Adelanto de "Milagro en Haiti", nueva novela de Rafael Gumucio
Adelanto de "Milagro en Haiti", nueva novela de Rafael Gumucio

Negra como el carbón, más negra que todos los negros juntos, piensa Carmen Prado mirando de reojo la sombra que la vigila. Ahí sentada, a un metro de su cama, la silueta oscura que le tapa la ventana, hedionda a aceite, cebolla, sudor y pescado. ¿Quién es? ¿De dónde vino? ¿Por qué está aquí? No es nadie que ella recuerde, nadie que exista, ni animal ni mineral, o quizás es las dos cosas al mismo tiempo, un pedazo negro de noche condensada que la conoce mejor que ella misma, un paño blanco enrollado sobre la cabeza, los ojos amarillos de gallina o de pantera apuntando en diagonal hacia el suelo para no mirarla directamente.

—Está bien…

Acepta la protección de la mole tranquila que la cuida.

—Está bien…

Lejos, estoy lejos, no es mi casa esta, no, no es mi casa. Pero qué importa, está bien, vuelve a aceptar para sus adentros, segura de que está todo en armonía, perfectamente regulado, segura de que puede dormir ahora, de que tiene que dormir, de que es lo único que puede hacer, dormir, seguir durmiendo, dormir sin peso, sin medida, hasta llegar al fondo de algo frío, una caverna, una cueva llena de siluetas, de sombras, el primer día de la humanidad.

La fiebre la suelta dos horas después. Intenta algo más esa mañana: mover las manos, levantar el pecho, alzar la vista hacia la ventana abierta, contemplar los colores, la multitud que baja de los cerros. Haití, recuerda cuando se da cuenta de que son negros los que llenan la calle sin vereda que se ve desde su ventana. Un día tranquilo, una luz feliz, la gente que sonríe llevando frutas, ollas, latas de colores sobre la cabeza.

Las sábanas frías y tirantes sobre el cuerpo sin fuerzas, su brazo conectado a una sonda que cuelga como un pájaro muerto de una percha de metal. Los muros verdosos de la clínica particular donde la encerraron, el rumor de las voces en la calle, el calor que la aplasta sin piedad, todo le recuerda que no puede moverse mucho, que no está en su casa, ni en su país, ni en su cuerpo siquiera.

¿Dónde estoy? Repetir Haití no le basta para calmarse. Como un sueño que no sueña ella, como una vida que no se parece en nada a su vida, está en Haití.

¿Cómo llegó aquí? ¿Quién la trajo? ¿Hace cuánto tiempo? Se acuerda y no se acuerda, no quiere recordar, recapitular, nada.

La fiebre, el calor, el frío, Chile como un
refugio, ese infierno como un refugio. Infierno es mucho decir, le da para purgatorio, para limbo con suerte.

Da vueltas en la cama en posición cada vez más fetal, repitiendo para sus adentros “Chile, Chile, Chile…”. […]

Se despierta de nuevo. No está segura de haberse quedado totalmente dormida.
No sabe, no quiere distinguir un estado de otro. Tiene sed, ganas infinitas de rascarse la espalda. No logra hacer nada. No tiene brazos, no tiene fuerzas, no tiene ganas de nada, le duele todo; no le importa, se hunde entre los tubos, los cables, los puntos que le tironean la piel.  Carmen Prado tiene sueño de nuevo, quiere dormir. […]

—Es Rita —dice Niels, su marido danés. ¿Por qué danés, por qué tan joven, por qué tan serio? Ni un saludo, ni una palabra. Como si tuviera miedo de contagiarse, el marido le lanza sobre la sábana blanca una enorme
cucaracha negra.

¿Qué es eso? Qué asco. Es el teléfono del que habla este imbécil, adivina. El tubo pegado a una enorme caja metálica que la Elodie sostiene para que no se le despegue del oído. 

Un chirrido, la conexión que se pierde
y vuelve.

—¿Mamá? ¿Eres tú, mamá? ¿Me escuchas? Estás loca, mamá, estás completamente loca... ¡Ya, pues, contesta!

