
En homenaje a Mario Vargas Llosa, compartimos 20 historias en torno a nuestro Premio Nobel, las cuales están divididas en cuatro entregas. A continuación los enlaces de los demás relatos:
- Mario Vargas Llosa: 5 historias alrededor del Premio Nobel
- La huella de Mario Vargas Llosa en palabras de sus más cercanos
- Instantes con Mario Vargas Llosa: anécdotas que retratan al hombre detrás del Nobel
El arte de contar historias

Alonso Cueto (escritor)
Contar historias fue la vocación esencial de Mario Vargas Llosa. Escribir novelas, obras de teatro y artículos periodísticos, formaba parte de esa vocación. Cuando tenía que definir el trabajo del novelista, afirmaba que no hay nada màs difícil que contar una historia bien contada. Escribir una historia -con un desarrollo de la intriga, puntos máximos de tensión, desenlaces y sorpresas-, le parecía, creo que con razón, una hazaña de la imaginación. La consideraba una tarea más difícil que la de los novelistas que giran alrededor de un mismo personaje o escenario. Allí están sus héroes -Flaubert, Faulkner, Víctor Hugo-, que representaban ese modelo de novelista. Historias que avanzan y concluyen, en una estructura cerrada que las defiende del mundo exterior. Se trata de universos en los que podemos viajar en pos de resoluciones y descubrimientos.
También contaba historias en presencia de amigos. Para relatar algún evento que le había ocurrido ordenaba los hechos de principio a fin, siempre apuntando a un desenlace inesperado. Una de sus historias más conocidas fue la que contó hace poco más de diez años, en una mesa redonda compartida con Arturo Pérez Reverte y Javier Marías, con la moderación de Pilar Reyes, a propósito de la celebración de los cincuenta años de Alfaguara.
En esa ocasión dijo que durante un vuelo a Las Palmas se le acercó una aeromoza con aire muy atento. “Allí atrás hay un señor que lo admira mucho”, le dijo. “No quiere molestarlo. Es tímido. Y no quiere un autógrafo. Solo quiere darle la mano. ¿Podría hacerlo?” Mario le contestó que lo haría con mucho gusto. En su relato, apareció entonces un señor relativamente joven y que estaba profundamente conmovido. El señor le dijo: “Usted no sabe lo que han sido sus libros para mì.” Y en ese momento, según contó, vino la “cuchillada”. El señor agregó: “Porque Cien Años de Soledad cambió mi vida.” La emoción de este señor era de tal naturaleza que Mario no se atrevió a decirle que el no era García Márquez. Y le dio la mano.
La grabación de este evento puede verse en internet con las pausas en el relato que enriquecen su desarrollo. Una de las formas que cultivó en grupos de amigos fue el chiste, una forma de la literatura oral. Algunas veces contaba las historias de la campaña electoral, cuando debido al cansancio confundía en su discurso el nombre de la ciudad en la que estaba por otra. En otras ocasiones, contaba la historia de un taxista español que, preguntado por un pasajero quiénes ganarían las elecciones, miró con aire misterioso a su interlocutor y le contestó: “los buenos”. También habló de un pasajero que subió a un tren en Madrid. Al ver su boleto, el inspector le dijo: “Pero, señor. Usted tiene un billete a Sevilla, pero este tren va a Barcelona”. El pasajero le quitó el boleto y le espetó: “Ese es un problema del maquinista.”
A veces podía resumir en dos o tres frases el argumento de una novela que estaba escribiendo. Cada evento que le ocurría era el punto de partida de una historia. Muchos de sus recuerdos y sueños se convirtieron en novelas. Se entregaba a sus historias con una obsesión visceral. Y escribió al menos cinco obras maestras. Hace poco Guillermo Niño de Guzmán se preguntaba si había algún otro escritor en español o en cualquier lengua que tuviera un número similar de grandes obras.
Vamos a extrañar a Mario pero seguiremos leyendo sus historias. A diferencia del señor del avión a Las Palmas, sabremos que es a el a quien tenemos que darle la mano.
Todos los focos, toda la escena

