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La necesidad de volver a los concursos de arquitectura - 1
Jorge Paredes Laos

A lo lejos parece una columna blanca que corta el cielo gris de la ciudad, coronada por una silueta oscura y alada como un ave. Entre el tráfico insoportable de las primeras cuadras de la avenida Colonial —pocos la llaman Óscar R. Benavides— y la tierra de nadie en que se ha convertido esta zona de Lima, resulta difícil imaginar que ahí, a unos metros, se levanta una joya arquitectónica del siglo XIX. Un monumento construido en París por el arquitecto Edmond Guillaume y el escultor León Cugnot, quienes lo diseñaron luego de ganar un sonado concurso internacional en el que participaron los artistas más renombrados de la época, entre ellos, el mismísimo creador de la neoyorquina Estatua de la Libertad. Si uno logra cruzar la temeraria pista que bordea la plaza, notará que la columna gigantesca —de más de veintitrés metros de altura y cinco de diámetro— está hecha de mármol y bronce, y que la extraña efigie alada es en realidad una mujer que representa a Nike, la diosa de la victoria, y que lleva en cada uno de sus brazos abiertos un laurel y una espada. 
    Este monumento al 2 de Mayo fue el punto de partida de la transformación urbana de Lima. Su inauguración, en 1874, donde se iniciaba el camino hacia el Callao, marcó un antes y un después en una ciudad que dejaba su sello religioso de iglesias y monasterios para convertirse, de a pocos, en una urbe cívica que celebraba sus gestas republicanas y abría grandes bulevares arbolados, como bien explica la artista Johanna Hamann en un libro de reciente aparición —"Leguía, el Centenario y sus monumentos. Lima: 1919-1930"—. Y, en segundo lugar, esta escultura es importante porque estableció un precedente en la construcción de los espacios públicos en el país, algo que se repetiría durante casi todo el siglo XX; es decir, se convocaban concursos internacionales en los que participaban arquitectos, escultores y artistas, quienes presentaban sus proyectos a un jurado calificador. Una costumbre que nos legó obras emblemáticas como la plaza San Martín en 1921, la remodelación de la Plaza de Armas en 1952, o la construcción del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez en la década de 1960. 
    Esta práctica, sin embargo, llegó a su fin en 1997, cuando se promulgó la nueva Ley de Contrataciones y Adquisiciones del Estado. En términos sencillos, se puso fin a los concursos arquitectónicos y se pasó al mecanismo de las licitaciones para encargar las obras públicas al mejor postor: un método que cambiaba diseño y calidad arquitectónica por economía y rapidez.
     Marta Morelli, vicepresidenta de la Asociación de Estudios de Arquitectura, lo explica así: “Desde entonces, la única forma de licitar las obras públicas ha sido a través de un expediente, en el que la opinión arquitectónica es una variable mínima dentro de otras. Entonces, no gana el mejor diseño ni la mejor propuesta para la ciudad, sino el proyecto más económico. Bajo esta premisa estamos construyendo la ciudad en estos últimos años”. Desde 1997, las grandes obras ya no las discuten tanto los arquitectos o los urbanistas como las consultoras y los inversionistas. 
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El arquitecto Adolfo Córdova es una leyenda de la arquitectura en el Perú. A sus casi 92 años está feliz porque su querida residencial San Felipe está próxima al medio siglo de existencia. Sentado en el café Aguaymanto, frente a la placita de la residencial que él mismo remodeló, dice que antes “las mejores obras se hacían por concurso, y estos eran organizados por el Colegio de Arquitectos”. Recuerda, por ejemplo, la convocatoria para la construcción de las viviendas sociales de Previ, el conjunto habitacional creado en 1968 en Lima norte. Ahí participaron profesionales de distintos países y en el equipo que resultó ganador había varios alumnos suyos. “Fue un concurso valiosísimo —señala—, precisamente porque participaron equipos de todo el mundo”.  
    Luego hace memoria y cuenta: “Yo gané dos concursos. Uno para construir una residencial en Arequipa [Nicolás de Piérola], en una zona que antes era un tugurio y que se transformó en un conjunto habitacional. Y otro fue Julio C. Tello, en San Miguel. Se hicieron cuatro torres de cinco pisos, con mil viviendas que hoy se conservan muy bien”, asegura con orgullo.
    La época dorada de los concursos arquitectónicos en el Perú se inició en la década del sesenta y se prolongó hasta inicios de los años ochenta, tiempo en el que se construyeron edificios emblemáticos como los de Petroperú, el Ministerio de Pesquería —que hoy aloja al Ministerio de Cultura y al Museo de la Nación—, el Pentagonito, el edificio de la Comunidad Andina y el Centro Cívico. Todos estos espacios comparten una estética común: son gigantescas moles de tono oscuro que irrumpen en el espacio con una imponente sobriedad. Se trata de un estilo que el arquitecto Wiley Ludeña califica como brutalismo, nombre que no es peyorativo sino que fue creado por el crítico inglés Reyner Banham, quien convirtió el término francés béton brut (hormigón crudo) en brutalism. 
    “Se trata de una arquitectura que se apoya en una nueva ética y estética de veracidad constructiva y espacial”, dice Ludeña, quien también es profesor universitario y director de la revista Urbes. “Bajo esta óptica, todo debería ser visto en crudo, directo y sin subterfugios, desde el hormigón de las paredes hasta las tuberías de agua y desagüe, que deberían flotar en el aire”, comenta. 
    Pero si de polémicas y concursos se trata, debemos retroceder unas décadas más atrás, entre 1939 y 1952, cuando se realizó la remodelación de la principal plaza del país. Entonces, el debate estuvo encendido. “El plan de la remodelación integral de la Plaza de Armas empezó a ser considerado desde 1924, en pleno oncenio de Leguía, pero recién entre 1939 y 1952 se concretaron dichas obras”, narra Ludeña. 
    El proyecto ganador fue el de Emilio Harth-Terré y José Álvarez Calderón, e implicaba la desaparición de las antiguas construcciones del siglo XVII como los portales de Escribanos y Botoneros (erigidos en 1692) y los balcones republicanos de 1855. En síntesis, se modificaba todo el perímetro de la plaza a excepción del Palacio de Gobierno y la Catedral. Según la propuesta ganadora, se buscaba dar al conjunto una imagen neocolonial. Esto agitó más las aguas, sobre todo entre los jóvenes arquitectos de la Agrupación Espacio, quienes dijeron que la propuesta apelaba a una “tradición falsaria y al pastiche como norma de diseño en lugar de una arquitectura impregnada de contemporaneidad”. “Una auténtica puesta en escena con mucho de hipérbole y de cita obvia al pasado”, dice Ludeña, quien recuerda que entonces, con algo de injusticia, se acusó al proyecto de “harterricidio”, jugando con el apellido del arquitecto ganador. 
    Muchos años después, Adolfo Córdova, uno de los fundadores de la Agrupación Espacio —junto con su profesor, el recordado Luis “Cartucho” Miró Quesada Garland—, prefiere evocar con una gran sonrisa esos intensos debates por la mejora de la arquitectura en el país. “Publicábamos nuestras ideas en El Comercio —cuenta—. Si usted revisa esas páginas, se dará cuenta de cómo opinábamos de todo, semanalmente, y nos hacían caso. Nosotros evitamos que en la Plaza de Armas se abriera una plaza llamada Castilla, al costado de Palacio, donde hoy está la calle que da a la Casa de la Literatura Peruana. Fue una época fabulosa”. 
    Mientras apura su taza de café, el maestro nos dice con voz baja, como si nos confesara algo: “El último gran concurso que se hizo en Lima fue para la construcción de la nueva sede de la Biblioteca Nacional, en San Borja, a mediados de los años noventa. Fue antes de la nueva ley”. 

