Escribir desde la tumba
Escribir desde la tumba
Alejandro Neyra

"Lo que no te mata te hace más fuerte”. Lamentablemente no es algo que haya podido decir Stieg Larsson, el autor de la exitosa trilogía "Millenium", fallecido en el 2004. Se trata también del título de la nueva novela de la saga, aparecida este año y escrita evidentemente no por Larsson sino por David Lagercrantz, un desconocido (aún) en el planeta literario, pero un escritor renombrado en Suecia, donde publicó el libro más exitoso de todos los tiempos en la lejana Escandinavia: la biografía del futbolista Zlatan Ibrahimovic.
     Más allá de la batalla persistente entre el padre y el hermano de Larsson, sus herederos legítimos, y la mujer de aquel —sin derechos debido a que no estuvo legalmente casada con el señor con quien convivió 32 años, toda una novela—, lo cierto es que los fanáticos de la serie tienen de vuelta a la oscura y genial Lisbeth Salander y al periodista de investigación Mikael Blomkvist luchando esta vez contra hackers y ciberespías que se movilizan virtual y realmente entre la agencia de seguridad norteamericana y los distritos más ricos de Estocolmo. Hay nuevos personajes también, la némesis de Salander —una mujer manipuladora y de una belleza inigualable que proviene de su propia familia— y un niño autista que guarda en su cerebro aparentemente dañado más sinapsis que las que puedan tener en sus memorias los nuevos proyectos de inteligencia artificial.

Los expedientes Bond, Poirot y Marlowe
Esta es una de las últimas manifestaciones de un fenómeno que se ha hecho cada vez más común: levantar de sus tumbas imaginarias a algunos renombrados personajes de ficción literaria para que sus sagas encuentren continuidad en las plumas de autores vivos (en todo sentido). Así, los amantes de los espías clásicos tuvieron el relanzamiento de James Bond con "Solo" en el 2013. Nuevamente queda claro que no fue Ian Fleming quien escribió la novela desde su retiro infraterrenal en Sevenhampton. Sus herederos confiaron en William Boyd, un correcto novelista y guionista británico, quien retomó a Bond, haciéndolo un poco más viejo y reflexivo pero llevándolo a la acción hasta un inexistente país en el África de los movimientos poscoloniales. Allí se debate en medio de juegos geopolíticos con los bandos que se rifan los recursos naturales de la región en medio de la muerte y el caos y las pocas pero siempre hermosamente dispuestas mujeres que seducen pero no engañan al flemático espía británico.
     No podemos dejar de lado las nuevas novelas de Agatha Christie y de Raymond Chandler o, mejor dicho, de sus personajes Hercule Poirot y Philip Marlowe, clásicos investigadores privados de crímenes en Londres y Bay City, respectivamente. Los herederos de Christie fueron también a lo seguro, contrataron a una eficiente narradora de thrillers: Sophie Hannah. De esta manera, Poirot —el legendario detective de bombín y mostacho— reaparece en "Los crímenes del monograma",  donde debe proteger a una mujer y descubrir, gracias a la notable rapidez de su materia gris, al autor intelectual de un triple asesinato cometido en una noche y en tres pisos distintos del mismo hotel londinense. 
Sacré tonnerre.
     Y sobre Philip Marlowe, no es la primera vez que resucitan el estilo de Chandler y su personaje estrella, pues ya en los noventa Robert Brown Parker, autor de novelas de detectives, había recibido el encargo de resucitarlo… pero la crítica no le fue favorable. Dos décadas después, la elección difícilmente ha podido ser mejor pues se ha escogido a un gran escritor que también escribe grandes policiales. Se trata del irlandés John Banville, ganador del Man Booker y muchos otros premios, quien cuenta con famoso alter ego, autor de novela negra: Benjamin Black. En este caso Banville escribe como Black que escribe como Chandler. En el camino no se pierde nada sino que, por el contrario, se gana a un Marlowe con reminiscencias europeas, inteligencia universal, pero la misma sutileza que lo hace uno de los héroes más típicamente duros de la literatura.
     "La rubia de ojos negros" es una frase que el propio Chandler anotó en sus cuadernos como un posible título de novela y es el que Banville/Black usa para resucitar a aquel oscuro detective que cualquiera podría identificar de inmediato con la figura del gran Humphrey Bogart, fumando sin parar; con su tenida de sombrero y gabardina dentro de su oficina de private eye; golpeando a malhechores y criminales; o besando a despampanantes mujeres caídas en desgracia. En este caso es una rubia de ojos tan negros y profundos como un lago de montaña quien acude a Marlowe con la esperanza de encontrar a un amante desaparecido. Por supuesto, la mujer es tan bella que el detective no puede sino involucrarse con ella y mezclar sus pesquisas con sus sentimientos. 
     Más allá de las gruesas cifras negociadas con los autores para resucitar personajes clásicos que aseguran grandes ventas (hace poco se ha “revivido” al agente Jack Ryan, del también fallecido best seller y rey del tecnothriller Tom Clancy) y, seguramente, posibles regalías por la venta de derechos para hacer películas, cabe preguntarse qué hay detrás de escritores que buscan recrear a Salander, Bond, Poirot o Marlowe. ¿Es que alguien tan reputado como Banville puede ganar algo como escritor pergeñando líneas sobre una ciudad inventada como Bay City y recreando la atmósfera típicamente reconocible de un autor de novela negra?

