El 28 de diciembre de 1895, los hermanos franceses Auguste y Louis Lumière realizaron en París la primera proyección cinematográfica abierta al público. Para ello, eligieron el Salón Indio del Gran Café del Boulevard, un espacio de pocos metros cuadrados, bajo la premisa de “si es un fracaso, pasará inadvertido”. ¿Sabrían las 35 personas que asistieron a esa función que estaban pagando un franco por presenciar un momento que cambiaría el mundo? Si no lo sabían al entrar, lo tuvieron claro al salir. Georges Méliès, quien estuvo presente en dicha ocasión, escribió después que los espectadores quedaron boquiabiertos, estupefactos y sorprendidos más allá de lo que puede esperarse. Cinco años después, durante la Exposición Universal de París de 1900, los Lumière proyectaron su trabajo ante poco más de 80.000 personas. El cine se consolidaba así como el espectáculo de masas.
Aunque las películas de los Lumière apostaban por el registro documental, desde el inicio hubo esfuerzos por experimentar con las posibilidades del celuloide para contar historias diversas, como lo muestra la realización, en 1896, de El hada de los repollos, un cortometraje mudo francés basado en un cuento popular infantil. Fue la primera película dirigida por una mujer, Alice Guy y también la primera adaptación cinematográfica de un relato.
Raoul Gallaud, el dueño de la sala francesa Eden-Théâtre, emepezó a transmitir regularmente películas de los Lumière en 1899. La primera proyección reunió a 250 espectadores. Es considerado ahora la sala de cine más antigua del mundo.
La creación del espectáculo
Cuando, en 1902, el ilusionista y director de teatro francés Georges Méliès proyecta la primera película de ciencia ficción de la historia, Viaje a la Luna, se consolida la evolución no solo en la narrativa, sino también en la forma en la que se filmaban las historias. Méliès echó mano de todos sus conocimientos como teatrero y de su curiosidad inventiva para construir escenarios, acudir a rudimentarias técnicas para aplicar efectos especiales e incluso colorear la cinta para las proyecciones. Fue, probablemente, el primer realizador en explotar las posibilidades del cine como arte.
Mientras tanto, en Estados Unidos, la primera proyección pública de una película había sido en 1896, en Nueva York. Desde el primer momento, la conexión del público con el cine fue evidente, por lo que no escapó del ojo de las productoras su potencial comercial, y este aumentó cuanto más complejos se volvieron los productos cinematográficos.
En 1908 ocurre un hecho de vital importancia para la industria hollywoodense Tomás Alva Edinson, --quien en 1891 comercializó el kinetoscopio, el precursor del moderno proyector de películas-- funda la Motion Picture Patentes Company (MPPC), paraguas bajo la cual reúne diversas empresas relacionadas con la naciente industria cinematográfica. Así Edison obtuvo legalmente el control total del negocio: las patentes de las cámaras, de la película y de los proyectores. Esto significaba que los productores, distribuidores y exhibidores deberían pagar por una licencia para poder trabajar legalmente. Como respuesta se formó un movimiento independiente en contra de la medida y de la compañía; empezaron a usar proyectores, cámaras o películas modificados o conseguidos en el mercado negro. A decir del crítico Ricardo Bedoya, “esta es la prueba de que el cine nació siendo pirata”.
La MPPC se oponía a la dirección que estaba tomando el cine, defendía el cortometraje y atacaba al naciente starsystem por el que apostaban los independientes, cuyo cine empezó a formar estrellas como Florence Lawrence, actriz canadiense de formación teatral que llegó a trabajar en el cine en el año 1906. Entonces, la guerra entre independientes y la MPPC no era únicamente comercial, sino que estaban en juego los formatos, la creación, el consumo. Vale recordar que de esos independientes nacieron las majors: Universal, Paramount, MGM, Warner y Fox.
En 1911 se asienta el primer estudio cinematográfico en la zona de Hollywood: Nestor Motion Picture Company, fundado en 1909. Desde entonces, el distrito fue evolucionando hasta convertirse en la meca del cine mundial.
Mientras tanto, en el Perú, el cine era un espectáculo ambulante, pues las películas solían exhibirse en carpas itinerantes y en algunos teatros, hasta 1909, al menos, año en el que la Empresa del Cinema Teatro construyó la primera sala para este fin, el Cinema Teatro de la Calle Belén. Este fue el primer paso para una empresa que asumiría el monopolio del mercado fílmico nacional, tanto en la producción como en la distribución y la exhibición por las siguientes tres décadas. En 1913 se estrenó Negocio al Agua, comedia de cinco partes, escrita por Federico Blume y Corbacho. Esta cinta constituye la primera película de ficción peruana.
