"En el umbral", fragmento de "Los diarios de Emilio Renzi"
"En el umbral", fragmento de "Los diarios de Emilio Renzi"

La ilusión es una forma perfecta. No es un error, no se la debe confundir con una equivocación involuntaria. Se trata de una construcción deliberada, que está pensada para engañar al mismo que la construye. Es una forma pura, quizá la más pura de las formas que existen. La ilusión como novela privada, como autobiografía futura.
    Al principio, aseguró después de una pausa, somos como el Monsieur Teste de Valéry: cultivamos la literatura no empírica. Es un arte secreto cuya forma exige no ser descubierta. Imaginamos lo que pretendemos hacer y vivimos en esa ilusión… En definitiva, son los cuentos que cada uno se cuenta a sí mismo para sobrevivir. Impresiones que no están en condiciones de ser entendidas por extraños. Pero ¿es posible una ficción privada? ¿O tiene que haber dos? A veces, los momentos perfectos tienen por testigo solo a quien los vive. Podemos llamar a ese murmullo — ilusorio, ideal, incierto— la historia personal.
    Me acuerdo dónde estaba, por ejemplo, cuando leí los cuentos de Hemingway: había ido a la terminal de ómnibus a despedir a Vicky, que era mi novia en aquel tiempo, y al costado del andén en una galería encristalada, en una mesa de saldos, encontré un ejemplar usado de "In Our Time" en la edición de Penguin. Cómo había ido a parar ahí ese libro no lo sé, un viajero quizá lo había vendido, un inglés con sombrero de explorador y una mochila que seguía  viaje al sur lo había cambiado, digamos, por una guía Michelin de la Patagonia, vaya uno a saber. Lo cierto es que volví a casa con el libro, me tiré en un sillón y empecé a leerlo y seguí y seguí mientras la luz cambiaba y terminé casi a oscuras, al fin de la tarde, alumbrado por el reflejo pálido de la luz de la calle que entraba por los visillos de la ventana. No me había movido, no había querido levantarme para encender la lámpara porque temía quebrar el sortilegio de esa prosa. Primera conclusión: para leer, hay que aprender a estar quieto. 
     La primera lectura, la noción, subrayó, de primera lectura es inolvidable porque es irrepetible y es única, pero su cualidad epifánica no depende del contenido del libro sino de la emoción que ha quedado fijada en el recuerdo. Se asocia con la infancia, por ejemplo, en el capítulo de Combray en "Swann", Proust regresa al pasaje olvidado de la casa de la niñez convertido de nuevo en un chico y revive los lugares y las deliciosas horas dedicadas a la lectura desde la mañana hasta el momento de acostarse. El descubrimiento se asocia con la inocencia y con la infancia pero persiste más allá de ella. 

***
Me gustaría contar mi vida siguiendo esas escenas, como quien sigue las señas en un mapa para guiarse en una ciudad desconocida y orientarse en la multiplicidad caótica de las calles, sin saber muy bien adónde quiere llegar.  Solo busca en realidad conocer esa ciudad, no ir a un lugar determinado, incorporarse al torbellino del tráfico para poder alguna vez recordar algo de ese lugar («En esa ciudad los nombres de las calles remiten a los mártires muertos en defensa de su fe en el cristianismo primitivo, y mientras andaba por esas callejuelas, imaginé de pronto una ciudad, esa misma quizá cuyas calles llevaran el nombre de los activistas que han muerto luchando por el socialismo, por ejemplo», dijo.) Estuve ahí, crucé un puente sobre los canales y fui a dar al zoo. Era una tarde liviana, de primavera, y me senté en un banco a mirar el paseo circular de los osos polares. Eso es para mí construir un recuerdo, estar disponible y ser sorprendido por el brillo fugaz de una reminiscencia.
     Escuela N.°1 de Adrogué. Clase de lectura. La señorita Molinari ha creado una especie de concurso: se lee en voz alta y el que se equivoca queda eliminado. La competencia de las lecturas ha comenzado. Me veo en la cocina de casa, dijo Renzi, la noche antes, estudiando «la lectura». ¿Por qué estoy en la cocina? Quizá mi madre me toma la lección. No la veo a ella en el recuerdo: veo la mesa, la luz blanca, la pared de azulejos. El libro tiene grabados, lo veo, y recuerdo de memoria todavía la primera frase que estaba leyendo a pesar de la enorme distancia: «Llegan barcos a la costa trayendo frutos de afuera…». Los frutos de afuera, los barcos que llegan a la costa. Parece Conrad. ¿Qué texto era ese? Año 1946.
—Aprendemos a leer antes de aprender a escribir y son las mujeres quienes nos enseñan a leer.

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