Pareciera que la historia quedó congelada aquel 15 de mayo de 1935. Ese día infausto en que y su esposa fueron asesinados por un fanático aprista, cuando se disponían a ingresar al Club Nacional para almorzar. Ese momento ha quedado grabado en la memoria de sus descendientes, hijos, nietos y bisnietos, quienes crecieron escuchando los pormenores de aquella tragedia.

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“Para mí, mi abuelo no es una persona, sino un asesinato”, evoca su nieta Maki Miró Quesada Arias. “De su muerte se hablaba casi a diario en la casa, así que su personalidad y todo lo que sé de él, quedó marcado por ese momento: cómo sucedió, cómo atravesaron la plaza San Martín, dónde estaba su hija (Delfina), quien en ese instante los miraba desde el hotel Bolívar, fue algo que se contó tan vívidamente, como si a mis abuelos los volvieran a matar todos los días”, cuenta.

Maki Miró Quesada es hija de Enrique Miró Quesada Laos, uno de los once hijos que tuvieron Antonio y María. “Mi padre en aquella época tenía 18, 19 años —narra— y estudiaba Derecho y trabajaba ya en El Comercio. Estaba en el segundo piso escribiendo un artículo, cuando escuchó sonar las campanadas, el ruido de los cierrapuertas, las sirenas de las ambulancias. Ante tal alboroto, bajó de inmediato al primer piso, con los papeles en la mano. En ese momento, vio que introducían en el hall del Diario dos camillas, con dos personas cubiertas con sábanas ensangrentadas. En una de ellas pudo ver que sobresalían unos zapatos de mujer, eran los mismos que había acompañado a comprar a su madre una semana atrás”.

(Foto: archivo familiar)
(Foto: archivo familiar)

A su bisnieto Manuel García Miró Bentín también le llegó un relato parecido: “desde que abrí los ojos —dice— escuché la historia de que el APRA había matado a mis bisabuelos y que su hija, mi abuela Delfina, iba a ir con ellos a almorzar, pero por algún motivo se regresó a la casa (en el hotel Bolívar)”.

Mientras tanto, José Antonio García Miró, hijo de Delfina, intuye que por el dolor que sentía, su madre no hablaba demasiado sobre lo sucedido aquel día. “En la casa casi no se mencionaba el tema —asegura— y lo que yo recuerdo es que ellos estaban yendo del hotel Bolívar al Club Nacional y no sé por qué motivo mi madre, que entonces tenía 31 años, regresó al hotel y en ese ínterin se produjo el asesinato. Mi abuela salió en defensa de mi abuelo, por eso también le dispararon”.

El valor de una vida plena

La muerte de los esposos Miró Quesada conmovió Lima. Antonio Miró Quesada era entonces un hombre público, no solo por su papel como director de El Comercio, sino por su actuación en la vida política del país. Nacido en el Callao, en 1875, había estudiado Derecho en la Universidad de San Marcos y desde muy joven había militado en el Partido Civil. Su férrea oposición al golpe perpetrado por Augusto B. Leguía en 1919, determinó su salida del país y su partida a Francia, con su esposa e hijos, donde permaneció durante una década.

A la par de su agitada vida política, Antonio Miró Quesada dedicó gran parte de su vida al periodismo. “Fue director desde 1905 hasta 1935, el año en que fue asesinado”, destaca su nieta Marysienka Miró Quesada, hija de Hernán Miró Quesada Laos. “Mi papá fue el menor de los hijos y yo fui de una generación menor que mis primos hermanos”, dice. Ella conserva en su casa un legado de la memoria de sus abuelos: dos grandes cuadros, diversas fotografías y libros, entre los cuales destaca el volumen compendiado por su papá Hernán y titulado El asesinato de mis padres.

Portada del asesinato Antonio Miró Quesada y su esposa. (Foto: archivo histórico de El Comercio)
Portada del asesinato Antonio Miró Quesada y su esposa. (Foto: archivo histórico de El Comercio)

Marysienka destaca los editoriales y artículos que escribió su abuelo, donde sobresale su escritura ágil y amena. “Su gran legado se encuentra —afirma— en este periódico que fundó su padre (José Antonio Miró Quesada) y que él organizó como empresa. A mí me gustaría que lo recuerden como gran empresario y periodista, quien desde muy joven se lanzó a la política a pesar de los riesgos que ello suponía. Le tocó vivir una época muy violenta. Ahora también en nuestro país, con otras circunstancias, estamos viviendo una etapa de gran violencia que es necesario enfrentar y combatir. Hoy converso con mucha gente capaz que no quiere entrar en la política por los riesgos que ello supone, lo cual es una pena. Entonces su ejemplo está ahí: la gente honrada debe participar en política, aunque tienen que saberse cuidar. Debemos recordar el valor que él tuvo para vivir una vida plena. Una vez Alan García me dijo ‘fue como si el diablo se hubiera metido en la historia’, y la verdad guardo un buen recuerdo de su forma de dar explicaciones”.

En los últimos tiempos, ella ha creado la fundación Miró Quesada, en memoria de sus abuelos, dedicada a que jóvenes de escasos recursos puedan tener una educación de calidad. “Esos asesinatos fueron un gran trauma para mi familia, para mi padre, para mí —concluye—, pero debemos encontrar la forma de salir adelante siempre”.

Recuerdos en el tiempo

“Yo creo que Antonio Miró Quesada fue una persona justa, una persona capaz, muy inteligente en lo suyo, en la política y en el periodismo, sobre todo porque a partir de él El Comercio empieza a ser una empresa familiar”, destaca José Antonio García Miró. “Entre las pocas cosas que sé de mi abuelo es que tenía un gran sentido del humor”, complementa Maki Miró Quesada. “Me quedó la imagen lejana de una persona que murió a causa de sus ideas —agrega— y que eso la colocó en un sitio especial en la historia del periodismo peruano, pero otra vez ese no es mi abuelo, sino una figura pública que, en cierto modo, les pertenece a todos”.

Recientemente restaurada, la efigie en bronce de María Laos de Miró Quesada, realizada en 1951 por el escultor Carlos Pazos, nos recuerda su sacrificio frente al templo de San Marcelo. (Foto: Joel Alonzo/GEC)
Recientemente restaurada, la efigie en bronce de María Laos de Miró Quesada, realizada en 1951 por el escultor Carlos Pazos, nos recuerda su sacrificio frente al templo de San Marcelo. (Foto: Joel Alonzo/GEC)
/ Joel Alonzo

A la distancia, Manuel García Miró piensa que su bisabuelo “tenía mucho que dar todavía. Era abogado, había estado metido en política, había sido senador y diputado, y podemos decir que siempre se fajó por el país. Además, había recibido el legado de su padre para continuar el desarrollo del periódico. Todo eso se truncó con su muerte”.