El empresario y el abogado: fragmento de "Cinco esquinas"
El empresario y el abogado: fragmento de "Cinco esquinas"
Mario Vargas Llosa

El estudio Luciano Casasbellas, Abogados estaba también en San Isidro, a pocas cuadras de las oficinas de Enrique y, en el pasado, este solía hacerlas andando, pero ahora, debido al temor a los secuestros del MRTA y los atentados de Sendero Luminoso, se desplazaba siempre en auto. El chofer lo dejó en la puerta del estudio, que ocupaba todo el edificio, y Quique le ordenó que esperara. Subió directamente al quinto piso, donde estaba el despacho de Luciano. La secretaria le dijo que el doctor lo estaba esperando, podía pasar sin llamar.
     Luciano se levantó a recibirlo y tomándolo del brazo lo llevó hasta los cómodos sillones desplegados al pie de una biblioteca con vidrios, llena de libros encuadernados en piel y simétricos. La alfombra persa, los retratos y cuadros de las paredes del despacho eran, como el mismo Luciano, elegantes, sobrios, conservadores, vagamente británicos. Había fotos de Chabela y de sus dos hijas en una vidriera y del propio Luciano, joven, con túnica y birrete, el día de su graduación en la Universidad Católica de Lima, y otra, más ostentosa, de la ceremonia de su doctorado en Columbia University. Quique recordó que en el Colegio de la Inmaculada su amigo sacaba todos los años el codiciado Premio de Excelencia.
     —Hace semanas que no nos vemos, Quique —dijo el abogado, dándole un golpecito afectuoso en la rodilla. Tenía los anteojos en las manos y estaba en mangas de una camisa a rayas impecablemente planchada y, como siempre, con corbata y tirantes; los zapatos brillaban como recién lustrados. Era delgado, alto, de ojos claros y algo achinados, cabellos grises y unas entradas en la frente, anuncio de una prematura calvicie—. ¿Cómo está la bella Marisa?
     
—Bien, bien —le devolvió la sonrisa Enrique, pensando: «Es mi mejor amigo desde que llevábamos pantalón corto, ¿lo seguirá siendo después de esto?». Sentía desazón y vergüenza y su voz sonaba insegura—. El que no está nada bien soy yo, Luciano. Por eso he venido.
    
Temblaba al hablar y Luciano lo notó, pues se había puesto muy serio. Lo observaba con detenimiento.
      
—Todo tiene solución en esta vida menos la muerte, Quique —lo animó—. Anda, cuéntamelo todo, como dice Luciana, la menor de mis chiquitas.
      
—Hace unos días recibí una visita inesperada —balbuceó él, sintiendo que se le mojaban las manos—. Un tal Rolando Garro.
      
—¿El periodista? —se sorprendió Luciano—. No sería para nada bueno. Ese sujeto tiene una fama pésima.
     
Enrique le contó la visita con lujo de pormenores. A veces se callaba, buscando la palabra menos comprometedora, y Luciano esperaba, callado, paciente, sin apresurarlo. Al final, Enrique extrajo de su cartera de mano el cartapacio sujetado por las dos liguitas color amarillo. Después de entregárselo a Luciano, sacó su pañuelo y se secó las manos y la frente. Estaba empapado de sudor y respiraba con dificultad.
     
—No sabes cuánto he dudado en venir, Luciano —se disculpó, cabizbajo—. Me da vergüenza, tengo asco de mí mismo. Pero, esto es tan personal, tan delicado que, la verdad, no sabía qué hacer. ¿A quién puedo confiarme sino a ti, que eres como mi hermano?
     
Se le cortó la voz y pensó, asombrado, que estaba a punto de echarse a llorar. Luciano, inclinado sobre la mesa, le sirvió un vaso de agua de una jarrita de cristal.
      
—Por lo pronto, cálmate, Quique —le dijo, afectuoso, palmeándolo—. Claro que has hecho muy bien en venir a verme. Por malo que sea el asunto, le encontraremos solución. Ya verás.
      
—Espero que no me desprecies después de esto, Luciano —murmuró Quique. Y, señalándole el cartapacio—: Te vas a llevar una gran sorpresa, te advierto. Ábrelo de una vez.
     —El abogado es como el confesor, mi viejo —dijo Luciano, calzándose los anteojos—. No te preocupes. Mi profesión me ha preparado para todo lo bueno, lo malo y lo peor.
     
Enrique lo vio abrir cuidadosamente el cartapacio, retirar los jebes amarillos y, luego, el papel que envolvía las fotografías. Vio cómo la cara de Luciano se contraía un poco de sorpresa y que, de golpe, palidecía. No apartaba la vista de las imágenes para volverse a mirarlo ni hacía comentario alguno mientras repasaba muy despacio, una por una, las escandalosas cartulinas. Quique sentía que su corazón tronaba dentro de su pecho. El tiempo se había detenido. Recordaba, cuando de niños estudiaban juntos para los exámenes, que Luciano se concentraba en los libros como ahora, volcando cuerpo y alma en aquello que veía. Mudo y metódico, repasaba de nuevo las fotos, de atrás para adelante. Por fin, levantó la cabeza y, mirándolo con sus ojos inquietos, le preguntó con voz neutra:
     
—¿No hay la menor duda de que eres tú, Quique?
     
—Soy yo, Luciano. Lo siento, pero sí, yo mismo.
    
El abogado estaba muy serio; asentía y parecía reflexionar. Se quitó los anteojos y volvió a darle un golpecito afectuoso en la rodilla.
     
—Se trata de un chantaje, está muy claro —afirmó, por fin, mientras con gran cuidado, ganando tiempo, envolvía de nuevo las fotos en el papel de seda, las metía en el cartapacio y aseguraba este con las liguitas amarillas—. Quieren sacarte plata. Pero han querido ablandarte primero, asustándote con la amenaza de un gran escándalo. ¿Me quieres dejar esto? Es mejor que lo guarde aquí, en la caja fuerte. No conviene que caiga en manos de nadie, sobre todo de Marisa.
    
Enrique asintió. Volvió a tomar un sorbo de agua. De pronto, se sentía aliviado, como si, desprendiéndose de esas imágenes, sabiendo que estarían bien custodiadas en la caja fuerte del estudio de Luciano, hubiera disminuido la amenaza potencial que contenían.

Novela: Cinco esquinas
Autor: Mario Vargas Llosa
Editorial: Alfaguara
Páginas: 320
Precio: S/ 69.00

Vida & obra
Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936)

Es sin duda uno de los novelistas y ensayistas contemporáneos más importantes del mundo, y el único premio Nobel vivo en lengua española. Entre las innumerables distinciones que ha recibido, destacan el Premio Rómulo Gallegos (1967), el Príncipe de Asturias (1986), el Miguel de Cervantes (1994) y el Nobel de Literatura (2010). En 2011 la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes creó la Cátedra Vargas Llosa, institución que organiza el Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, cuya segunda edición tendrá lugar a fines de abril en Lima.

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