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Jaime Bedoya

Como quien mete la mano en la arena y saca un caracol, en 1863 un diplomático francés desenterró en Samotracia, Grecia, a una mujer manca y sin cabeza. Era de mármol y tenía alas.

Era Nike, la diosa del triunfo. Según Hesíodo, fue hermana de Bia, Zelo y Cratos, es decir, la violencia, el fervor y la fuerza. Esa es la familia consanguínea de la victoria.

La Victoria de Samotracia, que así es como el mundo llama a la diosa acéfala, recibe a los visitantes en el museo de Louvre en París. Fue puesta a buen recaudo durante la Segunda Guerra Mundial; se volvió exhibir como símbolo al liberarse París, y fue en una de sus alas que una diseñadora norteamericana, a cambio de míseros 35 dólares, encontró la inspiración para crear el logo de Nike, zapatilla con nombre de deidad.

Fue pensando en Nike que un francés, Abel Lafleur, diseñó el primer trofeo de un Mundial de fútbol. Retrataba a la diosa alada en plata bañada de oro sosteniendo una copa decagonal. Al comienzo, en 1930, se la llamaba la Diosa Dorada. Luego de la guerra, en 1946, recibiría el nombre del factótum de la FIFA que impulsó esa religión pagana que es el campeonato mundial, el también francés Jules Rimet. Esa es la copa que nadie sabe dónde está.

Durante el Mundial de Italia 1938, en plena guerra, un directivo de la FIFA la guardó en una caja de zapatos bajo su cama como el último lugar en que los nazis la buscarían. Hitler quería organizar el torneo de 1942, oportunidad de un supremo triunfo moral que nuestro seleccionado se perdió.

Luego de que Alemania ganara el Mundial de 1954, la copa llegó al próximo torneo, Suecia 1958, diferente. La base tenía varios centímetros de más. Las buenas maneras pasaron por alto el inquirir si se trataba del mismo trofeo de hacía cuatro años.

En el Mundial de Inglaterra 1966 esa copa fue robada de una exposición pública a cuatro meses del inicio. Se pidió una recompensa por ella. El perro Pickles la encontró, heroica acción que según la leyenda le valió una recompensa de comida canina de por vida. Durante su desaparición y por una cuestión de honor, Inglaterra mandó a hacer una copia. Esta réplica fue comprada por la FIFA en una subasta pública. Nunca explicó por qué lo hizo. Los conspiracionistas decían que la que compraron fue la original, o sea la falsa hecha por Alemania, y quedó la copia inglesa como para el diario, es decir, los mundiales.

Brasil ganó la Jules Rimet en tres ocasiones y por ello el derecho a quedarse en 1970 con la copa original, que en realidad se trataba o de la copia alemana del 54 o la inglesa del 66. En 1983 esa copa —sea cual fuera— fue nuevamente robada de la Federación Brasileña de Fútbol. Una posibilidad plausible era que lo que habían robado en Río fuera la copia inglesa, la copia alemana la tendría la FIFA y la original sabe Dios quién.

La trama se complica. También por orgullo nacional, Brasil mandó a hacer una tercera réplica, ya que la robada en Río —¿la inglesa?— nunca volvería a aparecer.

Aún no termina. En el 2016 un supuestamente necesitado Pelé remató sus artefactos mundialistas. En aquella oportunidad vendió lo que la casa de subastas describió como “réplica de la copa del mundo Jules Rimet” en US$ 500.000. Un WTF perfecto.

Ya no quedaba claro si había sido Pelé quien se hizo dueño de la copa ganada por Brasil (es decir, la copia inglesa. ¿O la alemana?), si la FIFA le había canjeado al brasileño la copia alemana de 1954 por la copia inglesa de 1966, si Pelé había vendido la copia brasileña, o la inglesa, o en realidad la copia alemana nunca habría sido robada en Río sino cedida en una suerte de comodato a favor del Rey del Fútbol.

Daba igual. Para el Mundial de Alemania 74, la FIFA decidió cambiar el trofeo. Un italiano diseñó una nueva copa, caracterizada por dos personas sosteniendo el planeta. Nike no estaba más ahí.

Esta nueva copa no tiene nombre. El nombre del país campeón es grabado en la base. Esta solo tiene espacios para escribir hasta el Mundial de 2038.

Así que, Perú, apúrate. Ahorita la roban.

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