¿A qué baño debería ir esta niña?
¿A qué baño debería ir esta niña?
Jaime Bedoya

Orinar, la frontera final: la llamada "Bathroom Revolution" —ahora devenida en "Bathroom Wars"— tiene a la primera potencia mundial debatiendo acerca de si la clásica y rígida dicotomía entre baños públicos de hombre y de mujer hace justicia a la diversidad que supone la sexualidad humana. 
    Esto sucede en el país donde Caitlyn Jenner ha anunciado que saldrá en la portada de Sports Illustrated no como Dios la trajera erróneamente al mundo, sino con significativo rediseño quirúrgico, apenas cubierta la principal zona de obras por la medalla de oro que ganara hace 40 años en las Olimpiadas de Montreal. Entonces, ella se llamaba Bruce y orinaba parado. Parece que ya no. 
    El reclamo nació en los campus universitarios norteamericanos, caldo de cultivo de no pocos movimientos sociales, demandando el derecho de los estudiantes transgénero a escoger a qué baño público dirigir su intimidad. 
    Recién hacia fines de los años veinte, la mayoría de Estados legisló acerca de la necesidad de tener baños públicos para mujeres (antes eran solo para hombres). En los cincuenta se refutó el que las evacuaciones de blancos no pudieran compartir el mismo recipiente que las de los negros. Luego se impuso una arquitectura amigable para los incapacitados físicos. Ahora es el momento de los derechos transgénero al momento de estar solos con su alma. La Declaración de la Independencia de los Estados Unidos reconoce el derecho a la felicidad. Contadas cosas se acercan más a ese estado —el sexo, el chocolate, los gatitos— que ejercer el libre privilegio de la propia evacuación.
El baño público, legado romano, es un centro de aprendizaje del cuerpo y su disciplina en un espacio compartido. Escenario de intensos actos privados ligados a la vergüenza y la crítica, y de connotaciones sexuales implícitas. Para la mujer, lugar de conspiración y solidaridad. Para el hombre, oportunidad de reafirmación, así sea mediante la comparación disimulada. 
    Los que están en contra de que cada quien decida a qué baño entregarle sus excrecencias arguyen que esto permitiría a depredadores sexuales hacerse pasar por transgéneros para abusar de niñas. En efecto, nadie quisiera exponer a una pequeña en un baño de hombres mañosos. Es lo que le sucede a la adolescente de la foto. Se llama Corey Maison, tiene 14 y es la más joven militante de los derechos civiles transgénero. Nació genéticamente varón pero no se siente tal.
    Si el derecho de uno termina donde empieza el ajeno, los transgéneros deben poder orinar donde mejor les parezca. Lo que incomoda a los conservadores es que esta idea hace del ejercicio de las necesidades fisiológicas un acto político: admite que el género no es una adquisición inmóvil asignada al nacer, sino una construcción que fluye y se define libremente. Esto deja fuera de lugar la masculinidad primitiva, afecta a la paruresis[1] y al creyente del dogma de que más de tres sacudidas es paja.
    En el Perú, donde, al margen de cualquier identidad sexual, los ciudadanos libre e indiscriminadamente evacúan sólidos y líquidos en la vía pública con placentero e impúdico alivio, el debate parece haberse resuelto solo.
    Después no digan que no somos un país avanzado.

[1] Fobia a orinar en público.

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