El final del Lorton
El final del Lorton

El 4 de febrero de 1917 los ciudadanos del puerto de Santander, en Cantabria, vieron en el horizonte un barco mercante ya cerca de sus costas. Se trataba del Lorton, una nave peruana que llevaba encima casi 20 años y 2.211 toneladas de salitre.

El viaje había sido largo y tedioso: la tripulación pasó poco más de dos meses navegando. Los marineros partieron el 22 de noviembre del puerto de Iquique, atravesaron el canal de Panamá y el 21 de diciembre dejaron el puerto de Colón, se adentraron en el Atlántico y perdieron contacto con tierra firme por más de 40 días. El capitán se llamaba Frank Sanders, un estadounidense nacionalizado peruano, hombre de confianza de Víctor Rocca y Juan Miller, dueños del Lorton. Era la primera vez que tripulaba la nave. Sería también la última.

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La misión parecía, en principio, sencilla: transportar el salitre que se extraía en Tarapacá, al norte de Chile, hasta el norte de España, donde sería usado como fertilizante. Eso decía el contrato que Rocca y Miller habían firmado con la casa comercial Barcelona Mitrovich Brothers, que llevaba más de 15 años de experiencia en el negocio. Pero el salitre no llegó al puerto. Estando cerca de volver a tocar tierra, Sanders se vio obligado a detener el barco. No solo había explosiones de torpedo cercanas, como una advertencia para que se detuvieran, sino que un alemán de su propia tripulación estaba saboteando el Lorton, rasgando sus velas para imposibilitar cualquier intento de escape. Emergió entonces un submarino enarbolando la bandera francesa, haciendo señas al capitán. Querían hablar con él.

Cuando Sanders entró al sumergible no encontró a ningún francés, sino al capitán alemán Hans Nieland, quien le exigió ver los papeles del barco, la lista de la carga que llevaban, la nómina. Quería saber la nacionalidad de cada uno de los marineros. Mientras tanto, un miembro de la tripulación del submarino bajaba la bandera francesa e izaba la alemana. Sin saberlo, Sanders había abordado el SM U-67, submarino que había hundido, en menos de una semana, otros cuatro barcos mercantes.

Un par de días antes, en Lima, el embajador alemán Friedrich Perl había anunciado la decisión de Alemania de establecer un bloqueo marítimo a Inglaterra y Francia: toda embarcación que llevara mercadería a esos países sería hundida. Quedaban avisados. Pero ¿cómo iba a estar enterada de esto la tripulación del Lorton, que para ese entonces se encontraban en medio del océano Atlántico? Los socios Rocca y Miller escucharon la noticia, pero no se preocuparon: después de todo, el destino del Lorton era España. Pero eso no evitó que el Kapitänleutnant Hans Nieland actuara a partir de sus sospechas.

Desde su bote salvavidas, Sanders vio el barco en el que pasó dos meses estallar en llamas antes de hundirse lentamente. “Tiene cinco minutos para desocupar el Lorton”, le había dicho Nieland, antes de mandar a sus hombres a sembrar explosivos. Felizmente, solamente ‘perdieron’ a un hombre: el saboteador alemán, cuyo nombre se ha extraviado para la historia, reía y cantaba mientras se reunía con sus compinches en el interior del SM U-67 (resultó ser un miembro de la reserva naval alemana).

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La insistencia de los alemanes en que tenían razones para hundir el barco, cuando el ministro de Relaciones Exteriores Francisco Tudela y el presidente José Pardo intentaron que el gobierno alemán indemnizara a los propietarios del Lorton, raya en lo risible. “Es un barco británico”, decían. Y lo era: había sido construido en 1889 en Gran Bretaña, y fue comprado por un tal Domingo Loero en 1914 (con el inicio de la guerra iban a escasear barcos mercantes. Loero, un hombre de negocios, lo sabía), quien lo registró como nave mercantil peruana en 1915 y lo vendió a la Sociedad Rocca & Miller en 1916. Era un barco británico, pero hacía dos años que era de propiedad peruana.

“Es una forma velada de llevar insumos a Gran Bretaña”, decían. En realidad, era posible: si Alemania había decidido llevar a cabo el bloqueo marítimo era porque se había enterado de diversos países neutrales que llevaban insumos a Francia y Gran Bretaña como una forma de apoyo a los aliados. Apenas tres días antes habían hundido un barco mercante español que se dirigía a Francia con ese propósito. Además, el salitre no solamente es un gran fertilizante, sino también un ingrediente esencial para hacer pólvora. Pero, en principio y por contrato, el Lorton solamente iba a dejar la mercadería en España, y no tenía relación con lo que se hiciera con ella después.

“El barco es de las fuerzas aliadas”. Era cierto que Rocca y Miller tenían ascendencia italiana y británica, respectivamente, pero ambos habían nacido y se habían criado en el Perú. Eran negociantes, no conspiradores.

Aun tras los contraargumentos, los alemanes no respondieron a las demandas, así que el gobierno peruano rompió relaciones diplomáticas y retuvo las ocho naves alemanas que se encontraban entonces en el puerto del Callao. De ellas bajaron 220 alemanes, 16 de los cuales se quedaron en el país. Cuando el 6 de abril de ese año Estados Unidos declaró la guerra a Alemania, Pardo expresó su apoyo. Pero el Perú no le declaró la guerra a Alemania. Al menos no entonces. Eso lo dejó a Manuel Prado, para la Segunda Guerra Mundial.

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