Volviendo al norte del mundo, la paternidad del cine de ficción estadounidense suele atribuirse a Edwin S. Porter, quien en 1903 innovó el montaje al unir diferentes fragmentos de distintas tomas de un filme para formar un todo narrativo y lo puso en práctica con la película de ocho minutos Asalto y robo de un tren. Pero con el estreno, en 1915, de El nacimiento de una nación, de D.W. Griffith, se establece una forma de narrar distinta de la que se había hecho hasta entonces, saliendo de los planos fijos, desplazando la cámara y abandonando la costumbre de filmar individuos solo de cuerpo completo con tomas panorámicas y primeros planos, así como montajes paralelos.
Esta obra convirtió el cine en una forma artística muy popular, y dio lugar a que en todo Estados Unidos aparecieran y prosperaran pequeñas salas de proyección, los llamados nickelodeons. En palabras del historiador de cine Charles Musser: “No es exagerado decir que el cine moderno se inició con los nickelodeons” . Ahora bien, la industria cinematográfica crecía cada vez más y los nickelodeons resultaron insuficientes. La demanda se hizo más grande, se producían más largometrajes, las ciudades crecían y, con ellas, su población y los adeptos al cine. La consolidación de la industria necesitó de salas grandes, cómodas y mejor equipadas. Nacían así las salas de cine.
A más tecnología, más cine
En 1916 llega al cine el sistema Technicolor, que permitió la realización de películas en color. Este es un punto de inflexión fundamental para la industria. El primer largometraje rodado completamente con este sistema fue Becky Sharp de Rouben Mamulian, estrenada en 1935, aunque artísticamente consiguió su máxima plenitud en 1939 con Lo que el viento se llevó.
Aunque cuando pensamos en tecnología es inevitable remitirnos al 3D, y lo imaginamos como algo muy reciente, lo cierto es que en 1922 se estrena The Power of Love, película muda estadounidense que se convierte el primer largometraje 3D estrenado comercialmente en el mundo. Es así que el 3D llega a la pantalla grande antes que el sonido, que llegó en 1927 con el estreno de El cantante de jazz , de Alan Crosland. El avance técnico que lo hizo posible fue el Vitaphone, sistema que permitía grabar bandas sonoras y textos hablados en discos que luego se reproducían al mismo tiempo que la película. En el Perú la primera película sonora peruana que se realizó fue Resaca (1934) dirigida por Alberto Santana ambientada en el mundo del boxeo.
La creación de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood se da el 11 de mayo de 1927, incluyendo como miembro honorario a Thomas Edison. Inicialmente se establecieron cinco ramas: productores, actores, directores, escritores y técnicos. El primer presidente fue Douglas Fairbanks. La primera ceremonia de los premios Oscar fue el 16 de mayo de 1929, en el hotel Roosevelt en Los Ángeles.
El doblaje se empezó a usar en 1933. La primera película doblada al castellano fue una película francesa llamada Entre la espada y la pared (1931). El doblaje tuvo que realizarse en Francia. En aquellos tiempos se trataba de un proceso muy laborioso, ya que los profesionales debían memorizar varias páginas de los diálogos y sincronizarlos con los movimientos de los labios de los actores. Pero fue Blancanieves y los siete enanitos, el primer largometraje de animación sonoro y a color de Walt Disney, que al siguiente año se convirtió también en la primera película doblada por un estudio estadounidense en la historia.
La primera primera película 3D a color fue Bwana Devil, de Arch Oboler, en 1952. Para esto se usó el sistema, ideado por M.L. Gunzberg, que consistía en dos rollos de película que debían proyectarse al mismo tiempo y estar perfectamente sincronizados. Sin embargo, el efecto tridimensional solo se lograba en los asientos centrados y las gafas solían causar dolor de cabeza en los espectadores.
Una revolución tecnológica que impulsó un cambio en la proyección y la realización fue la creación del sistema Cinemascope en 1953, sistema creado para competir con la televisión. El sistema lograba una proyección en pantalla que podía alcanzar hasta 2 metros 70 cms. La introducción del Cinemascope también inauguró una nueva época en el cine, caracterizada por utilizar a partir de entonces formatos panorámicos, con sistemas similares como Vistavisión, Todd-AO, Panavisión, SuperScope y Technirama. Ese mismo año se televisan los premios de la Academia por primera vez.
Pero la revolución se consolida en 1973, con el estreno de Westworld, el primer largometraje en incorporar imágenes generadas por ordenador (CGI) en dos dimensiones. una película estadounidense de ciencia ficción escrita y dirigida por Michael Crichton.