Carmen Prado trata de sacar la voz desde esa estrecha jaula de pájaros que tiene en el pecho. No sale nada. Un chillido de ratón, un llanto de conejo, menos que eso, un pujido que la deja sin aliento al borde de la cama.

—Estás loca, mamá, tiene razón la Carmen Luz. ¿Operarte allá, mamá? ¿Justo en Haití, el país más pobre del planeta? ¿Tú no ves la tele, mamá? ¡Matan gente todo el día en Haití! ¡Cuelgan gente de los postes! Ahora mismo están matando gente delante de
tus narices…

Son mentiras, Rita, son huevadas de los gringos, va a decirle, y no puede más que carraspear, ahogada como una tortuga fuera de su caparazón.

—Miami queda ahí al lado, mamá. Todo el mundo en Haití va a operarse a Miami, te apuesto. O a Cuba, si no te gustan los gringos. O a Chile, o a Suecia o a Dinamarca, de donde es este huevón de tu marido, da lo mismo, en cualquier parte menos Haití… ¿Estás ahí, mamá? ¿Me estás escuchando? —Rita se extraña del silencio de su madre, que solo alcanza a toser lo suficiente para apiadar a Niels, que le quita de las manos el teléfono satelital para responder él en su castellano monosilábico las dudas de Rita al otro lado del mundo. [...]

Y Carmen Prado recuerda ahora con un dejo de vergüenza cómo llegó a la clínica a operarse. El Mercedes Benz de la embajada danesa. Los anteojos negros gigantes para cubrirse la cara. ¿Jackie Onassis? Imelda Marcos más bien, maquillada y perfumada, con una muda de ropa en su bolso de viaje, como si fuese a una cita furtiva, a un encuentro con un amante clandestino al que tuviera que satisfacer por última vez. El segundo piso de una casa grande del lujoso barrio de Pacott, transformada a la fuerza en clínica privada, la de una discípula del doctor Pitanguy, la mejor, ¿la única?, clínica de cirugía estética de todo Haití; las secretarias con los labios pintados de rojo furioso; las fotos en la pared, Clinton con la Pantera, Jessie Jackson con la Pantera, Pelé con la Pantera, Aristide en distintas ceremonias con la Pantera; siempre con idéntica sonrisa, como si la hubiesen recortado de otra foto.

No es por plata, Rita. Tú sabes que no me importa la plata. Esto es carísimo, por lo demás, hay que pagar hasta por tomar aire, por salir a la calle, todo es privado, satelital en Haití. Me habría salido más barato operarme en Londres, o en Houston. Niels insistió en que lo hiciera en Dinamarca, donde todo le sale gratis.

No seas avaro, cabro huevón, le dije yo. No quiero viajar, no quiero que me operen unos extraños. Esta es mi casa, aquí todo el mundo me quiere. Yo soy de aquí, no quiero preocupar a nadie, y no quiero que nadie sepa nada en Chile, te mato si le cuentas a alguien.
Es una sorpresa. Un regalo de Pascua. Eso era lo que yo quería: llegar a Santiago a pasar la Navidad, pero regia.


SOBRE EL AUTOR

Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970) es cronista y narrador. Además, es director del Instituto de Estudios Humorísticos de la U. Diego Portales.  En 1995 publicó la colección de relatos “Invierno en la torre”. Cuatro años después publicó “Memorias prematuras”, donde narra su autoexilio tras el golpe de Pinochet. Es autor, además, de las novelas “Comedia nupcial” (2002)  y “La deuda” (2009); así como de los ensayos “Los platos rotos” (2003) y “Contra la inocencia” (2016). Sus artículos y crónicas han sido recopilados en “Monstruos cardinales” (2002), “Páginas coloniales” (2006) y “La situación” (2010).


Sobre el libro

Título: Milagro en Haití
Autor: Rafael Gumucio
Editorial: Literatura Random House
Páginas: 240
Precio: S/ 82,00

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