Cuando los grupos superan los 150 individuos necesitan de un sistema organizacional para funcionar de forma cohesionada.
Cuando los grupos superan los 150 individuos necesitan de un sistema organizacional para funcionar de forma cohesionada.

Joan Praga

Que el hombre es un ser social por naturaleza y necesita relacionarse para sobrevivir lo sabemos bien. Lo dijo Aristóteles, en el siglo III a. C. y lo comprende plenamente hoy Mark Zuckerberg, quien lleva años amasando una fortuna gracias a la red social que creó y que ¿facilita?, ¿amplía? la interacción entre seres humanos. Pero, aunque parece que ahora las posibilidades de socialización son infinitas, la naturaleza humana no permite que así sea. No importa que puedas seguir en Twitter un número ilimitado de individuos o que Facebook admita hasta cinco mil amigos por persona. El problema es que nuestro cerebro no puede manejar más de 150 relaciones personales.

En 1993 el antropólogo, psicólogo y biólogo evolucionista británico Robin Dunbar desarrolló su famosa teoría del cerebro social, en la que mostró que el tamaño del neocórtex —la parte del cerebro que regula las emociones y las capacidades cognitivas— es el principal indicador del tamaño de los grupos sociales. Especialista en primates, Dunbar empezó a estudiar su teoría en ellos y pasó luego a los seres humanos. Creó una fórmula que relaciona el tamaño del grupo en el que un individuo se desenvuelve y el de su corteza; determinó, así, que el máximo de miembros de una comunidad humana, perfectamente cohesionada y distribuida, es de 147,8, cifra que redondeó a 150 y que se conoce como el número de Dunbar.

Los humanos integramos grupos sociales más grandes que el resto de primates porque el tamaño de nuestra corteza es proporcionalmente mayor a la de los demás animales, lo que genera que usemos vínculos de socialización más sofisticados que otras especies. Eso, como suele señalar el historiador israelí Yuval Noah Harari, es lo que nos ha permitido ser los ‘amos del mundo’. Aun así, la cantidad de capital social de una persona no es infinita, pues el tiempo y la energía de los que disponemos son limitados.

Dunbar concluye que gestionamos nuestras amistades en círculos de la siguiente manera: podemos mantener una relación muy estrecha con tres o cinco personas (círculo uno), tener alrededor de diez buenas amistades (círculo dos), manejarnos en un grupo más amplio de unas 30-35 personas con las que tratamos frecuentemente (círculo tres) y tener hasta un centenar de conocidos en nuestro día a día (círculo cuatro).

El siglo XXI planteó entonces un reto: ¿cómo podemos tener hasta cinco mil ‘amigos’ en Facebook?

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Muchas cosas han puesto a prueba el número Dunbar, pero ninguna como las redes sociales. Por ello, el 2016 el mismo científico realizó un estudio sobre la validez de su teoría analizando la gestión de amistades en redes en tres mil individuos y concluyó que, por más que se tengan miles de contactos, en la práctica es difícil seguir el día a día de más de 150 personas. Al respecto, en una entrevista para la revista Forbes, Dunbar afirmó que “mientras puedes proclamar que tienes esta gigantesca red de personas que conoces —en un sentido vago la mayoría de las veces—, yo no las llamaría relaciones. Son voyeurs”.

La revista electrónica de la Fundación de la Universidad de México (UNAM) publicó un artículo que sostiene dicha afirmación. Destacó que la mayoría de interacciones en redes se limita a pulsar el botón me gusta sin saber más del contexto de las publicaciones y hasta sin conocer al autor detrás de ellas. Vivimos más en la exposición virtual que en la generación de vínculos reales, pues se tienen muchísimas relaciones al costo de que casi todas sean superficiales. Las redes están causando una cierta redistribución del esfuerzo que se dedica a cada relación: se tienen menos amigos y más conocidos.

El trabajo de Dunbar rescata que la interacción cara a cara implica que los individuos comparten elementos que refuerzan la relación en una forma que no puede ser sustituida en el mundo digital. Hace algunos años, en una entrevista con el diario The Guardian, el científico dijo: “Es verdad que ahora puedo saber qué has desayunado leyendo un tuit, pero ¿significa eso que te conozco mejor?”.

El incremento de usuarios de redes en el mundo entero se ha triplicado en los últimos dos años y eso, advierte la UNAM, tendrá un impacto tremendo, quizá a largo plazo, en los hombres, su forma de relacionarse, su estructura de existencia, la cultura y el mundo en general. Visto esto, Dunbar no descarta la posibilidad de que los seres humanos cambiemos los límites de nuestra vida social, pues ya lo hemos hecho antes como parte de nuestra evolución natural. Él señala que, si somos capaces de funcionar en grupos más grandes que nuestros parientes primates, es porque hace más de diez mil años aprendimos a hablar, y la comunicación nos ayudó a cohesionarnos. Y hasta que algo así de revolucionario no suceda, él afirma que su número no va a cambiar.

Ya que ninguna investigación ha podido rebatir su teoría, parece que podemos creer en su palabra.

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