Mementito: pimpollos, préstamos y  plagios 
Recordemos por un momento a Arthur Conan Doyle. En 1903, luego de la decepción de sus lectores por la desaparición de Sherlock Holmes en caída libre junto con su archienemigo Moriarty en las cataratas suizas de Reichenbach, el escritor se vio obligado a resucitarlo. El regreso de Sherlock Holmes y 13 nuevas historias contentaron a un ávido público que no se resistía a dejar que su personaje favorito desapareciera. Las sagas de cine y televisión han dado además un nuevo impulso a héroes como Holmes, que siguen viviendo en la ficción y que, a veces, parecen proyectarse a la realidad y hasta a los bolsillos de nuevos escritores. Estos, en su admiración, muchas veces hacen préstamos involuntarios de ambiente y estilo pero también, no tiene sentido negarlo, provocan la alegría de repúblicas de lectores que no soportan la idea de que algunos de aquellos grandes personajes se conviertan en mortales.
     Cabe preguntarse si lo que quiere muchas veces el amante de estos héroes es aferrarse a su imagen o a un ambiente y tiempo precisos. Mientras que quienes escriben hoy las historias de Bond o Poirot lo hacen desde el ultraconectado siglo XXI, los originales Fleming y Christie lo hacían desde su propio contexto, lleno de tiempos muertos o de las curiosidades propias del mundo bipolar de la guerra fría. En ese sentido, la labor del escritor de hoy es también la de un arqueólogo literario que, al tiempo de escudriñar las manías y cualidades que hacen inconfundible a un personaje, debe luchar por desarrollar tramas verosímiles, despojándose de los artilugios del cambiante nuevo milenio. Dicho esto, valga un reconocimiento a la labor del escritor de sagas ajenas por lograr que no se noten las costuras del hoy en la recreación de las tenidas del ayer.
     Hay otro tema interesante que se presenta en estos nuevos brotes de la literatura en serie de manera evidente. Los escritores cuentan no solo con la anuencia sino con la beneficencia de quienes poseen los derechos de autor sobre la obra. Pero ¿dónde quedan, o deberían quedar, los límites de los préstamos que hacen muchos autores de los personajes reconocibles de la ficción literaria? Por poner un ejemplo —que también ha saltado al cine— este año se estrenará "Mr. Holmes". Esta película se basa en el libro "Un sencillo truco mental", de Mitch Cullin, escrito en el 2005 y ahora reeditado con el nombre del filme. La historia es curiosa pues aborda la vida de un nonagenario Sherlock Holmes (Ian McKellen en la pantalla), quien en medio de sus lagunas mentales y pérdidas de memoria busca reconstruir una de sus propias historias, mezclándola además con muchas de sus anteriores aventuras. Más allá del interés evidente de la historia para los fans del detective, queda la pregunta sobre si es esto o no legal. ¿Imaginamos la respuesta? Elemental. Pese a que algunas historias de Conan Doyle han pasado al dominio público y, por lo tanto, pueden ser impresas o utilizadas sin pagar derechos, las últimas aún gozan de la protección de autoría, por lo que sus derechohabientes han interpuesto una demanda que promete ser millonaria (otra novela más).
     Ejemplos similares abundan, igual que los préstamos y plagios que no solo se dan entre escritores famosos o representantes de la más alta curia. “Kodama vs. Katchadjian” es una versión curiosa de ese difuso límite entre lo que uno puede considerar (re)creación; y otro, vil copia, a propósito del célebre cuento “El Aleph”. Curioso que suceda esto sobre una obra de Borges, el genio que postuló a Pierre Menard como verdadero autor del Quijote. Todo esto sin hablar de apariciones póstumas —voluntarias e involuntarias— de autores conocidos. Quizá sea que, aunque por razones muy distintas, estemos cerca de lo que postulaba 
Roland Barthes: la muerte del autor.
     Respecto a estas líneas, descuide, amigo lector: además de disentir, puede 
contar, cortar, copiar y pegar todo lo escrito antes; en esta ocasión, mis derechos son los suyos.

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