Versos con calle
Versos con calle
Nicolás Ponce

El pasado 26 de setiembre, por segundo año consecutivo, la fortaleza del Real Felipe abrió sus portones a 16 de los mejores freestylers del Perú y a los miles de aficionados que se dieron cita para la sétima edición de la Batalla de los Gallos. La primera final se realizó nueve años atrás, en el coliseo de gallos Tradición Sandia, de Barranco; entonces quedaron ocho raperos, que se enfrentaron, entre rejas, ante un aproximado de 300 asistentes. Sin embargo, quienes se llevaron los mayores aplausos aquella noche fueron los tres decimistas que tomaron el micrófono durante el intermedio e improvisaron tan sueltos de lengua como los finalistas más experimentados.
     Estos poetas, de entre 50 y 60 años, no llevaban gorras, pantalones anchos o zapatillas, pero con sus rimas y destreza métrica hicieron evidente la estrecha relación que mantiene el rap con la cultura popular. En este caso, en la parte de la improvisación o freestyle de batalla, dos rimadores se enfrentan con el fin de “aniquilar” a su rival, recurriendo al ingenio de sus versos y a la sátira más “sanguinaria”.
     Eventos de esta clase han aportado al crecimiento de la escena local y su expansión por todo el país, como lo demuestra la masiva asistencia a la Batalla de los Gallos y, en especial, que su ganador haya sido un joven trujillano, Jota. No obstante, han desviado la atención del rap hecho con papel y lápiz, o del que se improvisa sin fines bélicos. Un rap que en el Perú se viene practicando desde inicios de los noventa y que junto al grafiti, el breakdance y el djing fijaron los cimientos del hip-hop en el país.

Algo de historia
El hip-hop es un movimiento cultural surgido a mediados de los setenta en el sur del Bronx, en Nueva York, entre las poblaciones afroamericanas y latinas que se reunían en torno a grandes equipos de sonido (sound systems) para escuchar los clásicos del funk o el disco de una manera peculiar: el DJ separaba la parte más atractiva de un tema y la reproducía una y otra vez con la ayuda de dos tornamesas, una mezcladora y dos copias del mismo disco: ni bien terminaba una iniciaba la otra, y así sucesivamente. Con ello, aseguraba el flujo de personas en la pista de baile. El creador de esta técnica, que revolucionó el uso de la tornamesa para siempre, es el legendario DJ Kool Herc, padre fundador del hip-hop.
     Estos fragmentos musicales eran conocidos como breaks y dieron origen a un frenético baile, el breakdance. Entonces, los disc jockeys o DJs eran las principales figuras de la creciente cultura, y el micrófono era solo usado para motivar o saludar a los asistentes. Pronto, este acompañamiento tomó la forma de rimas sobre el ritmo impuesto por los breaks, y apareció el maestro de ceremonias o MC que, conforme mejoraba su técnica para rapear, fue cobrando tanta importancia como el DJ, hasta tomar el primer plano de la escena.
     En el Perú, el hip-hop ingresó a mediados de los ochenta, con el breakdance, muy difundido en películas y videoclips, que inspiraron las primeras crews (“manchas”), como fue el caso de BMS Breakers, Boogie Dance o Los Jambers. En 1991, integrantes de estos colectivos, la mayoría provenientes del Callao y el Cercado de Lima, formaron Golpeando la Calle, el primer grupo peruano de rap propiamente dicho, ya que por aquellos años diversas propuestas musicales trataban de incorporar este ritmo. Durante toda la década, esta agrupación llevó la bandera del hip-hop, al incluir breakdancers en sus shows y promover la práctica del grafiti. 
     A finales de 1998, dos de sus miembros, DJ Pedro y M Sony M, crearon el Movimiento Hip-Hop Peruano, una iniciativa que intentaba reunir a una comunidad que, pese a haber crecido, se hallaba dispersa. Durante cuatro años, los últimos viernes de cada mes, en el anfiteatro Chabuca Granda del parque Kennedy de Miraflores, se reunieron las crews de breakers, grafiteros y raperos que proliferaban en la ciudad bajo un solo escudo, estampado en las camisetas de los más de 150 miembros que llegaron a integrar el movimiento.
     “Fue el primer punto de encuentro de la movida hip-hop y también mi primer acercamiento a ella. En esa época, había una convivencia absoluta con los breakers, DJs y grafiteros, y se tenía la impresión de que los cuatro elementos iban a estar siempre unidos, pero con los años cada uno tomó caminos diferentes”, nos cuenta Rafomagia, rapero con casi 20 años de experiencia y conductor de "Raperground", programa radial que se transmite por Filarmonía.
     Justamente Clan Urbano, el grupo que formó junto a Neo cuando eran compañeros de colegio, es uno de los que más se fogueó durante los primeros años del movimiento y que, llegada la siguiente década, mejor desempeño tuvo en la escena. "Desde las urbes" (2002), su primer disco, tiene una notoria influencia del rap latinoamericano que se venía haciendo a fines de los noventa, en especial del chileno y de agrupaciones como Makiza y Tapia Rabia.
     En los años que siguieron, Clan Urbano continuó sacando discos y grabando con artistas locales e internacionales. Pero no fue hasta el 2010 que el trabajo de 15 años de rap ininterrumpido fue al fin recompensado, cuando se llevaron la categoría fusión y el primer premio de la tercera edición del Festival Claro, con la canción “Esta es mi casa”, la cual fue grabada e interpretada junto a una banda patronal. “Vengo de un lugar donde cocinan con leña/ y a las cinco de la mañana comienza la faena/ donde a la tierra le decimos madre/ heredamos lo mejor de los que estuvieron antes”, dicen los primeros versos de este tema, que formó parte del disco "Siete colores" (2011), en el que participaron artistas de otros géneros, como Eva Ayllón y Julio Pérez, de La Sarita.
     “Desde el 2003 ya habíamos tenido acercamientos con la música andina, pero nunca nos decidimos por ir directo a la fusión porque no teníamos un músico que nos acompañara en la aventura. Entonces conocimos a Epicentro Beats, un productor que proviene de una familia con amplia trayectoria en la música andina. Nos gustó la idea que nos propuso y nos mandamos”, recuerda Rafomagia, que este 2015 sacó "Sin temor a equivocarme", un disco solista con el que retoma sus raíces de rapero, alejado de la fusión. 

