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Premios Óscar: Un mundo lleno de cine - 4
Claudio Cordero

Muchos sueñan con viajar por el mundo y, sin embargo, desaprovechan la oportunidad de descubrir otras culturas a través de las películas. Quizá la notoriedad de los premios Óscar ayude en algo a incentivar en el gran público la curiosidad por ver historias de distintos lugares.


—Antecedentes: el discreto encanto de los premios—

La película Tanna, de Bentley Dean y Martin Butler. (Crédito: Light Year Entertainment)

La película Tanna, de Bentley Dean y Martin Butler. (Crédito: Light Year Entertainment)

Allá por 1929, cuando la transición de la era silente a la sonora prácticamente había culminado, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (o simplemente la Academia) inventó el Óscar con el propósito de celebrar la industria instalada desde 1912 en el distrito californiano de Hollywood y darle, de refilón, una necesitada cuota de legitimidad artística. Otros países capaces de desarrollar un cine nacional siguieron ese camino: Inglaterra con los Bafta, Francia con los César, Italia con los David di Donatello, España con los Goya, México con los Ariel, etc. Todas estas instituciones supieron reconocer en su momento la importancia del cine internacional. Así nació la categoría mejor película extranjera, o mejor película europea o mejor película hispanoamericana, dependiendo de cada región. Lo interesante del Óscar es que es el único premio que no discrimina ninguna obra debido a su nacionalidad. En teoría, el único requisito para ser tomado en cuenta por la Academia es que la película haya sido estrenada en Los Ángeles entre el 1 de enero y el 31 de diciembre del año anterior. Dejando de lado a los británicos (el idioma juega notablemente a su favor), son nueve las producciones extranjeras que han sido nominadas a mejor película del año, siendo la primera La gran ilusión (Jean Renoir, 1938); solo una de ellas consiguió la proeza de vencer a sus competidoras en inglés: la francesa El artista (Michel Hazanavicius, 2011), curiosamente sin diálogos. Por otro lado, es nutrida la lista de directores nominados por filmes de habla no inglesa, entre ellos Michelangelo Antonioni, François Truffaut, Krzysztof Kieslowski.


"El cliente", dirigida por Asghar Farhadi. (Créditos: Memento Films)

Pese a que el reglamento deja la cancha libre a todas las películas del mundo, lo cierto es que Hollywood tiene la prioridad absoluta. No olvidemos que el Óscar es el premio oficial de la industria y primero busca ensalzar el producto local. Cuenta la historia que recién en 1948  la Academia empezó a considerar seriamente el trabajo de sus colegas extranjeros. El impacto del neorrealismo italiano fue reconocido con sendos premios honorarios para Lustrabotas (1946) y Ladrón de bicicletas (1948), ambas dirigidas por Vittorio de Sica. Akira Kurosawa también se llevó uno de estos trofeos, en 1951, por Rashomon, filme que lo dio a conocer en Occidente. Hubo que esperar hasta 1956 para que la Academia finalmente institucionalice el Óscar a mejor película extranjera, que recayó por primera vez en La Strada (Federico Fellini, 1954). Desde entonces, un comité especial selecciona a las cinco nominadas. Cual medalla olímpica, el premio se entrega al director en nombre del país al que representó con su película. El griego Costa-Gavras lo obtuvo por Z (1969) en nombre de Argelia; el español Luis Buñuel por El discreto encanto de la burguesía (1972) en representación de Francia; el japonés Akira Kurosawa por Dersu Uzala (1975) para la Unión Soviética. Más allá de la nacionalidad del realizador, el país con mayor número de premios es Italia (14), mientras que Francia tiene el récord de nominaciones (39). Mirando nuestra región, Argentina es el único país latinoamericano ganador, por La historia oficial (Luis Puenzo, 1985) y El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009). Los gauchos han sido finalistas en otras cinco oportunidades, mientras que México y Brasil —con ocho y cuatro nominaciones, respectivamente— han estado varias veces cerca del trofeo. Perú obtuvo su primera y única nominación con La teta asustada (Claudia Llosa, 2009), al igual que Colombia, Chile, Cuba, Uruguay, Nicaragua y Puerto Rico.

 
A estas alturas son pocos los que toman el juicio de la Academia como palabra sagrada. Tampoco esta categoría se salva de los cuestionamientos; sorprende que alguna vez hayan preferido los dramas existenciales de Ingmar Bergman, los universos barrocos de Fellini, el desencanto y sentido del absurdo de la nueva ola checoslovaca, el cine político de Costa-Gavras y Elio Petri. Es evidente que el llamado cine de autor murió hace tiempo para los Óscar. No es casualidad que Amor (Michael Haneke, 2012) haya sido la primera Palma de Oro en Cannes en ganar el Óscar a película extranjera desde Pelle el conquistador (1988). Es una especie de mala broma que Rumania y Corea del Sur, mundialmente reconocidos por la calidad de sus películas, prácticamente no existan en la historia de estos premios. A pesar de estas y otras omisiones, la Academia no ha perdido la capacidad de sorprendernos. En el último lustro parece haber superado su debilidad por las producciones históricas con aires de solemnidad o por las fábulas sentimentales de mensaje edificante. La iraní Una separación (2011), la austriaca Amor, la italiana

La gran belleza (2013), la polaca Ida (2014), y la húngara El hijo de Saúl (2015) nos reconcilian parcialmente con los académicos. Y es que, a pesar de sus errores, este premio tiene un pasado digno de recordar, con varias joyas a ser redescubiertas.

