

Sus Memorias escritas hacia el final de su vida no dejan lugar para la imaginación. En ellas, Giacomo Casanova recrea sus correrías amorosas por esa Europa palaciega y dieciochesca —Venecia, Roma, París, Praga, Londres, Berlín, Moscú, Madrid—, donde un mundo en decadencia, pícaro y cortesano, daba origen a otro nuevo marcado por los torrenciales vientos de la ilustración.
Y él aparece como símbolo perfecto de esa metamorfosis: seductor por naturaleza, jugador, timador desmedido y sibarita, a la vez que religioso, diplomático, militar, violinista, poeta, practicante de ciencias ocultas, escritor de novelas, bibliotecario y amigo de condes, papas, filósofos, reinas y reyes. Casanova se dejó llevar por el destino y vivió muchas vidas en una como en una perpetua mascarada. Y entre estas existencias estaba también la de espía. Esta es su historia.
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Prisionero de los mitos
La Serenísima República de Venecia del siglo XVIII podría ser comparada hoy con la ciudad de Las Vegas. Aquella era una urbe artificiosa que vivía del turismo y del juego, de casas de apuestas que después se convirtieron en casinos. Era, por eso mismo, un sitio peligroso, con asesinatos y espías inquisidores que pululaban como sombras por puentes y plazas. En ese mundo vio la luz Giacomo Casanova, un 2 de abril de 1725. Era hijo de una actriz y un actor de comedias, pero fue criado por su abuela en la cercana ciudad de Padua. Se dice que tardó cuatro años en hablar y hasta los ocho sangraba por la nariz, pero cuando fue curado por una hechicera ya nada lo detuvo. Protegido de los Grimani, una de las familias ricas de Venecia, estudió con el abate Antonio María Gozzi, y sobresalió rápidamente en gramática y latín. Debido a sus progresos lo nombraron brigadier. Desde pequeño empezaron a aflorar en él las artimañas que lo harían famoso: perseguía a sus compañeros para descubrir sus faltas y luego exigía dinero y golosinas a cambió de su silencio. A pesar de ello, consiguió quedarse en la abadía. Según refiere el historiador Guy Chaussinand-Nogaret, a los once años, Giacomo capturó la atención de Bettina, una joven tres años mayor, hermana del abate, y con ella conoció las primeras emociones del amor y la seducción. Después vendrán sus amores con las jóvenes Giulietta, Lucía, Nanetta y muchísimas más. Él asegura que fueron más de 120, entre criadas y cortesanas, mujeres ricas y nobles e incluso monjas como la secreta M.M., de sus Memorias.
Federico Fellini, quien hizo una película sobre su vida, lo definió como “un prisionero de los mitos, como el de considerarse tan viril que era capaz de seducir a la fortuna, jugar a la vida como si se tratara de un juego de azar, confundir vitalismo por vitalidad y aventuras por hechos excepcionales”.

De espiado a agente secreto
En esa Venecia llena de rumores y chismes cortesanos, Casanova ganó rápidamente fama de amante furtivo, de aficionado a las ciencias ocultas por su predilección por los libros esotéricos, así como simpatizante de ideas subversivas como aquellas pregonadas por la ilustración. Por eso, las sombras de la Inquisición le seguían los pasos, y terminaron enviándolo en 1755 a la infranqueable prisión de Los Plomos. Su novelesca fuga por los techos de la cárcel no hizo sino acrecentar su fama, sobre todo en la Francia de Luis XV, a donde llegó escapando de sus perseguidores.
En la corte convenció al rey para implementar un sistema de lotería para incrementar las arcas reales, replicando el modelo veneciano de las casas de apuestas. Gracias a ello adquirió fortuna y prestigio, montó una fábrica de tejidos, y se movió por los círculos de Versalles, cumpliendo misiones secretas para el monarca francés, al tiempo que hacía amistad con Voltaire y Rousseau. Pero, así como ganó dinero, también lo perdió rápidamente, y dejó París agobiado por las deudas.
Por aquella época, pasó por las cortes de Federico el Grande, de José II de Austria y de Catalina de Rusia. Después, marchó a España, donde fue acusado de estafa y encarcelado durante varios meses en Barcelona. En 1774, retornó a su Venecia natal convertido en espía de la misma Inquisición que lo había arrestado casi 20 años atrás. Su misión consistía en recopilar información sobre extranjeros, nobles y posibles conspiradores, además de reportar cualquier actividad sospechosa contra la Serenísima República.
Sin embargo, su espíritu locuaz y dicharachero nunca encajó con el carácter calculador y reservado de un espía. No existe información de que haya delatado a nadie y pronto se vio otra vez enemistado con los inquisidores. Además, con los años, iba perdiendo sus dotes de amante, mientras en Europa comenzaban a descabezarse algunas monarquías. Acorralado por ese futuro incierto, partió a Trieste. En 1785, retornó a París, donde es rescatado por su amigo, el conde de Waldstein, quien lo protege en el castillo de Dux, en Bohemia, y le concede el honor de administrar su inmensa biblioteca.
Ahí, Casanova pasará los últimos trece años de su vida, alimentado por los recuerdos de una vida trashumante que irá narrando, página tras página, hasta acumular 3.700 folios. Unas memorias que no alcanzó a ver publicadas, pero que le dieron fama futura. Más allá de incansable amante y de sus cualidades para moverse entre las entrañas del poder, él intentó ser un escritor. Talento que puso en duda Stefan Zweig y destacó Juan Villoro, quienes le dedicaron sendos ensayos. Su figura fue llevada al cine, la ópera y el teatro, y su apellido se convirtió, para siempre, en sinónimo de enamoramiento y seducción.

¿Casanova inspiró a James Bond?
Aunque especialistas afirman que Ian Fleming se inspiró en las vidas de espías reales del servicio secreto como Sir Fitzroy Hew Maclean y Wilfred Dunderdale para crear a 007, existen también puntos comunes entre Casanova y Bond. Para empezar el nombre Giacomo es el italiano de James y después está la mágica Venecia. Lugares emblemáticos de la ciudad flotante son escenarios de las peripecias de Bond en Rusia con amor (recordemos a Sean Connery en un paseo en góndola con Daniela Bianchi en el papel de Tatiana Románova); o Moonraker (Roger Moore en la cristalería Venini); o Casino Royale (Daniel Craig en el Gran Canal y el derrumbamiento de un edificio). Y, obviamente, Casanova y Bond están unidos por el papel que mejor desempeñaron, uno en la vida real y otro en la ficción: el de espías y seductores sin remedio.
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