Escuela rapera
Durante la década pasada se consolidaron y aparecieron muchos grupos; algunos siguen haciendo música hasta hoy, otros han colgado el micrófono o lo cogen en sus tiempos libres. Vivir del rap no es cosa fácil, ni siquiera para los más experimentados. Una de las agrupaciones que le ha sacado la vuelta a esta realidad es Rapper School.
     Warrior, Norick y Street, sus miembros fundadores, se conocieron en el colegio Scipión Llona de Miraflores, de allí el nombre del grupo y su otro alias, La Promoción Lunátika. En el 2004 sacaron su primera maqueta, "Puliendo el micro", donde ya se perfilaba su estilo directo y de la calle, deudor de grupos como Control Machete o Cypress Hill.
     Dos años después, ya con DJ Deportado en las tornas, salió "Crónicas al tiempo", un disco de una gran madurez lírica, temática y musical. Las voces ya no eran las de aquellos chiquillos que jugaban a ser faites, sino la de jóvenes que intentaban describir y analizar la dura realidad de las calles limeñas (“Niño hombre”), así como su propio quehacer como raperos (“Mi gran amor”). En el 2009 apareció "Crónicas al tiempo. Edición limitada", una revisión de su anterior trabajo que incluyó ocho temas nuevos, entre ellos “Psicosis”, su primer gran éxito, que narra los desvaríos mentales de un joven adicto a la cocaína: “Si no anda a pie está con su bici/ le pusieron psicosis pues si se raya de nervios sufre una crisis/ y reparte cuchillos sin más ni más/ él no discrimina el barrio igual te cose si es que estás”. El video fue viral en poco tiempo, lo que les permitió empezar a tocar fuera de Lima. 
     En los años que siguieron, los miembros de Rapper School continuaron grabando como grupo y por separado, y mejorando su desempeño sobre la tarima. Esto motivó que, en el 2011, fueran invitados al Primer Festival de Hip Hop Internacional, en Ecuador, donde compartieron escenario con Onyx, mítico dúo de Nueva York. Desde entonces, los viajes no han cesado y son asiduos invitados en los festivales de rap más importantes de Latinoamérica.
     Su último trabajo, "We don’t play" (2014), se ha alejado parcialmente de la temática barrial o callejera, para enfocarse en los pros y los contras de una vida dedicada 100% al rap. De esta manera, dan testimonio de las dificultades que han debido sortear para llegar adonde están y, muy a su estilo, aconsejan a las nuevas generaciones de raperos a seguir un camino similar. Los alumnos ahora son los maestros.

Con r de revolución
En el Perú aún no hay espacio para un rap de carácter comercial: la mayoría de grupos que ha tomado el micro ha procurado transmitir, cada cual a su manera, un mensaje de denuncia y cambio social. Sin embargo, hay una corriente con una vena netamente contestataria y política, la cual está encabezada por el Comité Pokofló, agrupación fundada en el 2007 y actualmente conformada por Pedro Mo, Edu, Dedos y Punko. Su primer y homónimo disco, del 2008, sentó las bases de un rap que busca tener una mayor injerencia social, como lo demuestran temas como “Wake up, wayki” o “De la fábrica a las calles”.
     “Creemos en el hip-hop organizado, que activa su barrio y que antes de los elementos de la cultura, quiere demostrar que es también una forma de conocimiento y de autogestión… El hip-hop nos permite realmente intervenir en nuestro entorno, modificarnos a nosotros mismos, empezando por los más cercanos: hermanos, padres, vecinos, amigos. Así va creciendo el círculo”, comentó Pedro Mo en una entrevista reciente. 
    Esto se refleja en las distintas iniciativas que los miembros de la agrupación han organizado en diferentes barrios de Lima y provincias. Incluso, se podría afirmar que han roto con el mito del rap urbano al acercarse al campo y hacer suyas las causas de las comunidades inmersas en conflictos sociales con el Estado o las corporaciones mineras: “Una tras una, fueron mis lagunas/ lavando minerales, generando grandes sumas./ Suda, jornadas de lucha/  hip-hop es el monstruo que secuestra mi capucha”, rapea Pedro Mo en “Motor y motivo”, primer corte de "Rap muy Supay" (2012), su primer disco solista bajo el alias de Zekatari.
    
