
En homenaje a Mario Vargas Llosa, compartimos 20 historias en torno a nuestro Premio Nobel, las cuales están divididas en cuatro entregas. A continuación los enlaces de los demás relatos:
- Mario Vargas Llosa: 5 historias alrededor del Premio Nobel
- Recordando a Mario Vargas Llosa a través de quienes lo conocieron
- La huella de Mario Vargas Llosa en palabras de sus más cercanos
El escribidor y el mar

Guillermo Niño de Guzmán (escritor y periodista)
A Mario le gustaba mucho La Herradura. Desde comienzos de los años ochenta, cuando se preocupó, muy generosamente, por encontrarme un editor para mi primer libro, nuestra amistad se hizo más estrecha. Tanto así que me invitó a correr con él cada mañana, en torno al parque Melitón Porras de Miraflores. Eso era de lunes a viernes. Sin embargo, los sábados estaban destinados a un reto mayor: había que correr desde su casa hasta La Herradura, unos cinco kilómetros. Esto suponía un gran padecimiento para mí debido a mis pies extremadamente planos (dignos de un museo, según un médico ortopédico). Por supuesto, nunca se lo revelé a Mario. Porque, pese al dolor, mientras trotábamos disfrutaba del privilegio de recibir las mejores lecciones sobre el arte de escribir que podía obtener un joven letraherido. Luego, al llegar a la playa, Mario corría a darse un chapuzón como un niño alborozado ante el regalo del mar.
Otro recuerdo marino me lleva a Paracas, que siempre lo fascinó y donde solía ir a fines de año. Le encantaba Mendieta, una playa solitaria y de aguas cristalinas y turquesas, a la que Szyszlo dedicaría una notable serie de pinturas. El único inconveniente de aquella hermosa ensenada estaba en su mar helado, capaz de calarte hasta los huesos. Pero había una artimaña para contrarrestar esa molestia: disputar ardorosos partidos de fulbito antes del baño de rigor. Los equipos incluían a los hijos del escribidor, Álvaro y Gonzalo, y a los de Szyszlo y Blanca Varela, Vicente y Lorenzo, entre los jóvenes. En cuanto a los mayores, curiosamente, Mario destacaba como una figura central. Sabía que era un forofo del fútbol, pero nunca lo había visto luchar una pelota con tanto entusiasmo y denuedo, ¡y a sus casi cincuenta años! Sin duda, esa entrega y pasión eran las mismas con que acometía su oficio de escritor y libraba los desafíos en su vida cotidiana. Después, venía la promesa del mar. Allí, en ese lugar que tanto amó, los vientos paracas irradiarán sus cenizas por toda la eternidad.
Uno de los nuestros

Alberto Isola (actor y director de teatro)
Cuando empezamos a ensayar La Chunga en el verano de 1986 con el grupo Ensayo, el director Lucho Peirano nos comunicó que “el autor” (como lo llamaríamos afectuosamente desde entonces) nos acompañaría en algunos ensayos. Recibimos la noticia con una mezcla de entusiasmo y pánico. ¡Vargas Llosa entre nosotros! Imaginábamos una mirada severa y acechante que no toleraría el menor cambio a su texto. Sucedió todo lo contrario. Descubrimos entonces la fascinación de Mario por el quehacer teatral, por ver como su historia se hacía realidad en el escenario, por el trabajo de los actores, por todos los aspectos del montaje. Pronto se nos uniría en escena. Literalmente. Una mañana se presentó en buzo y zapatillas, impecables claro, y participo en nuestro calentamiento, como uno más. Luego, ya en confianza, sabríamos de su deseo de ser actor desde la adolescencia. Años más tarde, montando Al pie del Támesis, en el Teatro Británico, también dirigida por Lucho Peirano, nos acompañó durante todos los ensayos. Sus risas, sus comentarios y preguntas durante los descansos eran siempre un regalo. Al final de la obra, mi personaje tenía un hermoso monólogo. En un ensayo, nos dimos cuenta de que un cambio complicado de vestuario sobrepasaba en duración a lo que había escrito. Mario no solamente reescribió el monologo para que alcanzara el tiempo, logró que el texto nuevo fuera el pasaje más potente y hermoso de la obra. Verlo años después en escena como actor no fue más que la consecuencia lógica de su amor y su curiosidad indesmayables por el teatro. Definitivamente, “el autor” era uno de los nuestros.
El sueño de mi padre era conocerlo

