[Ilustración: Manuel Gómez Burns]
[Ilustración: Manuel Gómez Burns]

Cuando los niños están en la cama y mi madre y mi padre se han retirado al improvisado cuarto de invitados, en el rinconcito con el sofá cama, me siento a solas en la sala de estar, el silencio pesado.

Yury ha venido a mi casa. Esto no ha terminado. No me dejarán en paz, como hicieron con Marta y Trey.

Hice algo ilegal, y disponen de las pruebas que podrían mandarme a la cárcel.

Estoy en sus manos.

Recuerdo la advertencia de Yury: “Eres todo lo que les queda a tus hijos”. Es verdad. Matt se ha ido. No puedo seguir esperando a que vuelva, que aparezca de repente y me saque del apuro. He de hacerlo yo.

Debo pelear.

No puedo ir a la cárcel.

Mientras Yury tenga pruebas de lo que hice, seguir libre parece imposible. “Mientras Yury tenga pruebas”. La idea es como si recibiera un golpe. ¿Y si dejara de tenerlas?

La CIA no tiene nada contra mí, solo los rusos. Solo Yury.

Debe de guardar una copia de lo que me dejó en el buzón. Esos papeles que demuestran que vi la foto de Matt. Es lo que está utilizando para chantajearme. ¿Y si encuentro esa copia y la destruyo? De ese modo perdería la ventaja que tiene. De todas formas, podría contárselo todo a las autoridades, pero sería su palabra contra la mía.

Eso es. Esa es la solución, la manera de no ir a la cárcel, de continuar con mis hijos: acabar con las pruebas.

Lo que significa que he de dar con él.

La adrenalina me corre por las venas. Me levanto y voy a la entrada. Meto la mano en el bolso del trabajo y saco el papel en el que he apuntado la matrícula de Yury.

Acto seguido voy al armario del cuarto de los gemelos y saco una caja de plástico del estante más alto. Ropa que se les ha quedado pequeña. Revuelvo en ella y encuentro el teléfono de usar y tirar. Vuelvo a la sala de estar, busco el número de Omar, saco la batería de mi móvil y hago la llamada con el teléfono de prepago.

—Soy Vivian —digo cuando lo coge—. Necesito un favor.
—Dime.
—Necesito que me busques una matrícula.
—Vale. —Vacila, la primera vez que lo hace—. ¿Me puedes decir por qué?
—Hoy había un coche en mi calle. —La verdad, de momento—. Parado. Me ha parecido sospechoso. Probablemente no sea nada, pero he pensado que me gustaría comprobarlo. —La mentira me sale con más facilidad de lo que esperaba.
—Sí, claro. Un segundo.

Oigo pasos de fondo, me lo imagino abriendo el portátil, entrando en una base de datos del Buró, algo que recaba información de todas partes, todos los datos que existen. La matrícula me dará un nombre y una dirección. El alias que está usando Yury en Estados Unidos, si tengo suerte. Y, aunque no me dé su dirección actual, al menos obtendré una pista. Algo que buscar.

—Listo —dice Omar.

Le leo el número de la matrícula y escucho cómo va escribiendo en el teclado. Se produce una pausa larga, seguida de más teclear. Luego me lee el número, me pregunta si estoy segura de que es ese. Vuelvo a mirar el papel, le digo que sí.

—Mmm —dice—. Qué raro.
Contengo la respiración, esperando a que continúe.
—Nunca me había pasado esto.
El corazón me late con tanta fuerza que puedo oírlo.
—¿Qué?
—No consta en ninguna parte que esa matrícula exista.

                                                     * * *
A la mañana siguiente estoy sacando una taza de café del armario cuando veo el vaso térmico. El metal reluciente en la balda. Me quedo helada.

Esa matrícula era la única pista que tenía para llegar hasta Yury. No sé cómo encontrarlo, cómo destruir las pruebas que podrían meterme en la cárcel.

Acerco una mano al vaso, despacio. Lo cojo del estante y lo dejo en la encimera.

Podría hacerlo. Podría llevar el lápiz de memoria al trabajo e introducirlo en el ordenador. Como la otra vez. Y todo esto acabaría. Matt lo dijo, Yury lo dijo.

“Te pagaremos. Lo bastante para que te puedas ocupar de tus hijos durante mucho tiempo”. Me viene a la memoria la promesa de Yury. En gran parte, ese fue el motivo por el que no delaté a Matt: el miedo de no poder sacar adelante a los niños yo sola si él no estaba. Ahora se ha ido. Y Yury me ha ofrecido una manera de hacerlo.

Luego están las palabras de Matt, hace tanto tiempo, aquel día, en el coche. “Si me pasa algo, haz lo que haga falta para cuidar de los niños”.

“Lo que haga falta”.
—Vivian…
Me vuelvo y veo a mi madre. Ni siquiera la he oído entrar en la cocina. Me está mirando, con cara de preocupación.
—¿Te encuentras bien?
Miro el vaso térmico, me veo reflejada en él, la imagen distorsionada. Esa no soy yo, ¿verdad? Yo soy distinta. Más fuerte.
Me olvido de él y me centro en mi madre.
—Estoy bien.

