
Escucha la noticia
De la Plaza San Martín a la de Tian’anmen: un inocente en China
Resumen generado por Inteligencia Artificial
Función exclusiva para usuarios registrados y suscriptores.
Resume las noticias y mantente informado sin interrupciones.
Hubo una época en la cual la Plaza San Martín era el centro del mundo. O por lo menos, lo fue para los escritores y pintores que coincidían en el Bar Zela, en el Palermo, en el Negro Negro. Por entonces, los jóvenes escritores aprendían el lenguaje de la ciudad y la leían con ojos nuevos, atentos a sus historias, deseosos de retratarla sin afeites. Oswaldo Reynoso era uno de ellos. Sus textos nos arrojan a la calle para identificarnos con otros expulsados, jóvenes que aún no encuentran un lugar. Cara de Ángel, Colorete, El Príncipe, Carambola y El Rosquita, los cinco protagonistas de “Los Inocentes” (1961) son personajes de esa Lima en camino de convertirse en gran urbe, refugiados en sus billares, cines y cantinas. La crítica reaccionó escandalizada por aquella descarnada descripción de una juventud de códigos prerocanroleros en los años cincuenta.
LEE TAMBIÉN | “La gastronomía ha construido un universo de lo peruano en el extranjero”
Imaginamos al joven Reynoso leyendo en Arequipa, en la casa de sus padres, a Jean Genet. Verlo subrayar con asombro líneas de “El milagro de la rosa” en las que el autor francés recordaba su estadía en el Reformatorio de Mettray, que el escritor peruano usaría más tarde como epígrafe de “Los Inocentes”: “Yo tenía dieciséis años en el corazón pero no tenía ni un solo lugar donde colocar el sentimiento de mi inocencia”. Sartre señalaba que el autor de “Las criadas” buscaba lo sagrado en lo abyecto, como un dramático intento por existir en un mundo hostil. Según Sartre, el trauma infantil de Genet, sorprendido robando a los siete años, no sólo implicó la pérdida de la inocencia, sino que transformó en rebeldía su naturaleza vulnerable.
La collera de los Inocentes, prototipo existencialista de la Lima de la época, recorre un camino similar al de Genet: el de la realización sistemática del mal como el conjunto de reglas encaminadas a la liberación del espíritu. “Los Inocentes” fue el punto de partida para entrar al mundo masculino desde la poesía y la ternura. En los héroes de Reynoso lo sórdido se convierte en poesía. La palabra juega con la provocación moral.

De la San Martín a la Plaza Tian’anmen
Tras una temporada de diez años en China donde trabajó como corrector de estilo de la agencia oficial, Reynoso rompió un largo silencio literario. Publicó la refulgente ‘En busca de Aladino’ (1993), pero fue “Los eunucos inmortales” (1995) la obra que marcó especialmente su retorno en la que un escritor extranjero afincado en China es testigo de los graves incidentes de la Plaza Tian’anmen, en Pekín. El narrador había viajado a China, país enorme, lejano y fantástico donde se construía el socialismo, en busca de la verdad y la felicidad. Sin embargo, confesará a su regreso, no encontró nada de eso. El lector se desplaza por edificios suntuosos, pintorescas callejuelas, aprecia plantas exóticas y prueba suculentas comidas junto con aromas peregrinos y músicas extrañas. ¿De qué trata esta obra? ¿De la rebelión estudiantil china en mayo de 1989? ¿De las angustias del narrador a quien le habían extraído un tumor canceroso? ¿De lo vivido en el Hotel de la Amistad por sus huéspedes provenientes de los más diversos países? ¿De la ciudad de Pekín, con sus variadas perspectivas urbanas y su pueblo abigarrado? ¿De la cultura china contemporánea y sus vinculaciones con el pasado? ¿Del progreso espiritual del narrador protagonista? ¿De la amistad entre un maestro peruano y su discípulo chino? ¿De dos ciudades, Pekín y Arequipa insufladas del mismo espíritu libertario en tiempos distintos?
Aún cuando su libro se compromete con la gravedad de los sucesos históricos, la mirada de Reynoso asume también el punto de vista de los propios chinos que observan con desencanto la imposición del gobierno sobre sus reivindicaciones de un socialismo abierto al mercado. La toma de la plaza Tian’anmen por una juventud china que estaba harta del despotismo de sus líderes es el argumento que se convierte en una alegoría de la lucha también inmortal del hombre por la libertad y en contra de la opresión.
La novela nos envuelve en cambiantes impresiones, sensaciones evocadas por el lenguaje, en que ficción y realidad se funden en un texto de portentosa poesía. Una sorprendente pagoda narrativa construida con una rara técnica, que confunde lo objetivo con lo subjetivo, sumando política, existencialismo y crisis ideológica. Con rápidas y reveladoras pinceladas, asistimos a los padecimientos físicos del escritor, contemplamos su cuerpo de vientre abultado como el de Buda, que acarician los niños de la calle para tener buena suerte. Nos conmueve su angustia ante la muerte, sus recuerdos de infancia y juventud en Arequipa, su esperanza en un mundo mejor, su fe en la libertad individual y colectiva, su culto a la amistad, sus reflexiones sobre el oficio de escribir.
Treinta años después de su primera edición por Alfaguara, “Los eunucos inmortales” es mucho más que la memoria emocionada de los acontecimientos vividos o los avatares de su personalidad sensible. Hastiado de la corrupción del mundo, del sufrimiento y la injusticia experimentadas tanto en el Perú como en oriente, Reynoso pareciera revelarnos que los Eunucos Inmortales son universales y advierte que la verdad y la felicidad no son construcciones prefabricadas. No se trata de hallarlas fuera de nosotros, sino de construirlas con paciencia en nuestro interior.