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Pasolini: solo en la tradición está mi amor
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Pasolini: solo en la tradición está mi amor

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Las enciclopedias nos informan que el 2 de noviembre de 1975, en un descampado de Ostia, a las afueras de Roma, fue asesinado , poeta, cineasta, narrador, dramaturgo y ensayista. Pero no nos dicen que también acabaron con uno de los más lúcidos profetas de nuestro tiempo. Porque Pasolini, visionario de tantos modos, predijo cómo el capitalismo posindustrial, bajo la coartada de la liberación sexual, terminaría vaciando el deseo y el amor de todos los valores que cargaban desde el mundo primitivo. Nos advirtió cómo los medios de comunicación de masas estaban dispuestos a hacer de la cultura mercancía, de la poesía un desecho y de la belleza un subproducto usurpado por el vértigo y la violencia. Por eso lo mataron, y cada día, con nuestra estúpida concepción del progreso, lo matamos de nuevo.

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Fue él quien nos compartió aquella entrañable, necesaria pregunta: “¿Por qué hacer una obra maestra si es más bello soñarla?”. Nuestra respuesta ha sido la vileza de la inteligencia artificial, que sustituye a punta de atajos el intelecto de los jóvenes, que los libra de lo que él llamó nuestro incalculable privilegio de pensar. Todas sus predicciones se cumplieron con asombrosa precisión. Esa ha sido nuestra gran tragedia. “La tragedia es que ya no hay seres humanos: solo extrañas máquinas que chocan unas con otras”, le dijo al periodista Furio Colombo en la víspera de su muerte. “Las personas con las que me topo por la calle son tan tristes que no me atrevo a mirarlas a la cara”, le confesó a Ninetto Davoli, el gran amor de su vida, horas antes de ser víctima del oscuro crimen que hasta hoy nadie ha logrado resolver.

En sus labios siempre ardió la verdad, y eso fue insoportable para el poder, para los grandes intereses que este defiende, para quienes no querían escuchar cómo el capitalismo había despoblado de luciérnagas los valles de Italia. Esa metáfora poderosa comprimía la funesta transformación antropológica que padecía Occidente, y que ha triunfado entre nosotros, con las consecuencias que todos podemos comprobar: clases medias culturalmente pauperizadas, una juventud feliz en su inocua impostura, anestesiada por una multitud de estímulos tan fragmentarios como despreciables y sumergida en una sexualidad horrenda, tolerada en el peor de los términos, catalogada en decenas de etiquetas intercambiables, como sucede con los inventarios de los supermercados.

-Mentiras del ángel negro-

Es una media verdad o una palmaria mentira: Pasolini fue asesinado por un joven de 16 años llamado Giuseppe Pelosi, conocido en las calles de Roma como Pino La Rana. Un adolescente de barrio popular que abandonó la escuela en primero de secundaria. Desde entonces robaba automóviles y motocicletas para sobrevivir. En las noches se prostituía bajo los arcos de la Estación Termini, que el poeta frecuentaba para alternar con los chicos proletarios inmortalizados en sus primeras novelas, “Muchachos del arroyo” y “Una vida violenta”. Pasolini le prometió veinte mil liras y lo hizo subir a su Alfa Romeo. Luego, lo condujo a aquel descampado lleno de basura y oscuridad. Lo que ocurrió ahí tal vez no lo sepamos jamás. Pelosi, quien murió de un cáncer en el 2017, nunca significó una fuente confiable, al punto de que publicó dos autobiografías (“Yo, ángel negro”, de 1995, y “Yo sé quiénes mataron a Pasolini”, 2011) en las que ofrece dos versiones completamente distintas del hecho. En la primera, se limita a repetir que él fue el único responsable de ultimar al cineasta cuando le pasó su propio auto por encima, reventándole el corazón.

La segunda versión indica que Pelosi solo sirvió de señuelo y que un par de delincuentes sicilianos -los hermanos Borsellino- fueron quienes lo masacraron. Explicó que no los había delatado antes por miedo a las represalias. La Rana purgó siete años de prisión y a las dos semanas de salir libre ya estaba asaltando “Pocos un furgón postal en Castel Gandolfo. Prosiguió con sus admoniciones, formuladas con la desesperación de quien vive al límite”. su vida de bribón hasta que le dio el cuerpo, cobrando por entrevistas sobre Pasolini en las que no decía esencialmente nada.

De Pasolini queda esa muerte atroz. Pero también sus películas, sus libros. “Teorema”, por ejemplo, que parece inspirarse en aquel verso de Pound: “sagrado porque no está a la venta”. O su “Evangelio según San Mateo”, el más rotundo largometraje basado en el Nuevo Testamento que se ha filmado; o sus poemas “civiles”, que entremezclan con brio la decepción y la fe por el ideal comunista, que es impugnado con una sentencia resonante: “La Revolución no es más que un sentimiento”. “La muerte no consiste en no comunicarse, sino en resultar incomprendidos”, escribió Pasolini en “Poesía en forma de rosa”. Esa frase también es profética: pocos entendieron sus admoniciones, formuladas con la desesperación de quien vive al límite, de quien está convencido de que “el mundo ya no me quiere, pero no lo sabe”. También nos avisó, en las puertas de su sacrificio, que “todos estamos en peligro”. Quizá sea demasiado tarde para cambiar esa realidad.

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