista Forbes, el 2015 la venta de discos de vinilo creció 15% con respecto al año anterior. Los álbumes más vendidos del año pasado fueron "25", de Adele (116.000 copias); "1989", de Taylor Swift (74.000); "The Dark Side of the Moon", de Pink Floyd (50.000); "Abbey Road", de los Beatles (49.800); "Kind of Blue", de Miles Davis (49.000); "AM", de Arctic Monkeys (48.000); "Carrie & Lowell", de Sufjan Stevens (44.900); "Sound and Color", de Alabama Shakes (44.600); "Hozier", de Hozier (43.000); y la banda sonora de Guardianes de la galaxia (43.000). 
    Es un hecho que durante los últimos diez años, las ventas no han hecho más que crecer. Si en el 2005 se vendieron 0,9 millones de estos discos en los Estados Unidos, el año pasado la cifra ya llegaba a los 9,5 millones.
    Hacia el 2015, la vinilomanía también llegó a Lima, y ahora en nuestra ciudad funcionan varias tiendas dedicadas exclusivamente a su venta, por ejemplo Irie Records, Ozone Music Store y Arcadia Mediática Música; y también tiendas virtuales como Barricada Vinyl Shop, Landmark Records y Callahan Records, que funcionan principalmente a través de Facebook.
    Sin embargo, durante años el punto de encuentro de los coleccionistas en Lima fueron las tiendas de segunda mano ubicadas en el jirón Quilca, a una cuadra de la avenida Wilson. Aunque su reinado ha declinado en los últimos tiempos debido a la aparición de los lugares de venta ya mencionados, estos locales siguen atrayendo a los interesados en salsa y, especialmente, cumbia peruana. Olivier Conan, dueño de Barbès Records —sello neoyorquino especializado en cumbia de los setenta—, pasó por ahí en su última visita a Lima. También han sido vistos en este lugar miembros de grupos de rock alternativo como, por ejemplo, Sonic Youth.
    Con esto en mente, no deja de ser curioso que en el Perú no se haya editado un solo disco de vinilo desde 1991. Andrés Tapia, coleccionista y creador de la disquera local 
Repsychled, afirma que el último álbum en este soporte que se fabricó en nuestro país fue "El mundo de los Beatles en el Perú", del grupo Yawar. Ahora, esto no ha evitado que los músicos de nuestra escena independiente recurran a fábricas foráneas para producir ediciones en vinilo de sus grabaciones. Actualmente, la única que hay en Sudamérica es Polysom, ubicada en Río de Janeiro, que prensa 40 mil unidades al mes. El rumor que ha corrido en los medios especializados es que una nueva fábrica empezaría a funcionar pronto en Sao Paulo: Vinyl Brasil, que produciría unas 140 mil unidades al mes. 
    En 1999 el sello español Electro-Harmonix editó en vinilo todos los singles de 
Los Saicos (lo que fue el detonante de la ‘saicomanía’). Otro lanzamiento importante de música peruana en elepé lo hizo la disquera Munster Records, que el 2003 publicó el recopilatorio "Back to Peru", que incluía temas de bandas de rock y cumbia peruana de la década del setenta. En el 2009 editarían una secuela, "Back to Peru II", y también reediciones de bandas nacionales clásicas, como Laghonia, Los Yorks y Traffic Sound.
    El próximo lanzamiento de El Hombre Misterioso saldrá en CD en una edición a cargo de Descabellado y A Tutiplén Records. Pero la banda de Pillado-Matheu también publicará una edición en vinilo. Para ello, a través de unos amigos que viven en Europa, contactaron con un sello que prensará el disco en España. Ya antes, en el 2008, editó un disco de con el sello alemán Nasoni, que también ha publicado a otros grupos peruanos como La Ira de Dios y Tlön. Otras bandas locales que han lanzado discos en vinilo son, por ejemplo, Fernando Chirinos & The Chilcanos y Raised By Zebras. Sus elepés fueron prensados de forma independiente en los Estados Unidos.

