Larga vida al gurrumino. Columna semanal de Jaime Bedoya
Larga vida al gurrumino. Columna semanal de Jaime Bedoya
Jaime Bedoya

Hay hombres que merecen un altar. Son aquellos que sin reparar en el menoscabo de su autodeterminación viril se subyugan incondicionalmente a las directivas de la consorte. Sin dudas, murmuraciones, ni complejos. La nobleza implícita que este desprendimiento encierra reside en el carácter generoso de su ofrenda. Mientras ellos se someten de forma voluntaria a la emasculación simbólica, el resto de varones, así sea una ilusión fruto de la comparación, puede seguir creyendo que ellos sí deciden libremente su porvenir. Honor al gurrumino, héroe sin laureles.

Melodioso adjetivo tetrasílabo, gurrumino es la palabra de la lengua española con la que la Academia se refiere al hombre con condescendencia y contemplación excesiva con la mujer propia. Su etimología, acaso marcada por el inseguro pudor masculino, es incierta, oscura y olvidada. Filólogos y lingüistas debaten entre sí postulando las más curiosas tesis. Procedería el vocablo de la voz gorobino, que significa joroba. También se menciona la posible influencia de urruma, expresión vasca para referirse al lamento de hombre. A lo que se le suma la innegable influencia de la forma gurrión, que es como en asturleonés se llama al pichón sin plumas del gorrión: animalillo más pusilánime y frágil no hay.

Encorvado, llorón e indefenso podrían ser tres calificativos adecuados para describir la esencia última del gurrumino. Pero no suficientes ni a la altura de la categoría de su inmolación. 

Freud no lo dijo, pero lo pensó: el matrimonio es la mutilación inconsciente del miembro viril. Por lo que, como sostienen algunos autores (1), las dolencias varias del casado maduro no son sino manifestaciones de protesta del susodicho apéndice que reclama su perdida prelación por medio del dolor lumbar o la insuficiencia cardíaca. Recuérdese que don Juan Tenorio, libre entre libres en estos menesteres, muere sano (2). 

“in ne se faut jamais envieillir dans un seul trou”, escribió el libertino Pierre de Bourdeille a manera de antídoto último del antigurrumismo (3). No solo refutando este postulado sino haciendo del connubio su única trinchera, el gurrumino químicamente puro se cuadra ante el cónyuge como el recluta ante el sargento, haciendo oídos sordos a lo que el mundo diga de él. Y hace bien. Porque peores nombres habrá de recibir. Mandilón le dirán en México, mandacho en Bolivia, o el brutal pussy whacked en el mundo anglosajón. Estoico y amansado, este elevará la frente por encima de la maledicencia, reservando su plena atención al mandato conyugal, que es lo suyo. 

Y, nuevamente, hace bien. Como bien señalan algunos especialistas a propósito de escenas públicas de gurrumismo local, amar no es un delito. Ser un sacolargo tampoco.

(1) Léase: "Don Juan. El héroe", de Ariel C. Arango. 
(2) Y por añadidura, perdonado por doña Inés, asciende a los cielos con ella.

(3) “No se debe envejecer jamás en un solo agujero”. El “Abad de Brantôme” (1540-1614), escritor y aventurero, pergeñó títulos como "Mujeres que hacen el amor y sus maridos cornudos".

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