The Beach Boys: La catedral del rock blanco
The Beach Boys: La catedral del rock blanco
Claudio Cordero

Érase una vez un joven de 23 años en la plenitud de su carrera, convencido de su propio talento como compositor y productor, pero emocionalmente fracturado, presa fácil de sus inseguridades. Habían transcurrido cinco años desde la grabación de su primera canción —la sencilla pero pegajosa “Surfin’”—, tiempo durante el cual Brian Wilson había florecido como artista y líder de The Beach Boys, banda fundada por él mismo junto a sus hermanos Carl y Dennis, su primo Mike Love y Al Jardine, su mejor amigo del colegio. Juntos habían conquistado el mercado juvenil con éxitos radiales como “Surfin’ Safari”, “Surfin’ USA”, “I Get Around”, “California Girls”. Los Beach Boys le cantaban a un verano eterno, idílico, pleno de romance y diversión. Wilson llegó a ser considerado un prodigio musical; creció a pasos agigantados detrás de los controles emulando a su ídolo, Phil Spector, artífice de la célebre ‘muralla de sonido’. Gracias a Brian, los Beach Boys fueron los únicos rivales serios de los Beatles en Estados Unidos. Fue justamente un LP de los Fab Four (el magnífico "Rubber Soul") la fuente de inspiración para que Wilson decidiera dejar su alma en un disco. Estaba decidido a ganar la competencia.

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En enero de 1966, mientras “Barbara Ann” trepaba a lo más alto de las listas y los Beach Boys se embarcaban en una extensa gira por Japón, Brian Wilson empezó las sesiones del undécimo disco de la banda, aún sin nombre, pero concebido desde un inicio para ser “el mejor disco de la historia del rock”. Las sublimes baladas de "The Beach Boys Today!", del año anterior, dejaron en claro que el genio detrás de los controles quería expresarse en primera persona, y que sus sentimientos eran más complejos de lo que su imagen pública hacía suponer. Por supuesto ya existían “Surfer Girl”, “In My Room” o “Don’t Worry, Baby”, melodías tiernas y delicadas, encumbradas por la voz aguda de Wilson, poseedor de un falsetto espectacular. Pero esta vez cada palabra y cada nota musical serían personales, brotarían de un lugar sagrado. Pet Sounds sería el lugar donde coincidirían un torrente de ideas musicales vanguardistas, con una necesidad urgente de transmitir amor. Más que una colección de temas pop, el disco sería el reflejo de un estado mental lleno de altibajos; sus complejos arreglos revelarían a un genio musical efervescente de creatividad, enamorado de la vida y las personas, pero que cuando examina su interior solo halla tristeza y confusión existencial. 
    Y sucedió. Pet Sounds abre con “Wouldn’t It Be Nice”, aparentemente jubilosa y optimista, aunque termina revelándose como una falsa promesa de felicidad. Básicamente son los Beach Boys intentando cantar con la ilusión de antes, hasta que advierten que los tiempos han cambiado, y que sus canciones de amor solo serán sinceras si están teñidas de melancolía. Le sigue “Still Believe in Me”, originalmente llamada “In My Childhood”, pero reelaborada por Tony Asher (letrista de Brian en este disco) en un rezo a la lealtad de pareja. Asher venía del mundo de la publicidad, y su proceso consistió en interpretar las pasiones de Wilson, proporcionando las imágenes y las palabras que liberaran la catarsis emocional. Tanto Wilson como Asher reconocieron desde el primer momento que “God Only Knows” estaba destinada a ser algo especial. La de Carl Wilson es quizá la interpretación vocal más hermosa que grabaron, pero es en la coda (Brian y Bruce Johnston repiten el coro una y otra vez) cuando se redondea la perfección. La voz humana era el instrumento favorito de Brian Wilson, pero en "Pet Sounds", más que en ninguna otra de sus producciones, construyó una sinfonía capaz de eclipsar la mayor fortaleza de su banda. Aquí los instrumentos se roban los momentos estelares, tal como lo demuestran los dos temas sin letra (“Let’s Go Away for Awhile” y “Pet Sounds”), el theremin de la angustiante “I Just Wasn’t Made for These Times”, o el bajo que simula los latidos del corazón en la desgarradora “Don’t Talk (Put Your Head On My Shoulder)”. El llanto más dulce fue reservado para la última pista, “Caroline No”, carta de despedida a una musa irrecuperable, quizá su propia inocencia.  

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Hoy en día, Brian Wilson se alista para recibir su cumpleaños número 74 en medio de la gira mundial que celebra el medio siglo de "Pet Sounds". Será la última vez que lo interprete en vivo. Lo increíble es que esté en condiciones de presentarlo, algo inimaginable en 1966, cuando llevaba casi dos años alejado de los escenarios. O peor aun en los años siguientes, cuando las drogas y las enfermedades mentales socavaron su espíritu, y permaneció dos años sin salir de cama. Eso echó por los suelos el gran proyecto de continuación que era el disco "Smile", llamado incluso a superar el "Pet Sounds" pero del que Wilson grabó solo una pequeña parte en su momento. La historia de lo que pasó luego es conocida: el proyecto de Smile fue retomado por Wilson 38 años después, en el 2004, y no fue hasta 2011 que el secreto mejor guardado del rock vio la luz y la gloria.
    Para 1968 no quedaba nada del soñador que alguna vez había tocado el cielo con sus armonías, del genio precoz que había alzado una catedral de la música contemporánea. Este 2016, contra todo pronóstico, Wilson aún camina entre los vivos y es testigo de la vigencia de su obra; la juventud casi termina en tragedia, el verano se tornó invierno, pero sus sonidos favoritos serán eternos. 

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