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Así como hay coleccionistas que son guiados por su melomanía, también hay aquellos que le agregan una variable más a su afición: la audiofilia. Estos aficionados al vinilo suelen tener más de un ejemplar de un mismo disco en sus colecciones: primero tienen el que compraron cuando eran chicos, luego el que mejor suena y, finalmente, la edición canónica para los coleccionistas.
    Daniel Padilla calza en esta categoría. En su colección uno puede encontrar un ejemplar de "Let it Be" editado en el Perú en los años setenta, que Padilla atesora por ser el primer vinilo que compró en su vida. Por otro lado, también tiene el "Let it Be" en un box set de Beatles para audiófilos, donde los discos ni siquiera tienen las portadas originales, sino una ficha meramente informativa; claro, el atractivo de estas ediciones está en que recogen las cintas originales que los Beatles grabaron en los años sesenta. Finalmente, también tiene un ejemplar para coleccionistas, edición americana de 1970 con el logo de Apple de color rojo.
    “El resurgimiento del vinilo tiene que ver con dos cosas —señala Padilla—. La primera tiene que ver con la empatía que el oyente establece con el formato, que en este caso incluye un sonido mucho más orgánico que los otros que encuentra en el mercado. Y la segunda con la nostalgia de una generación que vivió con el vinilo y que ahora busca recuperar ese mundo perdido”.
    Si bien es obvio que este renacimiento está relacionado con un componente afectivo, como los recuerdos que el objeto puede despertar en uno, también es evidente que hay un componente puramente sonoro que juega un papel importante en su regreso comercial. Entre coleccionistas, melómanos y audiófilos hay una suerte de consenso con respecto a la calidad de sonido que una buena tornamesa y un buen disco de vinilo pueden producir juntos: se trata, en pocas palabras, del mejor sonido del mundo.
    Con respecto al sonido que buscan los audiófilos, hay preferencias de acuerdo al género musical que uno colecciona. Según Padilla: “Los audiófilos ortodoxos, que principalmente escuchan jazz, aman los equipos a tubos. Los que gustan de escuchar música clásica prefieren los equipos a transistores. Los rockeros, del sonido con harto bajo,  suelen tener parlantes tipo JBL y usar tornamesas antiguas, como Lenco y Technics”.


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Hacer una historia del resurgimiento de este formato no es una tarea fácil, pero creo que hablará con verdad quien afirme que el fenómeno empezó a levantar vuelo en paralelo al consumo masivo de música por Internet y a la decadencia del disco compacto. En algún momento, entre finales de la década pasada y comienzos de esta, los melómanos empezaron a sentirse insatisfechos con la calidad del sonido de los archivos que pululaban por Internet. Bastó que un grupo de oyentes, quizá en distintos lugares del mundo, hiciese correr la voz de que los vinilos de los setenta sonaban de maravilla en las tornamesas de última generación para que poco a poco se generara una afición por adquirir buenos equipos de sonido y salir de cacería en busca de viejos discos de 33 y 45 rpm.
    El problema con esta fiebre es que durante el apogeo del CD algunos aficionados nunca llegaron a abandonar el formato. Y mientras la mayoría se apresuraba en comprar compactos, ellos iban armando sus colecciones con vinilos de segunda mano que adquirían en tiendas vetustas a precios irrisorios. Apenas el vinilo empezó a alzar vuelo de nuevo, los discos que costaban diez dólares o menos, duplicaron, triplicaron y en algunos casos hasta quintuplicaron su precio, volviéndose inaccesibles para muchos de estos viejos/nuevos aficionados.


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El resurgimiento del vinilo también se vio influido por lo que algunos llaman ‘hipsterismo’, un estilo de vida que intenta estar a la moda reciclando cosas del pasado que hoy pueden considerarse atractivas. Los llamados hipsters se han interesado por estos discos y esto ha contribuido a elevar los precios y a la aparición de reediciones de pésima calidad sonora, ya que, por lo general, a los hipsters no les interesa la música: lo único que quieren es tener un objeto con un aura de cierta ‘relevancia cultural’ para sobresalir entre la gente común y corriente.
