Los sorbetes representan una mínima parte del problema de contaminación marina, pero su impacto sobre la fauna es riesgoso. [Foto: Getty Images]
Los sorbetes representan una mínima parte del problema de contaminación marina, pero su impacto sobre la fauna es riesgoso. [Foto: Getty Images]

Joan Praga

Pajitas, cañitas, sorbetes, popotes... llámelos como prefiera. ¿En serio necesitamos usarlos? El movimiento ambientalista ha mostrado argumentos sólidos para convencer a casi todo el mundo de que los sorbetes de plástico no son imprescindibles y que, en todo caso, pueden ser reemplazados por otros fabricados con materiales metálicos o biodegradables.

Sabemos que contribuyen al gran problema de la contaminación terrestre y acuática y que los animales marinos son los más afectados, pues los confunden con comida y se exponen a serios daños físicos. Es difícil olvidar la imagen de la pequeña tortuga marina que, en agosto del 2015, dos biólogos salvaron de morir al retirarle un sorbete de 12 centímetros que se le había incrustado en la nariz. ¿No lo vio? . El video tiene casi 33 millones de reproducciones.

Entonces, cuando parece que la discusión está zanjada, se abre un nuevo frente que plantea una pregunta totalmente válida: ¿qué sucede con las personas que, por algún tipo de discapacidad, necesitan usar este artilugio plástico? Entregados al entusiasmo ambientalista, nadie pensó en ellos. Pero no culpemos a los ambientalistas. Si tenemos en cuenta que en el mundo son pocos los países que se preocupan por los discapacitados en cosas tan cotidianas como el transporte público o la atención al cliente, es casi comprensible —más no justificable— que esta población haya escapado de los cálculos ecológicos.

                         —Los olvidados de siempre—
Las primeras voces en alzarse en contra de la supresión casi universal de los sorbetes de plástico han venido de Estados Unidos, Canadá e Inglaterra. Sarah Levis, activista canadiense por los derechos de las personas con discapacidad, escribió en su web Girl With The Cane: “Algunas discapacitados solo pueden beber líquidos a través de una pajita, como las personas con parálisis cerebral, atrofia muscular, distrofia muscular o cualquier discapacidad que hace que sea difícil agarrar, sostener o levantar una taza o beber de ella. Si las pajitas no están disponibles en lugares públicos, las personas con estas discapacidades no podrán beber en público, y eso es un problema de acceso”.

La británica Penny Pepper, en una columna publicada en The Guardian, añade: “Me incomoda que personas sin discapacidades hablen sobre el tema como si supieran la respuesta. ¿Saben por qué necesitamos pajitas de plástico y no de papel, de bambú, vidrio o metal? Las pajitas de papel generalmente no funcionan bien en líquidos calientes y no he encontrado unas flexibles y decentes. Las metálicas a menudo son anchas y no son buenas si tienes problemas de mordedura. Probé pajillas de silicona, que eran poco flexibles y muy anchas, y el vidrio no funciona con líquidos calientes, además de ser bastante frágil”.

El portal de noticias estadounidense NPR, en un interesante artículo al respecto, recoge las declaraciones de dos personas involucradas en el problema. La primera es de Lei Wiley-Mydske, activista autista. “Las personas con discapacidad tenemos que encontrar formas de navegar por el mundo porque sabemos que el mundo no fue hecho para nosotros”, dice. La segunda viene de Shaun Bickley, presidente de la Comisión de Seattle para Personas con Discapacidades: “En las redes sociales muchos preguntan qué hacían las personas con discapacidad antes de que se inventaran las pajitas de plástico. La respuesta es: aspiraron líquido en sus pulmones, desarrollaron neumonía y murieron”.

                                 —Un problema plástico—
Starbucks anunció que, para el 2020, eliminará el uso de todos los sorbetes de plástico en sus locales. El anuncio se dio en Estados Unidos, país en el que, según el Servicio de Parques Nacionales, se usan 500 millones de cañitas al día. En el Perú no hay cifras oficiales del uso, pero se sabe, gracias a las campañas ambientalistas, que su tiempo de degradación puede ser de hasta 200 años.

La legislación que propone reducir el uso de plásticos en nuestro país contempla que, progresivamente, las cañitas desaparezcan de los establecimientos. El debate sobre cómo podría afectar a las personas con discapacidad no se ha planteado aún por aquí. Y debería.

Así, ante el panorama que revisamos hoy, vale la pena rescatar un dato curioso: aunque el relato común atribuye la invención de los sorbetes al estadounidense Marvin Chester Stone en 1888, en 1870 su compatriota Eugene Chapin patentó un “tubo de beber para inválidos” flexible y que se fijaba al vaso mediante una pinza. Como para no olvidar incluirlos en el debate.

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