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El antiguo Parque de la Exposición debe ser uno de los espacios con mayor tradición arquitectónica de la capital. Esta historia data de 1869, cuando el presidente José Balta anunció la construcción de un edificio que debía albergar la Gran Muestra de Artes, Ciencias e Industrias, que al estilo de las exposiciones universales europeas reuniría en Lima la producción agrícola y manufacturera del país. El edificio se levantó en un extremo de las antiguas murallas, entre las portadas de Juan Simón y de Guadalupe, junto a jardines y arboledas. Se inauguró el 28 de julio de 1872 y, como manifiesta Johanna Hamann en el referido libro, esto “sentó un precedente de los inicios de la demolición del cinturón amurallado y del comienzo de la expansión de la ciudad hacia el sur”. 
    En 140 años este lugar ha sido testigo de exposiciones, maniobras militares durante la ocupación chilena, trabajos administrativos como sede momentánea del concejo metropolitano para, finalmente, ser restaurado entre 1957 y 1961, año en que se inauguró oficialmente el Museo de Arte de Lima (MALI). Hoy, este espacio es crucial para el desarrollo urbanístico de la ciudad de cara al próximo Bicentenario de la Independencia. Así lo entiende el arquitecto y fotógrafo Gary Leggett, organizador del concurso internacional para ampliar las instalaciones del MALI. En seis mil metros cuadrados, entre el cruce de la avenida Garcilaso de la Vega y el Paseo Colón, se proyecta construir en el subsuelo una serie de obras, desde galerías para colecciones de arte contemporáneo, una biblioteca y aulas para talleres artísticos, además de un café y almacenes. Todo estará bajo una plaza pública que se integrará al resto del recinto.  
    ¿Por qué se decide convocar un concurso internacional, como en las grandes obras del pasado?, le preguntamos, y Leggett responde: “Hay dos motivaciones. La primera es una respuesta al hecho de que el MALI, a pesar de ser una asociación que podríamos llamar privada, se encuentra en un espacio público que pertenece a todos los peruanos. Por eso creíamos apropiado abrir el diseño de estos espacios para que todos puedan participar. En segundo lugar, y es un tema que me interesa mucho, se trata de rescatar la importancia de los concursos como herramientas para transformar la ciudad”. 
    El jurado —integrado por tres especialistas extranjeros y dos peruanos— evaluará, entre otros criterios, la calidad del diseño arquitectónico, la flexibilidad de usos de las obras propuestas, la factibilidad de su construcción y la relación de la nueva ala con su entorno, es decir, con las futuras estaciones de las líneas 2 y 3 del Metro de Lima. El concurso se cerrará el próximo 3 de junio y el proyecto ganador se conocerá el 11 de julio. 
    “Se espera que la elaboración del proyecto y del expediente técnico demoren hasta fines del 2017, por lo que las obras deberían estar listas antes del Bicentenario. El sueño es que en el futuro estos trabajos formen parte de un corredor cultural que vaya desde el Parque de la Exposición hasta la Alameda de los Descalzos, en el Rímac”, dice Leggett. 
    Por la complejidad de los trabajos, se requieren coordinaciones previas con la Municipalidad de Lima, el Ministerio de Transportes y Comunicaciones y el propio consorcio que construye la línea del metro. “Todas las partes han mostrado su disposición —cuenta Leggett—. El objetivo es iniciar el debate para que las futuras obras en la ciudad, como las de la Costa Verde, por ejemplo, tengan como primer paso la realización de un verdadero concurso arquitectónico”.  

