Enrique Planas

había comprado la casa del 12305 de Fifth Helena Drive, en Brentwood, en febrero de 1962. Se mudó allí el 10 de marzo. La noche del 4 de agosto, el detective Freddy Otash colocó su maletín de pruebas forenses sobre la cama de la actriz. Sacó su cámara Polaroid, acopló el flash y disparó sobre el cuerpo de la actriz: capturó la mesita de noche y el brazo inerte de la diva, el teléfono, los frascos de pastillas (Nembutal, Seconal, hidrato de cloral) y pequeñas botellas de vodka. También el revuelto cabello rubio sobre la almohada, los guiones apilados, excremento de ratón y un radiodespertador caído al suelo en posición vertical. En el cojín de una silla había un muñeco vudú de Jackie Kennedy, la primera dama.

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Otash, exagente de policía de Los Ángeles, metió la mano por debajo de la sábana y tocó la pierna de Marilyn, que yacía encogida decúbito bajo la sábana blanca. Ya estaba fría.

— Un detective corrupto —

Jerga dura (que la traducción española torna a veces insufrible), conspiraciones de alto nivel, sexo sórdido, escándalo y nihilismo. En “Los seductores”, la más reciente novela de James Ellroy (Los Ángeles, 1948), realidad y ficción se confunden hasta volverse indivisibles. Escrita con una prosa hipnótica, rápida y directa, la novela vuelve a convocar al personaje de Otash, tras aparecer en “Widespread Panic”, escrita en el 2021. El corrupto expolicía espía a la actriz meses antes de su misteriosa muerte para sacar a la luz los secretos sucios de los hermanos Kennedy por encargo del líder sindical Jimmy Hoffa. Teléfonos intervenidos, puestos de escucha, turnos de vigilancia. Monroe telefonea a farmacias y encarga medicamentos. Luego llamaba a la central de la Casa Blanca y al Departamento de Justicia. Pide a gritos que la comuniquen con el presidente y con el fiscal general, John F. Kennedy y su hermano Robert, respectivamente.

Entre otros tipos a espiar destaca el actor Peter Lawford, casado con una de las hermanas Kennedy, y quien manejaba el catálogo de jóvenes actrices ofrecidas al mandatario para su disfrute. Así, Ellroy urde una trama sobre el crimen de la actriz, pero también sobre la decadencia de Hollywood, la corrupción de la policía, los negocios turbios de los grandes estudios, incluso el naciente tráfico de droga en Tijuana. La tragedia de Marilyn, la ‘Ramera de Babilonia’, como la llamaban sus colegas, se conecta con los intereses mafiosos de Jimmy Hoffa, la obsesión íntima de los hermanos Kennedy y de todo un Hollywood asustado por el fracaso de “Cleopatra” a causa de los caprichos de Liz Taylor. Todas las piezas importan.

Portada del libro de James Ellroy.
Portada del libro de James Ellroy.

Basado en un detective real del Hollywood de los años sesenta, Freddy Otash realmente llegó a espiar a Marilyn Monroe, sembrando de micrófonos su casa de Brentwood. Llegó a asegurar haber escuchado su muerte, incluso. Ellroy conoció a Otash, a quien definió en una entrevista al diario español “La Vanguardia” como “un saco de mierda”, nada menos. Por el contrario, en su novela su personaje es un hombre guapo, encantador, temeroso, vulnerable y profundamente moral. “Otash vivió una vida que yo quería conocer. Cuando yo era un niño, también me resultaba agradable andar por ahí espiando por las ventanas y entrando en las casas y haciendo cosas como las que Freddie hace rutinariamente. Pero lo convertí en otra cosa”, señala el escritor.

Para el detective, buscar la justicia sería una ingenuidad. Su propósito es la difamación y la exoneración de algunos culpables. Y, de paso, sobrevivir a las intrigas del poder.

— Una rubia no santa —

Ellroy ofrece en “Los seductores (Ramdom House) un retrato absolutamente desidealizado de Marilyn. El escritor tenía 14 años cuando los hechos narrados en su novela tuvieron lugar, y está claro que el ‘Perro Loco’ (como lo apodan los medios estadounidenses por su mal carácter con los periodistas) no es fan de la actriz: “Marilyn era estúpida, superficial, pretenciosa, abusiva, barata, despectiva y cruel con la gente. Era simplemente otra monstruosa actriz de Hollywood. Proyectaba un nivel de encantamiento de bajo nivel”, declaró con su característico fraseo breve y enfático a la prensa española en la promoción de su novela en Madrid. El autor de “L.A. Confidential” abunda sobre las excentricidades de Monroe y los secretos sucios que guarda de los hermanos Kennedy. Se incluye el actuar de mafias sindicales, la industria porno, los secuestros de actrices y el papel de los tratantes de blancas.

En su novela, detrás de los resultados de una autopsia que sugiere un suicidio por sobredosis de barbitúricos, Ellroy desarrolla audaces hipótesis que relacionan a la actriz con el naciente narcotráfico desde Tijuana, describiendo viajes de incógnito a México, con el rostro hinchado de colágeno para pasar desapercibida. Pero al preguntársele por las teorías conspirativas sobre su muerte, él tiene claro que no se las puede tomar en serio. “Monroe era adicta al Nembutal y alcohólica, mezclar esas drogas es mortal. Y ella lo hizo durante años”, afirma el autor estadounidense. “Aunque valía la pena poner a alguien como Freddy Otash a ocuparse de la investigación, Kennedy no mataba gente”, añade.