De la sala de cine a la sala del hogar
Entonces es evidente que la evolución tecnológica no dejó al cine de lado. Mejoraron las cámaras y, con ello, las imágenes. La introducción del sonido y del color fueron fundamentales para la complejización de las historias y para que el cine se convierta en espectáculo masivo. Sin embargo, solo en la década de 1970 se empezó a medir en términos de taquilla (recaudación y número de asistentes). Por eso, se considera Tiburón (Steven Spielberg, 1975), el primer blockbuster (película de alto presupuesto y de grandes ingresos, producciones excepcionales en el plano financiero, material y humano) de la historia. Fue estrenada de manera simultánea en 450 salas de Estados Unidos, costó aproximadamente 9 millones de dólares y recaudó más de 7 millones en su primer fin de semana.
Sin embargo, lo que cambiaría definitivamente la forma de consumo de las producciones audiovisuales llegaría en 1977, cuando se inauguró en California el primer videoclub conocido. El responsable fue un ciudadano llamado George Atkinson y la idea nació de una premisa muy sencilla: las productoras habían empezado a vender copias de sus películas en formato Betamax y VHS. ¿Qué podía hacer una persona que compró una película y la vio más de una vez? Tenerla de recuerdo o regalarla. A Atkins se le ocurrió publicar un anuncio en el periódico ofreciendo alquilarlas. Fue un éxito.
Blockbuster, la cadena de videoclubs más grande de la historia, se fundó años después, en 1985, en Texas y llegó al Perú diez años después. Sin embargo, su modelo de negocio quedaría obsoleto, primero, por la piratería y, después, por la llegada del nuevo milenio, la popularización de internet y claro, del streaming. Netflix, una empresa fundada en 1997 para alquilar DVD a través del correo postal, pasó a ofrecer en 2011 un catálogo de películas por streaming en América Latina. Al Perú llegó en setiembre de ese año. Entonces, todo cambió.
Hoy, mientras nos enfrentamos a la guerra entre plataformas de streaming convertidas en productoras (HBO, Amazon Prime, Netflix, etc.) y, a la vez, la guerra de estas contra las majors de la vieja industria de Hollywood, el dilema de los espectadores reside en si ver una película en el cine, en la sala de su casa o en el celular. Claro que ciertos grupos defienden a ultranza una u otra forma de ver y disfrutar del viejo séptimo arte, pero lo cierto es que, en países como el Perú, donde la oferta comercial suele ser bastante mainstream y deja de lado la proyección de películas alternativas o “de autor”, la batalla la ganan los medios de streaming y la piratería, gracias a espacios como Polvos Azules, los torrents disponibles en internet, o las películas completas colgadas en YouTube u otras plataformas menos legales, como la tantas veces cerrada y resucitada Cuevana.
Elección en la palma de la mano
Un estudio realizado en Perú por Google y la consultora Millward Brown en 2018 mostró cómo internet también ha cambiado la forma en la que el espectador accede a la experiencia cinematográfica en las salas. Los resultados son interesantes. Mientras siete de cada diez peruanos reconocen que los trailers son determinantes al momento de elegir una película, el 89 % de ellos afirma que YouTube es su canal favorito para verlos.
Para elegir una película, el 62 % de encuestados ha recurrido a su celular en su etapa de investigación y el 87 % usa internet como fuente de información para los próximos estrenos. Sin embargo, solo el 39 % compra su entrada a través de internet. Es decir, parece que las colas en los cines peruanos no desaparecerán pronto.
Embarcarse en un proyecto audiovisual usando solo el celular como herramienta de filmación también está de moda, pero los resultados dependen, más que de la potencia del aparato, del talento del realizador(a). Y popularizar los productos que de este ejercicio nacen es posible en los festivales de cine que recogen solo este tipo de películas o al liberarlos en las plataformas tipo Vimeo o YouTube. Algunos llaman a esto la banalización del cine. Será cuestión de tiempo saber si tienen razón o no.
Lo que es cierto es que la tecnología siempre ha impactado en la realización. Y, a estas alturas, también en la producción. Que un cineasta de la talla de Martin Scorsese no haya conseguido financiamiento para su última película —El irlandés— en las productoras tradicionales, que hoy apuestan por las historias de superhéroes a montones, sino en una plataforma de streaming —Netflix— nos dice mucho de cómo está cambiando la industria. Que el mismo Scorsese haya salido a pedir, por favor, que no veamos El irlandés en el celular sonó como un grito desesperado para no dejar de lado el trabajo artístico que supone una producción cinematográfica y que se aprecia en toda su dimensión en pantalla grande. La decisión de cómo ver las películas hoy está, más que nunca, en nuestras manos.