 

—Óscar 2017: la hermosa locura de Toni Erdmann—

"Bajo la arena", de Martin Zandvliet. (Crédito: Nordisk Film)

La edición 89 de los premios ha nominado tres largometrajes europeos, un asiático y un oceánico. Con este anuncio culminó un proceso comenzado en octubre del 2016, cuando la Academia recibió un récord de aspirantes: 89 países enviaron su respectivo representante, siendo la novedad la República de Yemen. Perú postuló con Videofilia (y otros síndromes virales) (Juan Daniel F. Molero, 2015). Todas esas películas fueron vistas por un comité especial que redujo la lista a nueve y finalmente a cinco. Por cierto, la Academia no pudo considerar a la estupenda Aquarius (Kleber Mendonça Filho) porque los propios brasileños le negaron dicha posibilidad, una decisión tan polémica como cuando España optó por Los lunes al sol (Fernando León de Aranoa, 2002) sobre Hable con ella (Pedro Almodóvar, 2002). La Academia sí es responsable de dejar fuera de carrera otras cintas aclamadas en festivales, como la rumana Sieranevada (Cristi Puiu), la española Julieta (Pedro Almodóvar) y, más notoriamente, Elle (Paul Verhoeven), representante de Francia. Lo bueno (o lo malo) del Óscar a película extranjera es que no importa cómo te llames o qué maravillas hayan escrito de ti, la Academia votará siempre con su corazón. De allí que las propuestas densas y radicales sean poco valoradas. Este año, la campeona sentimental es la sueca Un hombre llamado Ove (Hannes Holm), el típico relato de un viejo ermitaño que odia a todos y a sí mismo… hasta que una pareja interracial se muda a la casa de al lado. Esta fábula inocua es ejemplo de cómo las causas progresistas también pueden sucumbir a la falsedad artística. Sin excederse en originalidad, más intrigante es la propuesta de Tanna (Bentley Dean y Martin Butler), producción australiana filmada en la república insular de Vanuatu y hablada en lengua aborigen por los pobladores locales; una especie de Romeo y Julieta con tribus de la Polinesia y cuyos mejores pasajes dejan sabor a auténtico cine etnográfico. En cambio, nadie podría acusar de exotismo a la iraní The Salesman, nueva muestra del talento de Asghar Farhadi , el mismo director de la premiada La separación, aunque quizá la Academia no tenga apuro en darle otro Óscar. Bajo la arena (Martin Zandvliet) era difícil que pasara inadvertida, no solo por reunir algunos de los ingredientes favoritos (Segunda Guerra Mundial, resistencia del espíritu humano, sólidos valores de producción), sino también por la convicción con que hace suyos estos elementos, por su habilidad para darle un sentido de urgencia a un capítulo desempolvado de la historia: cuando los soldados alemanes —ya derrotados por los aliados— fueron usados como desactivadores de minas antipersonas. Dinamarca parece tener la fórmula para mandar en esta categoría: han acumulado seis nominaciones y una victoria en los últimos diez años. A Bajo la arena no le falta nada para emular el triunfo de En un mundo mejor (Susanne Bier, 2010), y, sin embargo, no asiste a la ceremonia con la etiqueta de favorita. Dicho honor está reservado este año para sus vecinos alemanes.


El actor australiano Peter Simonischek da vida a Toni Erdmann, el protagonista de la cinta homónima dirigida por Maren Ade. (Crédito: NFP Marketing and Distribution)

El actor australiano Peter Simonischek da vida a Toni Erdmann, el protagonista de la cinta homónima dirigida por Maren Ade. (Crédito: NFP Marketing and Distribution)

Mal haría el equipo de Toni Erdmann (Maren Ade) en adelantar los festejos. Ya dijimos que ser la engreída de la crítica no impresiona a la Academia, tampoco ser la más popular entre la comunidad cinéfila. Allí están los casos de Cyrano de Bergerac (Jean-Paul Rappeneau), superada en 1990 por la desconocida Viaje a la esperanza (Xavier Koller); En tierra de nadie (Danis Tanovic) sobre Amélie (Jean-Pierre Jeunet), en 2011; La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck) sobre El laberinto del fauno (Guillermo del Toro), en 2006. ¿Qué argumentos tiene Toni Erdmann? Debería alcanzar con ser una obra profundamente triste sobre las relaciones humanas que, sin embargo, se las arregla para imponer su estilo fresco e irreverente. Además, tiene dos intérpretes perfectos en sus respectivos roles: Peter Simonischek como el padre aficionado a los disfraces, y Sandra Hüller como su hija distanciada, una endurecida mujer de negocios. Toni Erdmann es mucho más compleja que una comedia de situaciones delirantes pero puede irritar a algunos votantes con su defensa de la excentricidad y su duración de 162 minutos; de hecho se retiró del Festival de Cannes con las manos vacías y tampoco convenció en los Globo de Oro (les gustó más Elle). Sea cual sea el resultado del próximo 26 de febrero, el cine de Maren Ade ya es de interés mundial. 

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