Jeremías Gamboa (escritor y periodista)
Había ido a encontrarme con Mario en su casa de la calle Flora, en Madrid. Se trataría de una visita breve. Iba a ir a Barcelona a conocer a Carmen Balcells, y él quería verme y sobre todo aconsejarme sobre la manera de acercarme a ella y enfrentar todo lo que vendría con el lanzamiento de “Contarlo todo”: el mareo de la exposición, la mezquindad de los críticos, la furia de los haters pero sobre todo la necesidad de seguir trabajando contra viento y marea. La pregunta, claro, llegó de manera inevitable: “¿Y ahora? –me dijo–, ¿qué estás escribiendo?”. Le contesté que me documentaba para emprender una novela inspirada en la vida de mi padre, un campesino ayacuchano que luego de migrar a la ciudad se convirtió en lector de literatura y de pronto ya estaba contándole su historia. Mario saltó de su siento y llamó de viva voz a Patricia, que se sentó a su lado a escucharme atentamente. Solo por eso me atreví: le dije a él que como nunca le había pedido un favor (y era cierto, nunca lo había hecho), quería que, cuando estuviera en Lima, me permitiera llevar a mi papá a su estudio de Barranco para conocerlo. Era uno de los sueños de mi padre. Mario me dijo que lo dé por descontado. Por eso me sorprendí tanto cuando meses después, en una reunión en que me encontré con Patricia y le hice recordar la promesa del Nobel, ella me respondió que no iba a poder ser. Aun me veo delante de ella sin saber qué pensar. “No va a poder ser –me dijo– porque Mario no quiere recibirlo en su estudio; quiere ir a su casa a visitarlo”. Y ocurrió. En San Luis. El martes 26 de noviembre de 2013. Pero la historia de ese encuentro, por supuesto, excede mucho el espacio que tengo en este reportaje.
Reír como arequipeño

Teresa Ruiz Rosas (escritora y traductora arequipeña)
Lo conocí en Fránkfurt, felicitándolo por el Friedenspreis. Me ruboricé, había leído mi Copista. Me sorprendió su risa, me enterneció que en Arequipa hubiese pisado „Trilce“, nuestra librería. Lo había visto en Barcelona presentando La Guerra del fin del mundo en el Aula Magna.
En 1998, con colegas, lo invitamos a Colonia con Elke Wehr, su traductora. Al contarle que viajé a Budapest a los 19, segura de llegar al paraíso, rio. «Tu risa es arequipeña, Mario», y rio más; quise decir que era un rasgo revelador, tal afirmaba Dostoievski, quien tiene una risa comunicativa, irresistible, es de buena entraña.
Una conexión anglo-brasileña entre Borges y Vargas Llosa

Fernando Iwasaki (escritor e historiador)
Para los menores de 45 años, imaginarse el mundo antes de internet conlleva un arduo ejercicio de imaginación, pues la era analógica resulta muchas veces inaprehensible para las nuevas generaciones. En ese contexto deseo situar el proceso de documentación llevado a cabo por Mario Vargas Llosa para escribir La guerra del fin del mundo (1981), una novela extraordinaria que le exigió la búsqueda y lectura de fuentes en varias lenguas, pues Os Sertões (1902) de Euclides da Cunha sólo fue una de las tantas obras de referencia en portugués, sin contar memorias y documentos procedentes de archivos y hemerotecas. No obstante, la rebelión de Canudos fue materia de A Brazilian Mystic: Being the Life and Miracles of Antonio Conselheiro (1920), un libro de Robert B. Cunninghame Graham -escritor, jinete y fundador del partido socialista escocés, amigo de Joseph Conrad y enamorado del mundo hispano-, a quien Vargas Llosa convirtió en Galileo Gall, el anarquista y frenólogo escocés obsesionado con la insurrección del Sertão. ¿Por qué debería interesarnos Cunninghame Graham? Porque Borges se inspiró en sus cuentos de gauchos para escribir los suyos y porque también lo convirtió en uno de los personajes que pululan por El informe de Brodie (1970). Por cierto, al Conselheiro podemos encontrarlo en otros textos borgeanos, como el ensayo «Una vindicación del falso Basílides» y en el relato «Tres versiones de Judas», lo que supone una conexión secreta entre Borges y Vargas Llosa, basada en la lectura y la documentación en los tiempos del lápiz, las fichas y la memoria.