Santiago Roncagliolo (novelista)
Un día, al final de su año del premio Nobel, me contó que haría un tour por catorce ciudades en quince días. Le pregunté:
-¿Para qué? Ya no puedes ganar nada más. Ya no hay más.
Respondió con su habla libresca:
-El Nobel no me va a convertir en una estatua. Yo voy a seguir viviendo intensamente.
Para esa época, teníamos una relación cordial y yo lo tuteaba, lo cual me sorprendía bastante. Cuando yo escribía columnas, expresaba muchas opiniones contrarias a las suyas. Y si luego me encontraba con él en algún evento, temía su regañina de patriarca. Jamás hizo tal cosa. En realidad, él solía pensar lo contrario que la mayoría de escritores, y aún así, tener buena relación con muchos de ellos. Mario podía discrepar sin odiar, una cualidad que admiro aún más que su talento.
Tampoco es que intimásemos mucho. No era fácil hablar a solas con él. Siempre estaba rodeado de gente, y toda esa gente quería algo del novelista, del ideólogo o del socialité. Recién volvimos a conversar tranquilamente cuando se mudó con Isabel Preysler, en su casa de Puerta de Hierro. Para entonces, en efecto, vivía intensamente. La pareja había alimentado portadas de todo el mundo hispano. Y él bebía las palabras de ella. El hombre que había retado a debatir a Hugo Chávez y debatido con Alberto Fujimori, el premio Nobel que le había arreado un puñetazo al otro premio Nobel, parecía un adolescente enamorado.
Sólo que no era un adolescente. Había cumplido ya ochenta años. Ni siquiera él podía contra eso.
En el 2021, Mario publicó el cuento Los Vientos, cuyo protagonista lamenta su vejez con claves personales que muchos de sus amigos reconocimos (y chismorreamos). En una de sus frases más penosas, lamenta la decadencia de su pichula: el peruanismo para polla. Un par de años después, se separó de Preysler. El consiguiente frenesí mediático produjo un extraño agujero negro informativo que fusionaba las noticias culturales con las del corazón. Yo pasé un día entero recibiendo llamadas de periodistas españoles. Tuve que decirles a todos la misma absurda frase:
-No haré declaraciones sobre la pichula del señor Vargas Llosa.
Joven o viejo, Mario no dejaba de acaparar los focos. Pero su declive físico se iba acentuando: Mario llegaba a una conferencia con la camisa afuera. O sin afeitar. Perdía el hilo de la conversación. Andaba con bastón. Comenzó a abandonar las apariciones públicas. Aún así, seguía escribiendo.
Conforme la derecha global se endurecía, las columnas periodísticas de Mario la acompañaron. Acusó a los votantes de izquierda de votar mal. Se enfrentó al feminismo. Ahora, de repente, ya nadie en el mundo editorial quería que uno se parezca a Vargas Llosa. Al contrario. Yo discrepaba de él públicamente, pero muchos amigos me reclamaban más: una ruptura a gritos, un repudio total. Cuando escribí una novela sobre los abusos sexuales en la Iglesia, los conservadores atacaron presentaciones de mis libros, intentaron agredirme y retiraron mis libros de las librerías. Así y todo, algunos colegas me consideraban un aliado de la ultraderecha… por no insultar públicamente a Mario.
Al final, supongo que ese tipo de cosas representaban triunfos -pequeños y finales pero triunfos- del hombre que ocupaba toda la escena.
Porque incluso mientras Mario se apagaba y desaparecía, sus odiadores no veían el mundo real.
Sólo podían verlo a él.
La prosa como un conjuro

