Lo dice la ciencia: una sonrisa, una mirada amable en una propaganda puede ser más eficaz que un racional plan de gobierno.
Lo dice la ciencia: una sonrisa, una mirada amable en una propaganda puede ser más eficaz que un racional plan de gobierno.

Por Miguel Figueroa

Estamos cerca de tomar una decisión que afectará nuestras vidas futuras: votaremos por quienes gestionarán nuestras ciudades. Siempre nos dicen lo mismo: “sé conciente de tu voto”. Pero ¿realmente podemos tomar una decisión racional y conciente; o hay otros factores que escapan de nuestro control, y que nos empujan a elegir? Según investigadores como el neuroeconomista de la Universidad de Cambridge, A. Rustichini, el 90 % de lo que escogemos es obra de nuestro inconsciente.

Imagínese, lector: darle el poder de decidir sobre nuestro futuro no a al cálculo racional y previsor, sino al cerebro emocional e involuntario. Pero ¿cómo suceden esas decisiones silenciosas? ¿En qué momentos entran esos mensajes a nuestra mente?

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Muchas veces encontramos buenos candidatos que están perdidos en el grupo de otros en las encuestas. Y aun sabiendo que tienen propuestas interesantes, resulta muy difícil que votemos por ellos. ¿Por qué? El efecto es muy parecido a cuando debemos decidir una compra entre dos marcas de algo. Por ejemplo, entre dos refrigeradoras: las dos tienen más o menos lo mismo, tamaños parecidos, características similares, precios cercanos. Y no sabemos cuál comprar. En eso, notamos que una tiene un aviso que dice: “La refrigeradora más vendida el mes pasado”. Y ese termina siendo el empujoncito que necesitábamos para decidir. Pero ¿acaso porque más gente la compró es necesariamente mejor? ¿Eran esos compradores especialistas en refrigeradoras? ¿Sabemos cuál es su opinión luego de comprarlas? No, pero eso no importa: si la mayoría lo hizo, debe ser por algo.

Es por ello probable que, en unas elecciones, los que gane los votos de los indecisos sean los que lideren las encuestas. Es muy difícil escapar de este efecto que en comportamiento animal llamamos gregarismo. Hacemos lo que hacen otros porque nos da seguridad. Eso lo aprendimos por lo menos un par de millones de años atrás, cuando la supervivencia dependía absolutamente del grupo. Estar en contra de la tribu llevaba a la exclusión, y eso significaba la muerte. Hacer lo que otros hacen —votar por los más votados— es un comportamiento adaptativo tan silencioso como poderoso que nos empuja a darle el mando de nuestra decisión a la masa.

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Otro efecto interesante sucede justo mientras estamos atrapados en el tráfico de algún óvalo, sin avanzar ni retroceder, viendo decenas de fotos de candidatos ‘photoshopeados’, mostrándose en todas las posiciones y gestos posibles: están los serios, los sonrientes, los enojados. ¿Los gestos de una persona pueden empujar una decisión de voto? Una investigación de Alex Todorov, citada por Daniel Kahneman, parece demostrar que la forma de la cara y los gestos influyen.

Todorov mostró a un grupo de jóvenes una serie de fotos masculinas durante algunos segundos, una tras otra, y les pidió que les adjudicaran, con solo mirarlas, atributos como la amabilidad o la competencia. Lo que no se le dijo al grupo era que esas fotos no eran de personas cualesquiera, sino de candidatos que postulaban a puestos de mando en otros países; es decir, los jóvenes no los conocían. Lo interesante de esto fue que el nivel de coincidencia entre los que escogieron los jóvenes como competentes, solo con un vistazo, y quienes fueron elegidos en sus países, fue de cerca del 70 %; es decir, adjudicaron a las personas un valor solo por el rostro, y este valor fue refrendado por los electores reales. Las caras que irradiaban competencia eran una combinación entre un mentón fuerte y una sonrisa confiable (fortaleza y amabilidad).

Al parecer, estamos condicionados biológicamente a detectar ciertas características faciales como indicadoras de habilidades. Investigaciones posteriores mostraron que los electores menos informados eran tres veces más propensos a dejarse llevar por este efecto facial e instintivo.

Algunos estudios confirman que un candidato puede verse beneficiado si es que las condiciones de un lugar de votación —por ejemplo, una escuela— están relacionadas con sus propuestas: “Más educación”. Otros muestran cómo los colores o la calidad de impresión de sus volantes pueden fortalecer su credibilidad.

La posibilidad de ser persuadidos es más alta de lo que creemos. No quiero decir con esto que todos los candidatos usen estas herramientas, muchos seguramente no, algunos tal vez sí. Lo importante es que sepamos cómo funciona nuestra toma de decisiones e intentemos estar advertidos.

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