Sobreviviendo a la crispación
Sobreviviendo a la crispación
Jaime Bedoya

En cuestión de horas la fiesta democrática que durante los últimos meses nos ha ocupado, inflamando conversaciones familiares y agrietando amistades, así como procesos digestivos y de sueño, hará una primera pausa. Pero no canten victoria. El receso será mucho más irritante que reparador. Pondrá a prueba la fortaleza de esos lazos afectivos, así como la tolerancia hacia lo que se considera la estupidez ajena frente a la luminosa lucidez propia. No es más que un hasta luego, no es más que un breve adiós. La segunda vuelta viene con furia.
    Entramos de lleno, queridos compatriotas, en los densos terrenos de la crispación política. Es un elemento que se suma a la tocada de nervios general que ya supone habitar Lima. Porque podría decirse que vivimos, al menos en la capital, en un estado permanente de crispación funcional con vista al mar y la mejor gastronomía del mundo. 
    Este cuadro clínico es susceptible de ser graficado con un inmenso e inmóvil atolladero de autos donde el prójimo es una amenaza enemiga, el centímetro cuadrado un botín, y la noción del tiempo se disuelve en un caldo ácido compuesto de bocinazos, mentada de madre de rigor, basura que se bota por la ventana, policía de tránsito que mira la escena absorta en una llamada celular mientras espera —sabe que llegará— su atropello o agresión, existiendo siempre, como nihilista péndulo dramático que oscila al azar sobre cada cabeza, la posibilidad estadística de un bujiazo que rompa la luna o la bala perdida de un asalto al mediodía que haga al infortunado protagonizar el noticiero de esa noche.
    Súmese ahora a esa arquitectura tensional la intransigencia política para que la patología agarre cuerpo. Es cuando se hace cotidiana la revelación de que se vive en una ciudad con poca paciencia para las diferencias y mucha facilidad para el insulto y el ataque, sucedáneos de la discrepancia a secas, ya ni siquiera civilizada fantasía animada del primer mundo. Por eso el momento estelar del debate presidencial fueron los dos minutos en que un candidato que no existe en las encuestas le dijera a otro que languidece en ellas sus 17 delitos pasados: gloria de la humillación y el cochineo, hora cumbre de la justicia poética, evento inútil entre dos desahuciados electorales para efectos del tema del debate, pero afín al sentimiento nacional del bien dicho estuvo.
    El intercambio de ideas no es el fuerte de la política peruana del siglo XXI. El tuit artero, el calificativo desmerecedor y la invectiva sin lustre son las versiones contemporáneas de lo que antes eran ideas, sintaxis e ingenio hasta para el desprecio, porque incluso el oprobio es susceptible de ser elegante en su veneno.
    Fuerza y contención para el desconcertado votante que reflexiona sus variables, insultos e ilusiones en la cola. Pero recuerde que las elecciones pasan. Los amigos y la familia, a veces para nuestro pesar, quedan. 

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