San Valentín: libros de amor y otros demonios
San Valentín: libros de amor y otros demonios
Alessandra Miyagi

“No hay nada en el mundo, ni hombre ni diablo ni cosa alguna, que sea para mí tan sospechoso como el amor; pues este penetra en el alma más que cualquier otra cosa. Nada hay que ocupe y ate más el corazón que el amor”, escribió Umberto Eco en El nombre de la rosa (1980). En efecto, jamás ha existido ser humano que haya logrado escapar ileso del influjo del amor. Hasta los individuos más despreciables, simples o elevados han caído víctimas de él. Es por ello que desde siempre personas de todas las culturas han invertido sus energías en desentrañar los misterios que lo rodean. El amor y sus efectos —ya sean mortíferos, salvíficos o enajenantes— han ocupado un espacio central en las reflexiones filosóficas, antropológicas, psicológicas, artísticas y hasta científicas de la humanidad a lo largo de varios siglos.

Del ingente caudal de tinta que ha inspirado ese sentimiento universal, la literatura ha contribuido con una enorme parte. Tratados y ensayos —La llama doble, de Octavio Paz; Estudios sobre el amor, de Ortega y Gasset—, cantares épicos —la Ilíada, la Odisea, el Cantar de Mio Cid—, poemas —de Neruda, Moro, Coleridge, Gelman, Lord Byron, Catulo, etc.—, dramas y comedias —El burlador de Sevilla, La Celestina, Mucho ruido por nada—, cuentos y novelas de los matices y tratamientos más diversos siguen colmando los anaqueles de lectores igualmente disímiles, pues, aunque en muchos casos el amor no ocupe el tema central del texto, en no pocos libros este se abre paso entre los resquicios de la historia para mostrar su dardo cargado de feromonas.

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Según el psicólogo estadounidense Robert Sternberg, profesor de la Universidad de Yale y exdirector de la American Psychology Association, el amor entendido como un vínculo interpersonal se compone de tres elementos esenciales: la intimidad, la pasión y el compromiso. A partir de todas las combinaciones posibles entre estos, aparecen siete formas distintas de amor: 1) el cariño, producto de la intimidad, pero sin pasión ni compromiso; 2) el encaprichamiento, pura pasión carente de intimidad y compromiso; 3) amor vacío, compromiso pero sin pasión ni intimidad; 4) amor romántico, basado en un vínculo emocional y físico, pero sin el compromiso de mantener una relación; 5) el amor sociable se da cuando la pasión está ausente pero aún existen el cariño y un gran sentido del compromiso; 6) amor fatuo: hay un compromiso motivado por la pasión, pero la influencia estabilizadora de la intimidad no está presente; 7) amor consumado, el más raro de todos, pues en él confluyen los tres elementos en equilibro. Y si bien no todos estos vínculos pueden calificarse de amor, ciertamente en la realidad encontramos relaciones de pareja fundadas en estas dinámicas.

Desde el romance más sublime hasta el más depravado y corrosivo de los apetitos tienen cabida en este amplio espectro, los cuales, a su vez, pueden encontrarse retratados en un sinnúmero de piezas literarias. La seguidilla de amores caprichosos en los que se involucran Tomás en La insoportable levedad del ser de Kundera, el marqués de Bradomín en las Sonatas de Valle Inclán, o Holly en Desayuno en Tiffany’s de Capote; el inestable amor fatuo que comparten Lucrecia y Rigoberto en Elogio de la madrastra de Vargas Llosa; los agobiantes matrimonios sin amor de Anna y Aleksei o Emma y Charles, en Anna Karenina de Tolstói y Madame Bovary de Flaubert, respectivamente; los amores de Romeo y Julieta, y Kiyoaki y Satoko (en Nieve de primavera, de Mishima), aunque consumados, son zanjados por la tragedia; el fugaz pero intenso romance entre Toshio y Otoko en Lo bello y lo triste son solo algunos ejemplos.

Pero, además, en este ya amplio espectro intervienen otras variables, como la orientación sexual, las parafilias o las prácticas consideradas tabú, que añaden más matices al laberíntico mapa del amor. Asoman aquí subgéneros literarios como el erótico, donde el componente sexual —de todo tipo— cobra un gran protagonismo. Encontramos novelas como El amante de Lady Chatterley de D. H. Lawrence, Las noches salvajes de Cyril Collard, El mal de la muerte de Marguerite Duras, todo lo escrito por el Marqués de Sade y casi todo Bukowski, Snuff de Palahniuk, Lolita de Nabokov, Carol de Highsmith, La casa de las bellas durmientes de Kawabata, El almuerzo desnudo de Burroughs, En mi cuarto de Dustan, etc.

Hay además otras formas de amor no tipificadas en la teoría de Sternberg: el amor platónico —en un sentido popular—, un romance puramente contemplativo que no llega nunca a concretarse en una relación; y el amor intransitivo, aquel que no es correspondido y por ende tampoco se llega a realizar. La Vita Nuova de Dante o el Quijote de Cervantes; y El túnel de Sabato o el Werther de Goethe —que acaban en tragedia—, además de los ineludibles versos de Rilke, son ejemplos de amores platónicos e intransitivos, respectivamente.

También está esa otra categoría abismal en la que todos han caído alguna vez: el desamor. Catulo con su “Odi et amo”, los infinitos poemas de Dylan Thomas, los epigramas de Ernesto Cardenal, Gabriel García Márquez con El amor en los tiempos del cólera, Murakami con Tokio blues o Al sur de la frontera, al oeste del sol, entre muchísimos otros.

Y aunque el ideal que maneja el común de las personas es generalmente el del amor consumado, en la literatura, como en la vida real, son mucho más numerosos y entrañables los textos que retratan amores vacuos, fugaces, prohibidos, imposibles, malsanos y hasta trágicos. Quizá se deba a que, en el fondo, todos seamos un poco disfuncionales. Pero el hecho es que la oferta literaria alcanza para todos los paladares

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