Hasta hoy, Comité Pokofló ha sacado siete discos, siendo uno de los grupos más prolíficos de la escena local. "El fin de los tiempos" (2015), su última producción, es una excelente muestra de rap político y comprometido, rimas que no callan nada y quieren crear conciencia en las mentes más jóvenes. 

Rimas testarudas
Las nuevas generaciones ya no comienzan escuchando rap en inglés, sino en español. Terco92, una de las figuras emergentes de la movida, empezó oyendo a Pedro Mo y no demoró en grabar sus propios temas. Haciéndole honor a su nombre, se ganó un lugar en la escena a punta de tozudez: en un principio, participando en los micros libres antes de los conciertos, y de ahí con sus enérgicas presentaciones en vivo.
     Su popularidad creció a mediados de año, cuando en un concurrido festival local se midió con Aczino de México, para muchos el mejor freestyler en español. Fue un duelo en el formato de batalla escrita, o sea, en vez de improvisar, los raperos prepararon una serie de rimas con anticipación y de ahí las recitaron en rounds, siempre con la intención de hacer trizas al rival. Terco perdió, pero le plantó cara a un adversario con mucha más experiencia y roce internacional, al que le increpó ser muy bueno para la improvisación y no tanto al momento de tomar un lápiz o grabar un tema: “¡porque llegué yo a demostrarte que no es lo mismo ser un freestylero/ a un hijo de puta manejando el lapicero!”, le soltó en lo más alto de su performance (ver la batalla en YouTube, vale la pena).
     Hasta el momento, este exponente de Villa El Salvador ha sacado dos discos: "El corral" (2014) y "Seriedad", que apareció hace pocas semanas y le ha permitido salir de gira por el país. Con esfuerzo y las metas claras, un rapero puede ganarse la vida haciendo lo que más le gusta, Terco92 es un claro ejemplo.
     Del rap peruano se podría decir más; han quedado fuera grupos, solistas y subgéneros, como el rap cristiano, que tiene exponentes de la talla de Radikal People o Isaac Shamar, responsable del primer disco de rap grabado en Perú, "Cadenas invisibles" (1998), cuando se llamaba Droopy G. Han quedado fuera los jóvenes que riman en los micros por unas monedas. También los DJs, productores, beatboxers y estudios de grabación, encargados de proveer las pistas sobre las que un rapero escribe o improvisa. Todos ellos, junto con los breakdancers, grafiteros y organizadores de conciertos, dan vida a nuestra movida hip-hop, y por eso merecen una mano arriba y una fuerte bulla antes de acabar esta nota.

Rap descentralizado
Trujillo, Huancayo y Arequipa son las otras ciudades peruanas donde la movida está creciendo. En la primera destaca Estrato Social, el grupo liderado por Peatón, que ofrece una interesante combinación de rap, spoken word y jazz; su disco "Escritura automática" (2015) se titula así porque tres temas están hechos con esta técnica surrealista. Huancayo es representado por Brothers Tendencia Urbana, agrupación con 15 años, cuyo disco "Simples pero complicados" los llevó a tocar en Lima y otras ciudades del país. Mientras que en Arequipa sobresale Oscuro, rapero de trayectoria que ha grabado con exponentes de fuera, como los chilenos Mamborap.

Chicas al mando
En el Perú , como en la mayor parte del mundo, el 90 % de los raperos son hombres; sin embargo, existe un importante número de mujeres en la movida, capaces de rimar con ellos de igual a igual.
     Las Damas, dúo conformado por Sky Sapiens y La Prinz, son las que han alcanzado mayor reconocimiento por su rimar directo y desenfadado; le siguen las Hermanas del Underground, conformado por la Torita, Karolinativa, La Blue y SofGab; así como Sipas Crew, trío de Manchay integrado por Kahuay Pitaj, Amil y Shery Lee, quienes combinan el español y el quechua en su rap. Muchas de estas raperas superan a los hombres en un aspecto en particular: su capacidad para cantar y desenvolverse con igual soltura en otros géneros, como el reggae, el soul o el rhythm and blues. Ejemplos de ello son los discos "Completa" (2013), de La Prinz; y "Catarsis" (2015), de Mari Zi, donde ambas modulan su voz sobre distintos ritmos.


 

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