Irene Vallejo (escritora española)
“El novelista, ese simulador que aparenta recrear la vida cuando en verdad la rectifica (…) Solo la literatura dispone de las técnicas y poderes para destilar ese delicado elixir de la vida; la verdad escondida en el corazón de las mentiras humanas”. Son reflexiones extraídas de La verdad de las mentiras, un libro que yo llamaría compañero, siempre al alcance de mi mano en el escritorio donde trabajo.
Podría escribir sobre la capacidad de Mario Vargas Llosa para crear personajes inolvidables, fueran protagonistas o secundarios. Del ritmo de su prosa envolvente, como un conjuro. Sobre la historia en sus novelas, que no es un telón de fondo, sino la materia misma de lo humano. Nadie como él narró el desgarro de los sueños. Gracias a sus libros recordamos que, aunque la historia tiende a ser desastrosa, en la lectura encontramos islotes de felicidad. Podría extenderme en este homenaje, pero quisiera compartir una historia de gratitud.
Existe una mitología sobre rivalidades y feroces envidias en el oficio literario. Pocas veces reparamos, en cambio, en los casos de ayuda y respaldo. Conmigo Mario fue cálido, solidario. Sin conocerme, apoyó públicamente El infinito en un junco, y sus palabras cambiaron el rumbo de mi libro y de mi futuro. Mario leía incansablemente, también a escritores jóvenes, y quería ayudar a artistas con trayectorias incipientes. El delicado elixir de la generosidad.
Un diálogo intercultural en Uchuraccay

Juan M. Ossio A. (antropólogo)
26 de enero de 1983: ocho periodistas y un guía fueron masacrados en la comunidad de Uchuraccay, en la provincia de Huanta, Ayacucho. Eran los primeros años de insurgencia de Sendero Luminoso. Ante la gravedad de la violencia desatada, el presidente Belaúnde declara Ayacucho bajo estado de emergencia y por ende de control militar. Asimismo, nombra una comisión presidida por nuestro escritor, personalidades y expertos.
Nos reunimos para planificar la estrategia. El ámbito era hostil y debíamos ser cautos en nuestra interacción con los campesinos. Sugerí que, fieles a sus normas recíprocas, fuéramos provistos de hojas de coca, azúcar, galletas y aguardiente. Asimismo, consideramos que previo a ese gesto Mario debía honrar con tres hojas de coca redonda al Qarwaraso, su montaña tutelar, dirigiéndoles unas palabra de saludo traducidas al quechua. A continuación, asperjar licor hacia los cuatro puntos cardenales y derramar un poco para la madre tierra. Le preguntamos a Mario su opinión. Fue gratificante oírlo decir que estaba de acuerdo con nosotros, que seguiría al pie de la letra nuestra propuesta.
No había ni un alma cuando llegamos a Uchuraccay. Solo encontramos al sacristán, a quien le pedimos repicar las campanas para convocar a cabildo. A su llamado, comenzaron a descender los campesinos para reunirse en el espacio donde acostumbraban tener sus reuniones. Cuando hubo un buen número, procedimos a nuestro ritual. Se repartieron las vituallas que llevamos y se dio paso al conversatorio muy fecundo. Allí, ellos reconocieron que, pensando que los periodistas eran senderistas, les habían dado muerte. Estaban arrepentidos por la equivocación. Y sellaron su amistad con nosotros con una demostración de sus rituales carnavalescos.
Recuerdos a retazos en el Hay Festival

Cristina Fuentes La Roche (Directora Internacional, Hay Festival Foundation)
Mario fue un gran asiduo del Hay Festival. Lo recuerdo en especial en Cartagena, en el año 2013, conversando con Julian Barnes sobre Flaubert. Una conversación parecida a la que habían tenido en 1996 en el Hay Festival de Gales, en Hay-on-Wye, la primera visita de Mario al Festival. Entonces nunca se imaginaron que tendrían otro match-literario sobre Madame Bovary. ¡Y en el Caribe! Llenaron dos teatros.
En ese mismo festival, conversando en una recepción, él y Patricia nos sugirieron Arequipa como sede de un posible Hay Festival. Recuerdo perfectamente sus palabras: “Perú ha crecido mucho económicamente, pero está necesitado de espacios como este que propicien intercambio con el mundo y conversaciones diversas”. Ahí fuimos. Y no se equivocó. El Hay Festival y Arequipa tuvieron un flechazo a primera vista. Mario participó en el Hay Festival Arequipa en el 2018, y haciendo gala de su gran generosidad aceptó tres participaciones más. En la última, recuerdo la charla con Salman Rushdie, moderada por Leila Guerreiro. Estaba afónico, pero logró hacerse entender. Hizo eso que tanto le gustaba: ejercer el gran arte de la conversación, el acto más humano posible.