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Las editoriales frente al espejo digital
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El Foro Internacional de Redes Editoriales se inauguró en Arequipa con una frase que sonó tanto a advertencia como a programa: “No estamos descubriendo la pólvora, pero estamos solucionando el problema”, señaló Antonio Moretti, gerente general de la Cámara Peruana del Libro. La edición, en estos días, no canta victorias, pero tampoco derrotas: vive un presente en disputa, obligado a redefinir sus propias fronteras.
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En ese escenario, la figura del autor —piedra angular de la cultura editorial— empieza a difuminarse. Una obra creada por un joven escritor puede inscribirse en Indecopi, pero un texto compuesto por un algoritmo carece de dueño. Y, sin embargo, circula, se reproduce, se consume. El vacío legal no es solo jurídico sino también cultural: un abismo que obliga a replantear qué significa crear y qué significa proteger. Así lo planteó la primera invitada, Carla Bernal, especialista en propiedad intelectual.
Para las editoriales, no se trata de una discusión abstracta. En cada contrato, en cada manuscrito rechazado o aceptado, se juega también su legitimidad frente a un lector que empieza a sospechar que lo que lee podría no provenir de un humano.
A esa incomodidad se sumó la opinión del académico argentino Gustavo de Elorza Feldborg: lo peligroso no es usar las máquinas, sino entregarles el pensamiento. Lo dijo advirtiendo que, en solo tres años, los modelos de inteligencia artificial pasaron de simular la mente de un adolescente a rozar la de un doctorado.
Las máquinas escriben poemas instantáneos, resumen bibliotecas enteras y ofrecen atajos cognitivos. ¿Y los lectores? Acostumbrados a la inmediatez, también transforman su manera de leer, de aprender, de comprender el mundo. Para Elorza, el desafío no es tecnológico, sino cultural: cómo sostener la experiencia humana de la lectura frente a la velocidad electrónica.
Ese eco recorrió los pasillos del FIRE. Si la edición quiere sobrevivir, no puede competir en rapidez, sino en profundidad. No se trata de acumular catálogos, sino en crear espacios críticos donde la lectura vuelva a ser un espacio de encuentro.
La primera jornada cerró con voces que pocas veces ocupan un lugar privilegiado: los editores independientes. Para la colombiana Catalina Vargas, directora de Cajón de Sastre, lo suyo no es un gesto romántico, sino estratégico. La bibliodiversidad es una bandera, pero supone también un delicado equilibrio: muchas de estas casas editoriales sobreviven gracias a la cooperación, a redes conjuntas de distribución y a catálogos cruzados.
En los pasillos del foro se repetía un chiste con un fondo de verdad: más que independientes, son “codependientes”. Y quizás allí radica su fuerza: en sostenerse unos a otros frente al vértigo de la homogeneización digital.
—Repensar la editorial—
El segundo día abrió con otro diagnóstico, esta vez del editor colombiano Carlos Andrés Martínez, quien recordó lo obvio y a la vez crucial: “Todos quieren llegar a la librería, pero no hay espacio”. La solución, propuso, está en pensar redes digitales y organizar los metadatos de manera que los inventarios no se pierdan en esa maraña.
Su propuesta interesa a los grandes sellos, pero la pregunta clave es si las editoriales chicas confiarán en estas plataformas comunes. Porque la distribución no es solo un problema logístico, sino también una metáfora de las jerarquías del sector: quién ocupa la vitrina y quién queda relegado al último estante.
El chileno Simón Ergas, director de La Pollera Ediciones y ex director de la Furia del Libro, recogió ese guante: “El cambio de visión es parte importante de mantener proyectos a largo plazo, pero debe ser un cambio que sepa mantener la identidad original del proyecto”. Publicar lo que nadie más se atreve, apostar por géneros olvidados o traducir voces excéntricas son gestos que configuran un estilo que los lectores aprenden a reconocer.
De esa manera, el riesgo se convierte en marca. Y en un mercado saturado de novedades efímeras, la identidad editorial puede ser la única ancla que garantice permanencia. Para Ergas, las dificultades son también oportunidades: de cada problemática puede surgir un nicho que favorezca a la editorial.
La mexicana Patricia Salinas continuó el hilo y puso el acento en lo relacional. “Deberíamos entender las realidades de cada editorial para entender al público y apoyarlo en nuestras redes para crear impacto a un nivel más profundo que publicar libros”, señaló.
Lo que está en juego, sugirió, no es solo editar, sino crear comunidad. Una editorial que escucha y dialoga con sus lectores no se limita a vender libros: construye pertenencia, acompaña procesos, funda espacios compartidos que luego se convierten en potenciales nichos.
Ese énfasis comunitario encontró su cierre en la última intervención de Ergas, esta vez desde la gestión cultural. Ferias, clubes de lectura, talleres escolares, recitales: todos ellos son más que mecanismos de promoción. Son laboratorios donde se forman audiencias, donde la lectura se experimenta como un acto colectivo, expandido y vivo.
Lo que se dibuja, finalmente, es un mapa editorial en disputa: vacíos legales que obligan a repensar la autoría, inteligencias artificiales que desafían la experiencia lectora, cadenas de distribución que se reinventan y editoriales independientes que, entre riesgo y cooperación, construyen identidad. Una certeza permanece: el futuro de la edición no se definirá solo en las páginas impresas, sino en la capacidad de crear redes, sostener comunidades y preservar la voz humana frente al murmullo de las máquinas.
El FIRE 2025 se realizó en Lima los días 2 y 3 de octubre, congregando a editores, académicos, abogados y gestores culturales para debatir los retos actuales de la industria editorial latinoamericana.
Entre los expositores destacaron Carla Bernal, Gustavo de Elorza, Catalina Vargas, Carlos Andrés Martínez, Patricia Salinas y Simón Ergas, quienes abordaron inteligencia artificial, distribución editorial, identidad independiente y formación de nuevas audiencias lectoras.
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