    Con respecto a la calidad del sonido, Daniel Padilla establece una diferencia bastante clara y definida: las reediciones en vinilo de los discos compactos que aparecieron durante los noventa —léase Nirvana, Pearl Jam o The Smashing Pumpkins— son, por lo general, muy malas. En cambio, algunas reediciones especiales de los clásicos de Pink Floyd, los Beatles o Led Zeppelin, que se han trabajado con mucho cuidado junto con los músicos o con los productores e ingenieros que participaron en las grabaciones originales, pueden llegar a ser muy logradas. “Con la calidad que tienen las últimas reediciones, voy a terminar comprado de nuevo todos los vinilos de Pink Floyd”, dice Daniel. Pero, por lo general, los mejores ejemplares que uno puede encontrar en el mercado son las ediciones originales que aparecieron a finales de los años sesenta y comienzos de los años setenta; aquellas que los coleccionistas buscan con desesperación y que, usualmente, se compran a precios exorbitantes a través de sitios web especializados.
    Entonces, si tuviésemos que resumir las causas del resurgimiento del vinilo, tendríamos que hacer una lista de factores aparentemente inconexos entre sí. Estos son: la decadencia del formato de CD tras la aparición de Internet, la insatisfacción de los melómanos con el sonido que encontraban en Internet, el redescubrimiento del excelente sonido de los viejos elepés de los años sesenta y setenta, el crecimiento de la audiofilia y la popularización de los equipos de sonido de alta fidelidad, el llamado ‘hipsterismo’ de los jóvenes que buscan estar a la moda, la nostalgia de los mayores que vivieron la época de gloria del formato y que buscan revivirla, la empatía que genera un formato que no solo ofrece un buen sonido, sino también una gráfica que se percibe como un arte popular al alcance de todos y, finalmente, el vínculo afectivo que uno establece con un objeto cargado de recuerdos que puede llevar consigo a lo largo de toda su vida. 
    En contra de lo que dictan nuestros tiempos, estas colecciones no son cómodas, sino más bien espaciosas, pesadas, polvorientas, demandantes de cuidados especiales. En lugar de guardarlos de manera digital en una carpeta de la computadora o del teléfono móvil, los discos de vinilo van creciendo y ocupando un espacio cada vez mayor en nuestras casas. La demanda, entonces, pasa de la simple limpieza de los objetos a la obligación de llevar a cabo ampliaciones en zonas del hogar para que así nuestra colección pueda encontrar el lugar que, según nosotros, se merece.
    Y esto debería quedar como una suerte de advertencia. Tener una colección de discos no es ni por asomo algo práctico. “Pasar del CD al vinilo es como pasar de tener un perro de peluche a tener uno de verdad”, dice Daniel Padilla. Claro, resulta paradójico que justo en esta época, en que toda la música que nos interesa puede archivarse virtualmente en un teléfono móvil, haya gente que elija coleccionar discos que hasta hace diez años solían botarse a la basura. Uno no puede evitar preguntarse: ¿qué es lo que todo este dinero, trabajo y espacio que invertimos nos ofrece a cambio? Una posible respuesta la encontramos en lo que Rob Gordon le dice a Dick en la escena de "Alta fidelidad" que mencionamos al comienzo del artículo: al final del día, coleccionar vinilos no es solo acumular información; en su calidad de objetos, estos se quedan con nosotros, forman parte de nuestra casa y nuestra historia, y llevan con ellos las vivencias que asociamos no solo con sus canciones, sino también con sus portadas, con las personas que nos los regalaron o nos los vendieron, y con el haber cargado con ellos mudanza tras mudanza. Coleccionarlos se parece, más bien, a la paulatina escritura de una autobiografía sonora. Una autobiografía a la que cada uno de nosotros le pone la música que quiere.

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