Me siento a mi mesa con un café delante, en la superficie flotan posos. Clavo la vista en la pantalla, en la que he abierto un informe de inteligencia, uno al azar, para que si alguien mira dé la impresión de que estoy leyendo, aunque no es así. Intento concentrarme por todos los medios.

Tengo que encontrar esas pruebas. Tengo que destruirlas. Pero no sé cómo.

Omar miró más bases de datos y aun así no dio con la matrícula. “Vivian, ¿qué está pasando?”, me preguntó. “Debí apuntar mal el número”, le dije. Pero sabía que no había sido así, y el hecho de que la matrícula no esté registrada me aterra.

Por un instante me planteo coger a los niños y huir, pero no puedo. Los rusos son buenos: nos encontrarían.

Necesito quedarme aquí y pelear.

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Toda la verdad

Karen Cleveland
Editorial: Planeta
Páginas: 442
Precio: S/49,00

                                                      * * *
Esa noche, tarde, cuando los niños y mis padres están dormidos, me quedo sola en la sala de estar, con un programa de televisión absurdo por compañía para evitar el pesado silencio que se cierne sobre la casa cuando no está encendida. Un programa de citas, decenas de mujeres compitiendo por un único hombre, todas ellas locamente enamoradas, aunque ni una sola sepa de verdad quién es el hombre.

El teléfono vibra, bailoteando un tanto en el cojín del sofá, a mi lado. “Matt”, pienso, porque es el único motivo de que lo siga teniendo encendido a estas horas. Sin embargo, en la pantalla pone DESCONOCIDO, en lugar de verse un número. “No es Matt”. Continúa vibrando, un zumbido persistente. Le quito el volumen al televisor y lo cojo, acercándomelo con cuidado a la oreja, como si fuese algo peligroso.

—¿Diga?
—Vivian —dice esa voz inconfundible, con acento ruso. Se me hace un nudo en el estómago—. Ha pasado otro día y todavía no has hecho lo que debes hacer. —El tono es amable, familiar. La verdad es que resulta desconcertante, ya que las palabras son amenazadoras, acusatorias.
— Hoy no he tenido ocasión —miento, porque en este momento dar largas parece la única opción posible,
— Ya —responde, una sílaba rápida que de algún modo me hace saber que no me cree—. Bueno, te voy a pasar con alguien que… —hace una pausa, como si buscara las palabras adecuadas— quizá logre convencerte de que encuentres la ocasión.

Se oye un clic en la línea, luego otro. Un ruidito. Espero, tensa, y la escucho: es la voz de Matt.

—Viv, soy yo.
Mis dedos aprietan con fuerza el teléfono.
—¿Matt? ¿Dónde estás?
Una pausa.
—En Moscú.

“Moscú”. Imposible. Moscú implica que se ha ido. Que dejó a los niños solos ese día, sin un progenitor.

Hasta ese momento no había sido consciente de que no me lo acababa de creer. De que aún me aferraba a la esperanza de que volviera con nosotros, de que no se hubiese ido.

—Escucha, tienes que hacerlo.

Estoy aturdida. Atónita. “Moscú”. Tengo la sensación de que esto no es real.

—Piensa en los niños.

“Piensa en los niños”. ¿Cómo se atreve a decir eso?
—¿Acaso lo hiciste tú? —espeto, mi voz endureciéndose.

Veo a Luke, solo a la mesa de la cocina, el día que Matt desapareció.

Los tres pequeños esperando en recepción en el colegio.No contesta. Creo que lo oigo respirar, o puede que sea la respiración de Yury, no estoy segura. Y en el silencio nos veo a los dos en la pista de baile el día que nos casamos, lo que me dijo al oído. Ya no sé qué creer.

—Te pagarán —afirma—. Lo bastante para que puedas dejar el trabajo.
—¿Cómo? —inquiero.
—Para pasar más tiempo con los niños. Como siempre has querido.

No es así como lo quería. En absoluto.
—Quería que estuviéramos juntos —musito—. Tú y yo. Nuestra familia.

Se produce otra pausa.
—Yo también lo quería. —Su voz es pesada, me imagino la cara que está poniendo, la frente fruncida.

Los ojos se me llenan de lágrimas, la vista se me nubla.
—Por favor, Vivian —pide, y la urgencia, junto con la desesperación que percibo en su voz, hace que sienta miedo—. Hazlo por nuestros hijos.​

Karen Cleveland estudió en el Trinity College de Dublín, con una beca Fullbright, y en la Universidad de Harvard.
Karen Cleveland estudió en el Trinity College de Dublín, con una beca Fullbright, y en la Universidad de Harvard.

vida & obra
Karen Cleveland 
(Estados Unidos, 1982)

Trabajó como analista de la CIA durante ocho años, especializándose en contraterrorismo y colaborando con el FBI. Escribió su primera novela, Need to know (2017), un thriller de espionaje, durante su licencia por maternidad. En la Feria del Libro de
Londres, los derechos de su libro fueron
adquiridos en 24 horas por grandes editoriales para 30 países. Será llevada al cine por Universal Pictures.

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