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Volver a este tipo de mecanismos no es tarea fácil. El principal obstáculo es la mencionada Ley de Contrataciones y Adquisiciones, tanto así que en los últimos tiempos se han buscado figuras alternativas para tratar que el diseño vuelva a ser parte importante de los proyectos. Esto sucedió en el nuevo Museo Nacional del Perú, en Pachacámac. “Es el museo más importante que va a tener el país  y por ello —explica Marta Morelli— la Asociación de Estudios de Arquitectura estuvo promoviendo que se haga por concurso. Como la ley no lo fijaba, con el Ministerio de Cultura encontramos una figura alternativa. Se convocó un concurso de ideas, sin premios ni honorarios, al que se presentaron muchos arquitectos del país”.
   La ganadora fue la arquitecta Alexia León Angell, con un equipo conformado por Luis Marcial, José Canziani y Paulo Dam. “Es un mecanismo que se encontró en ese momento para sacar adelante un proyecto importante, pero no es la norma ni la solución”, agrega Morelli. “Lo mejor tal vez sea abrir un camino en la misma legislación para permitir que quien quiera hacer una obra por concurso la pueda realizar”, opina el arquitecto Sharif Kahatt. “El solo hecho de participar en estos eventos implica recoger la opinión de mucha gente, generar un debate y no imponer obras en oficinas cerradas sin que nadie se entere”, añade. 
    No le falta razón, sobre todo después de lo sucedido con el criticado bypass de la avenida 28 de Julio. “Si seguimos así, lo peor está todavía por venir —se lamenta Kahatt—. Con ocasión de los próximos Juegos Panamericanos se están haciendo muchas obras sin concursos, como en las lagunas de oxidación de Villa El Salvador, que estaban destinadas para parques zonales. En 44 hectáreas se van a construir estadios y sedes deportivas, y todo se está haciendo únicamente por licitación, de manera pragmática”.   
    “Es tiempo de que los políticos y la sociedad civil entiendan algo importante. Solo se crea identidad y pertenencia en el espacio urbano a través de la arquitectura. ¿Alguien se identifica con algún edificio hecho en el Perú en los últimos años? ¿Lo sentimos nuestro? ¿Son una representación de nuestra cultura? Ninguno. Son, en el mejor de los casos, obras utilitarias. Tal vez puedan parecer más baratas pero al no estar diseñadas con criterios arquitectónicos con el tiempo no cumplen con las expectativas, tienen problemas de mantenimiento y necesitan ser remodeladas. A la larga son mucho más caras y, lo peor, es que el dinero sale de nuestros impuestos”, reflexiona Morelli.   

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Pero no todo está perdido. En la bandeja del correo electrónico, Gary Leggett nos deja, entusiasmado, un mensaje: “Quería contarte que la página del concurso ha sido vista, hasta hoy, por más de 16.000 usuarios de todo el mundo, y que hasta hace unos días había más de 300 inscritos. Algunos países eran de esperarse (Chile, Colombia, España, México, Japón, Brasil, Estados Unidos, Inglaterra, Portugal, Italia, Francia), pero otros nos han agarrado de sorpresa (Rusia, Mongolia, Arabia Saudita, Rumania, Taiwán, Senegal, Tailandia, India, Eslovenia, Egipto). El concurso ha puesto a Lima en la mira de muchos arquitectos alrededor del mundo”. Como en los viejos tiempos, cuando una escultura conmemorativa del combate del 2 de Mayo despertó el interés de artistas franceses; cuando, con todas sus polémicas y debates, los concursos eran capaces de generar lo que Wiley Ludeña llama “explosiones creativas”. Finalmente se trata de eso: generar ideas e imaginar proyectos que beneficien a la ciudad, es decir, a todos. 

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