(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Juan Ossio

Este 28 de julio conmemoramos 200 años de nuestra independencia es decir del momento en que José de San Martín proclamó que “A partir de este momento el Perú es libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de la causa que Dios defiende.” Con la conmemoración de este acto coincide que celebremos elecciones presidenciales que ponen en riesgo nuestro lema de “Firme y feliz por la unión” que generamos en 1826 y que da testimonio que desde un principio aspiramos a ser un país pacífico anheloso de vivir en armonía.

Que erigiésemos esta frase como nuestro lema se explica porque nuestros padres de la patria no eran ciegos y veían con claridad que el pueblo que habían liberado carecía de unidad siendo la mejor evidencia de ello los contrastes entre la sierra conformada por una vasta población indígena cercana a los valores del pasado prehispánico y la costa aledaña a un mar que los acercaba a un mundo en expansión que daría lugar a la moderna globalización.

Rasgo preponderante de aquellos valores prehispánicos era una tendencia muy marcada a circunscribir su interacción dentro de espacios estrechos correspondientes a los de sus pueblos o etnias que permitía a los incas llevar un mejor control de la mano de obra de la población para efectos de evitar la evasión de las mitas o labores que tenían la obligación de dar a la jerarquía gobernante. Para este efecto crearon un sofisticado sistema de censos asociados a una compleja técnica de contabilidad con unos instrumentos que denominaron quipus; asimismo dispusieron de controladores de puentes y caminos y se favoreció la endogamia en los matrimonios.

Llegados los españoles al Perú, por requerir como los incas, de la mano de obra indígena para el sustento de su economía, una vez más ponen el acento en la inmovilidad espacial, aunque dejan algunos resquicios de lo contrario asociados con la introducción de la economía de mercado.

Con la República esta tendencia no desaparece. Tanto es así que cuando en la costa norte se crean las plantaciones y requieren de mano de obra para trabajarlas nadie de la sierra acepta las ofertas que les hacen y tuvieron que traer de China la mano de obra que necesitaban. Se trataba de los famosos coolies. Factor adicional que favoreció el localismo heredado del pasado fue el gamonalismo que provocó más de una revuelta campesina como la de los indígenas de Huancané en Puno que motivó a un célebre hacendado puneño, que ocupó varios cargos públicos, intentar su pacificación. Se trata de Juan Bustamante Dueñas, que fundó la “Sociedad Amiga de los indios” y que compartió con otros políticos de la época su temor de un conflicto mayor a causa del mal comportamiento de los gamonales andinos.

Pasó el tiempo y se suscita nuestro primer enfrentamiento bélico con otro país latinoamericano independiente: la guerra con Chile. Como se quejó en su momento González Prada, y otros pensadores, nuestra derrota se debió en gran medida a la escasa participación de los indígenas en el conflicto exceptuando los montoneros que se agruparon alrededor de la figura de Andrés Avelino Cáceres.

Siguiendo la huella de González Prada, a principios del siglo 20, el tema indígena se populariza en aras de forjar la ansiada unidad de nuestro lema, pero las revueltas siguieron hasta que algo comienza a materializarse con el crecimiento de las vías de comunicación: se trata de una inusitada movilización territorial que permitirá invertir en 1980 los porcentajes entre la población urbano/rural de 65% en el medio rural en 1940 a un porcentaje parecido pero inverso en 1980. Para investigadores como Matos Mar y Fuenzalida este crecimiento súbito del medio urbano, particularmente en Lima, dará lugar al desborde popular expresado en el surgimiento del terrorismo de Sendero Luminoso y del MRTA, la debacle de la economía, la expansión de enfermedades como el cólera que se creían inexistentes y otros fenómenos anómalos adicionales.

De estas circunstancias lo que se puede inferir es que si bien las distintas sangres en el Perú se acercaron estuvieron lejos de integrarse. Como si fuese una enfermedad atávica los contrastes entre la sierra y la costa perseveraron y si bien muchos lograron trascender los males que estos contrastes acarreaban otros afincados en la sierra se quedaron rumiando su incapacidad de nivelarse con los de la costa responsabilizándolos de sus males. Sin embargo, cuando el general Velasco Alvarado quiso liberarlos del gamonalismo con la reforma agraria aceptaron con gusto las SAIS y las cooperativas y otras medidas populistas que adoptó pero no debieron quedar tan satisfechos, pues cuando fue depuesto no vacilaron en poner fin a los supuestos beneficios que habían recibido desmontando aquel cooperativismo populista para retornar a un sistema donde los campesinos pudieran, bajo un sistema parcelario, ser dueños de la tierra.

Igual sucedió cuando Sendero Luminoso quiso imponer a sangre y fuego las reformas de su ideario. No siendo amigos de las imposiciones a la fuerza, los campesinos fueron los primeros en rechazarlos. Es así que la etnia iquichana de Huanta (Ayacucho) se rebelaría contra ellos convirtiéndose en el ejemplo a seguir por las distintas rondas campesinas que se sucedieron en distintas partes. A la larga, unidos a las fuerzas del orden del Estado, ellos arrinconarían a esta agrupación beligerante hasta que nuestras fuerzas policiales capturarían a su jefe poniéndole fin a sus veleidades como ocurre siempre con movimientos guiados por un personaje que se erige como líder mesiánico.

La osadía de estos campesinos les costó cara en un principio, pues la represalia de los subversivos no se hizo esperar. Como consecuencia tuvieron que migrar a otras partes pudiendo regresar a sus hogares solo con la derrota de sus agresores. Todo ello trajo como consecuencia un mayor empobrecimiento, pues les robaron sus bienes y tuvieron que recomenzar desde la inopia.

Hoy cuando debíamos celebrar nuestro lema, honrar el bicentenario limando asperezas de larga data y encaminarnos a un futuro muy unidos para hacer frente a problemas derivados de la globalización, como la pandemia que nos asola, emergen unas elecciones donde uno de los candidatos haciéndose eco de las prédicas de SL gana en primera vuelta y consigue, en estos momentos, atraer a más seguidores que su rival, una mujer, que puede haber cometido errores en el pasado, pero que es respetuosa de nuestras instituciones democráticas.

Algunos dicen que la disyuntiva que se nos plantea en esta segunda vuelta es la de votar entre el sida y el cáncer y se obstinan en rechazar a Keiko Fujimori. A mi parecer, un país que busca la unidad no puede dicotomizar a sus candidatos finalistas en los términos de esas enfermedades, pero si entre uno que no cree entre nuestras instituciones democráticas y en las posibilidades que los pobres puedan mejorar su condición económica sin quitar los bienes de aquellos que con mucho esfuerzo los han ganado y otro que cree en la meritocracia y en instituciones democráticas que pueden ser perfectibles. Si hay un candidato que cree en nuestras instituciones democráticas siempre votaré a su favor y rechazaré a cualquiera que justifique las dictaduras y ponga en peligro la sana creatividad de los peruanos y el orden institucional que nos inculcaron los padres de nuestra patria.

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