(Foto: REUTERS)
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Jaime Bedoya

Alfombras

El concepto de la alfombra roja es astuto y efectivo: aprovechando el ego de los famosos, se les canjea exposición periodística a cambio de un supuesto privilegio que utiliza su imagen para promocionar otra cosa: una película, un espectáculo, y todas las marcas expuestas en la pared que enmarcan su glorioso tránsito. Eso es lo que importa de sus fotos: los logos.

Hace poco tuve el raro honor de estar casualmente del lado menos privilegiado de una alfombra roja peruana, glamorosa pujanza tercermundista que convive con la esclavitud laboral en el país. La alfombra roja no era alfombra ni era roja. Era un tapiz de alto tránsito azulado. La idea era la misma.

Lo preocupante es que no reconocía a los famosos. Y yo sí conozco a mis famosos. Sé quién tiene los dientes más blancos. Cuál arrastra cansinos dilemas conyugales. Entre quiénes hierve una envidia pulsante. Pero los que desfilaban sobre el tapizón eran una gavilla juvenil de anónimos sin drama ni miseria pública que compartir con nosotros los mortales.

Entonces pregunté qué clase de famosos eran esos. Y me dijeron que eran youtubers y bloggers: el Renacimiento al revés.

Pensar que en mis tiempos los niños queríamos ser astronautas, cowboys, choferes de ambulancia, algo en lo que por lo menos podías hacerte una herida.


Mocos

Queda abierto el debate acerca de qué resulta peor: que los niños se vuelvan adictos a los celulares, o que se vuelvan adictos a los juguetes.

Es el caso de la viralización de los spinners, juguetitos cuya gracia es dar vueltas entre los dedos ante sospechas paternas. Si involucraran dispararle a alguien, generarían menos recelo.

Supuestamente alivian la ansiedad y la hiperactividad. Es una suposición generosa sin ninguna evidencia que la sustente, salvo una patente original como adminículo terapéutico. Las preocupaciones adultas oscilan desde su presunta vinculación con el satanismo (al hacerlo girar entre el dedo medio y el pulgar, la mano del niño forma los cuernos del diablo), hasta sus remotas posibilidades como proyectil de recreo. Parte consustancial de la infancia es golpear al prójimo sin mala intención.

Lo factual es que hay gente haciéndose rica vendiendo estos aparatos para mantener las manos infantiles ocupadas. Dilema que toda la vida se resolvió jugando a formar una bolita de mocos con los dedos. Lo simple es hermoso.


Bomberos

La Academia Peruana de la Lengua debería reunirse de emergencia y plantear una condena, y un probable remplazo, a la expresión popular “para cojudos los bomberos”.

Los hechos lo ameritan. El altruismo ante la desgracia ajena no debería ser sancionado bajo criterios comerciales. Erradicar esa frase ayudaría a combatir el reduccionismo falaz según el cual no vale la pena hacer algo por lo que no se cobra. Y defendería la nobleza detrás del lema laboral de no se gana, pero se goza.

El problema es que, siendo el idioma un organismo vivo, este se define en su uso antes que en sus reglas. A la gente le gusta y necesita cobrar. Y como le gusta cobrar, se seguirá usando esta frase.

En todo caso podría ampliarse su alcance y atenuar su tono despectivo mediante un sencillo razonamiento lógico: si para cojudos los bomberos, entonces para valientes los cojudos.

El riesgo es que muchos cojudos a secas se sentirían súbitamente intrépidos. Y luego acabarían postulando a algo.

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