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Entrevista a Gabo por Manuel Jesús Orbegozo - 2
Redacción EC

MANUEL JESÚS ORBEGOZO (1923-2010)*

Periodista

Como Aureliano Babilonia, sobreviviente de Macondo, llegó hasta aquí Gabriel García Márquez, en un pájaro de duras alas que, en el fondo no era sino una versión supermoderna de la estera voladora que, hacía 100 años de soledad, había inventado un gitano llamado Melquiades.
       Desembarcó en el Aeropuerto Internacional una mañana de escaso sol. Traía un espeso bigote por parte de padre, una mujer al brazo, una maleta llena de chompas de colores vívidos y todas las irrealidades de Jorge Luis Borges a quien lee durante la noche, para detestar durante el día. 

[…] 
No se sabe qué hizo el primer día de su estadía en esta ciudad colocada un poco al noroeste del “Ombligo del mundo”, pero se supone que almorzó en el Hotel Crillón donde se alojó y donde, luego se iría a la cama para cumplir con lo que estipula el viejo refrán.
         Al segundo día resucitó entre los muertos de frío limeño y se sentó a conversar con tres periodistas que querían saber qué tenía este muchacho de chompa amarilla y apelmazado pelo, qué tenía de extraordinario, de Coronel, de Apolinario, de Buendía.      
            Y se encontraron con que él solo era un donjuán enamorado perdidamente de la joven América Latina (se desconoce su apellido materno) a quien encuentra mágica, negando que mágica fuera la negra África, no obstante sus leyendas sobre caníbales y rinocerontes.
        Hacía muy poco tiempo que conocía personalmente a la Fama, dado su fabuloso éxito editorial por contar los cuentos que a su vez le contara su abuelo en Aracataca, y por lo tanto no estaba acostumbrado a corresponder, mayormente, a los que lo agasajaban. Por ejemplo, los periodistas lo agasajaron con su admiración y él, lo único que hizo es poner a su disposición una cajetilla de cigarrillos criollos que, en media hora, se la devoraron toda.
El muchacho de la chompa amarilla dijo que hacía tiempo que le preocupaba la poesía y que para encontrarla estaba haciendo cosas inverosímiles como arar en el mar y hasta descender al Reino de la Mer, donde el hombre ejercita diariamente sus derechos ciudadanos, porque “a mí me parece muy poético el que un contrabandista se trague los diamantes para despistar a la policía, pero que la policía al darse cuenta, lo haga devolver los diamantes sentándolo 60 veces en 60 bacinicas”. 

[…]
Fumando los cigarrillos criollos de 2,60, dijo que el compromiso político que él tenía era escribir, pero como los periodistas no se tragaban la píldora porque no estaba dorada, expresó que lo único que habría que hacer para saber su ideología y su actitud, era leer sus libros. “Ahí, me revelo con mi máxima sinceridad”. 

[...]
Y de pronto, Mario lo hace sentarse en un bloque de hielo como ese del abuelo de Aracataca, porque le pregunta si cree que su obra (la de García Márquez) es reaccionaria, y él, metido de hombros, sobreviviente de Macondo, nada a brazo partido en un mar de dudas, y fuma, y cambia de pierna porque la otra se le había adormecido, y Mario para calmarlo le dice que no es reaccionario, pero García Márquez dice que, “a ver, dime, ¿por qué no es reaccionaria mi obra si Torre Nilsson me acaba de decir que es reaccionaria? (Y ahí empieza otra novela personal).

*El Comercio, 9 de setiembre de 1967

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