Horacio Quiroga murió un día como hoy hace 78 años
Horacio Quiroga murió un día como hoy hace 78 años
Redacción EC

RAÚL MENDOZA CÁNEPA )

La existencia tiene una cara dual, la fatalidad que nos captura y la vida que resplandece en la naturaleza que nos sobrevive. Quiroga entendió que en medio de las desgracias inexorables, la selva se torna en un refugio natural, en una persistente señal de vida. 


La muerte


La vida trágica de Quiroga se inicia con la muerte de su padre por un accidente de escopeta. Más tarde su padrastro habría de suicidarse frente a él. Como en una seguidilla de sombras, dos de sus hermanas mueren por la tifoidea en El Chaco. Poco tiempo después el cuentista mataría de un disparo casual a su amigo Federico Ferrando. 


Las nieblas continuaron cerniéndose sobre él. Tras más de cinco años de matrimonio su primera esposa toma la decisión fatal de envenenarse. Algunos años después él optaría por el cianuro, alertado de un intratable cáncer de próstata. Le seguirían los pasos sus hijos Eglé y Darío. El suicidio parecía tornarse en un sino familiar. Su amigo Leopoldo Lugones bebería whisky con cianuro y su amiga Alfonsina Storni se internaría en el mar.


La vida


Tras la muerte de su amigo Ferrando, Quiroga quedó devastado, hurgó sendas extrañas a las habituales. Una de ellas habría de llegar de la mano de Lugones, con quien realizaría una expedición a Misiones. Sería su fotógrafo. Aquellas frondas y el verdor descomunal ejercerían una gran fascinación sobre él. Quiroga adoptó la vida silvestre, abandonó el dandismo en la selva. El sofoco y las fatigas fortalecieron su carácter; el asma y la dispepsia dejaron de ser un problema. Maravillado por la vida natural, el escritor compraría un terreno donde se instalaría algunos años después. En una cabaña precaria vivió con Ana María Cirés, su primera esposa. Allí nacieron sus hijos Eglé y Darío. Fueron siete años hasta el suicidio de Ana María. Mediando incursiones esporádicas, volvería definitivamente 17 años después.


La vida urbana no entusiasmaba al narrador. La alternativa de la vida en la selva era su extremo tentador. Esta elección se explica en uno de sus más celebrados cuentos (El sueño), donde relata la vida de un hombre que se va al Guayra a vivir a solas, extenuado por la civilización. Es fácil vincular a Quiroga con Robinson Crusoe (de Daniel Defoe) o con Henry David Thoreau, el solitario filósofo de los bosques. Como el primero, construyó a mano su propio entorno, además cultivó sus alimentos y fungió de artífice de su propio mobiliario.


Historias 


Quiroga era un escritor naturalista, observó la flora y la fauna. Asombrado por sus conocimientos de la vida salvaje dotó de voz a los animales. Ellos fueron algunos de sus personajes más entrañables. En “Cuentos de la selva” (1918), el hombre se muestra como un compañero leal de la fauna o como un fiero enemigo de ella. El escritor extrañaba las malezas y las frondas, los rugidos y trinos de los que se había alejado hacía algunos años.


El libro reúne ocho cuentos sobre la selva en el que interactúan la tortuga, los flamencos, el loro pelado, el yacaré, el venado, el yabeberí, el coatí y la abeja. El giro de cada historia las convierte en genuinas fábulas. En “La tortuga gigante” rutila la amistad entre el hombre y el animal.  En “Las medias de los flamencos” se mira con candorosa admiración el color de las patas de estas aves. Pero, los flamencos pretenden la piel de las serpientes. 

La literatura de las selvas obró como un escondite para el autor, atormentado por su destino. Su mundo fantástico nos recuerda que aún en la tragedia más empecinada, la naturaleza se ofrece como la manifestación de la vida que se prolonga y se extiende sobre el futuro. 

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