Listas inútiles, por Jaime Bedoya
Listas inútiles, por Jaime Bedoya
Jaime Bedoya

Es una obligación moral hacer todo lo posible para evitar que el colegio interfiera con una buena educación. Parte crucial de esa resistencia supone defender las trincheras de la sensatez ante el ataque artero de las inútiles listas de útiles, valga el oxímoron, interminables relaciones de costosa ridiculez y discutible relevancia educativa.

Una lista de útiles pedida por una institución de educación especial (a) nido que llega a mis manos alcanza más de 100 ítems para un alumno de dos años. Entre lo que piden destacan 01 palo de escoba lijado, 200 bolsas de polietileno, 05 metros de soga blanca, y así sucesivamente. En esa relación solo se echa de menos una retroexcavadora y un desfibrilador portátil.
    
Listas así explican que circule de manera telepática una brevísima lista alternativa de apenas tres útiles necesarios para que los niños afronten el año lectivo por iniciarse. Y, por qué no, el resto de vida por vivir.    

• Padres. Vienen en distintos colores, tamaños y formas, en cualquiera de los cuales sirven siempre y cuando cumplan con condiciones elementales. Entre las principales está la de saber discernir que, si bien la magnífica pantalla Retina Display del iPad ofrece 5,6 millones de píxeles para una imagen vívida y realista, no hay manera de que esta maravilla tecnológica sustituya el soporte emocional real de un padre guiando al niño en la vida, advirtiéndole, por ejemplo, que no todo lo que brilla es oro ni todo lo nuevo es mejor. 

• Cuerpo. Resulta un desperdicio, además de triste evento, que lo que más se ejercite de un niño sea el nervio óptico adulto. Una galaxia de accidentes y aventuras reclama esa anatomía imberbe. El crío sin cicatrices, chinchones o dientes rajados se está perdiendo los mejores años de su relación con las superficies duras. 

• Detector de mierda adulta. Por circunstancias domésticas naturales los niños conviven normalmente con la infelicidad ajena de sus padres y/o tutores, siendo muchas veces arbitrarios depositarios de errores sentimentales y frustraciones de terceros. A esto debe sumarse el penoso espectáculo coyuntural que la calidad infradotada de la presente campaña presidencial ofrece: una perfecta inversión de valores convertida en desvergonzado y público mensaje nacional de éxito.

Ante estos riesgos es de gran utilidad hacerlos tempranamente partícipes de que no están necesariamente obligados a convertirse en lo que somos. Considere una buena señal que el menor suspire al escuchar aquello: su detector de mierda adulta funciona.

Estos tres simples útiles ayudan a prevenir, entre otras cosas, que el niño acabe siendo de los infelices que llegan a adultos sin saber querer a nadie. Luego uno se cruza a estos infelices y piensa injustamente que son cretinos por decisión propia.
     Hay de esos también. Son los menos.

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