Por: Juan Luis NugentNo es un pájara, es un avión“Los aviones se están haciendo muy complejos para volar. Ya no se necesitan pilotos, sino científicos de computación del MIT”. Las líneas no pertenecen a ningún remake de la franquicia ¿Y dónde está el piloto?, sino a la cuenta de Twitter de Donald Trump. Estas crípticas reflexiones sobre aeronáutica y tecnología vinieron a propósito del reciente accidente aéreo en Etiopía.
El Boeing 737 Max de Ethiopian Airlines que volaba de Adís Abeba a Nairobi se estrelló a los pocos minutos de haber despegado. Murieron sus 157 pasajeros. Si bien aún continúan las investigaciones, hay indicios que apuntan a que fue un problema muy similar al que causó el estrellamiento de un vuelo en Indonesia, poco menos de seis meses atrás, en el que murieron 189 personas.
En ambos casos, se trataba del mismo modelo de aeronave y, por la información de las respectivas cajas negras, una falla en el software de navegación habría impedido a los pilotos maniobrar el avión para evitar la tragedia. Aunque hoy volar es más seguro que nunca (el número de accidentes y fatalidades anuales ha disminuido de manera sostenida desde la década de los 70, como recuerda un artículo de Vox), este tipo de eventos esporádicos despierta inquietudes razonables.
Si bien es cierto que el error humano tiene más probabilidades de causar un accidente que una computadora, también es verdad que las fortalezas de uno y de otro son distintas y deberían ser complementarias, apunta un reportaje de la Deutsche Welle. La inteligencia artificial tiene la capacidad de procesar gran cantidad de información en poco tiempo para ofrecer alternativas de solución, mientras que los humanos tenemos mayor velocidad de respuesta frente a escenarios anómalos e inesperados.
Boeing ha anunciado una actualización de su software así como capacitaciones masivas a pilotos. Pero, tal como ocurre con los carros autónomos y otras maquinarias pesadas, los sistemas automatizados que los conducen deberían adaptarse a los seres humanos y no al revés.
Brujería social clubNo es mucho lo que se conoce por estos lares de Rumania, pero aquí va un dato interesante: la brujería es muy popular en este país. Tanto que en 2011 el gobierno se vio obligado a gravar el oficio con un impuesto. Las afectadas protestaron de manera consecuente: echaron un maleficio a las autoridades responsables. Pese a ello, la demanda del servicio no ha disminuido y las nuevas generaciones de la comunidad vrăjitoare, como se les llama en rumano, están usando las redes sociales para promocionar sus servicios. Un reportaje de Wired cuenta cómo la fotógrafa eslovaca Lucia Sekerková Bláhová contactó con estas jóvenes brujas en 2013 para retratarlas y conocer cómo mantienen vivo su oficio. Amarres, adivinaciones, pócimas y conjuros son los servicios que ellas ofrecen a través de Facebook e Instagram, lo que las obliga a echar mano de recursos de producción fotográfica para generar mayor impacto en la audiencia. Ni la magia puede con los algoritmos de las redes sociales.
Larga vida al reyEn 1905, el Museo Americano de Historia Natural, en Nueva York, presentó una nueva especie de dinosaurio que se instalaría en el imaginario científico y popular como una de las criaturas más fascinantes que han pisado este planeta: el tiranosaurio rex. Un carnívoro gigantesco, voraz y veloz, acaso el más formidable depredador que ha pisado la Tierra y uno sobre el que aún seguimos aprendiendo mucho.
Algunos de los hallazgos sobre el saurio en cuestión en los últimos 20 años: es probable que haya tenido plumaje alrededor del cuello, que sus crías se asemejaban a las de un pajarraco recién nacido, que el 50 % de lo que comía eran huesos y que no hay indicios de que rugía como lo hemos visto en Jurassic Park.
Una ambiciosa exhibición montada recientemente por el mismo museo busca que los asistentes descubran esta faceta menos conocida del dinosaurio rey, con modelos a escala, videos multimedia y reproducciones digitales. Majestuoso.