Fascinado por la sensación de liviandad, Yuri Gagarin orbitó el planeta en menos de dos horas, antes de que su cápsula volviera a la Tierra.
Fascinado por la sensación de liviandad, Yuri Gagarin orbitó el planeta en menos de dos horas, antes de que su cápsula volviera a la Tierra.

“Conocí a Yuri Alexeyvich Gagarin, una noche de julio de 1961, en el ABI (Asociación Brasileña de Prensa) de Río de Janeiro. El “Héroe del espacio” llegó a Brasil en viaje de cortesía y, por entonces, más parecía un cadete de aviación que un astronauta. Gagarin, el segundo hijo de Alexei, carpintero de Somelnski y de Ana, una entusiasta koljosiana, llegó cargado de homenajes y de gloria.

Venía de almorzar con la reina Isabel II en el Palacio de Buckingham, en el mismo salón donde una vez almorzaron juntos el Zar Nicolás y la Reina Victoria. Allí, Gagarin había comido “como un ogro”, según versión de Flanagan, el célebre humorista inglés.

También había tomado el five o’clock tea con Harold Macmillan y había sido aclamado en La Habana por el pueblo de Fidel Castro.

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Más de 200 periodistas brasileños y de otros países rodearon a Gagarin en el Salón de Conferencias del monumental edificio de los hombres de prensa de Brasil. Herbert Mosses, el Presidente Vitalicio de la ABI, como tallado en un grano de trigo, agitaba las manos y la voz tratando de dirigir la orquesta periodística. El viejecito Mosses, con su nerviosismo habitual, recomendaba: “preguntas sobre política no están permitidas, por favor, atención, señores, no hacer preguntas sobre política”.

Pero los periodistas desbordaron sus recomendaciones.
P: ¿Es cierto que en Rusia no se vive bien?
G: Falso, en Rusia se vive muy bien…pero claro, en el Espacio se vive mejor.
P: Ud. Voló sabiendo que podía perecer en el viaje, entonces, ¿voló porque no le interesa la vida?
G: La muerte amenaza no solo a los que van al espacio, de tal modo que esa, no creo que haya sido la razón. Me interesa, amo la vida, pero si se presentara otra oportunidad, volvería a bolar.
P: ¿Quiere decir que Ud. no fue obligado a volar por el régimen comunista?
Otros periodistas: UUUuuu!!!
Herbert Mosses: Señores, por favor, no hagan preguntas políticas.
Abajo, en la puerta del ABI, como si hubiera escuchado la pregunta una pequeña manifestación coreó el nombre del astronauta.
P: ¿Sería usted capaz de volar acompañado de un cosmonauta norteamericano?
El viejecito de Mosses se inquieta en su sillón de presidente vitalicio de los periodistas brasileños. El flash de los fotógrafos se enciende en la cara de Gagarin para captar sus gestos en close-up cada vez que había preguntas de esta naturaleza.
G (sonriente): Mejor sería hacerle la pregunta al cosmonauta norteamericano. Por mi parte no hay inconveniente.
P: ¿Qué sensación experimentó usted al llegar al espacio?
G: pensar que el hombre ya podía coger las estrellas con la mano.
Hubo aplausos por esta respuesta. Gagarin también aplaudió y miró su reloj. Todos pensaron que iba a ver la hora. Pero no. Explicó: “este reloj no es un reloj. Es un micro. Está funcionando, así que todo lo que me están preguntando lo tengo en el bolsillo”. Y sacó del bolsillo de su uniforme de Mayor una grabadora que más parecía una cigarrera. El cordón que conectaba el micro a la grabadora iba por dentro de la manga de su saco.
Las preguntas seguían interminables. De todo flanco y de toda clase.
P: ¿Qué sintió cuando regresó a tierra?
G: Gran alegría. Descendí en un pequeño centro agrícola, en Saratov, que fue la ciudad donde soñaba con volar. Me dio mucha alegría caer en un lugar campesino.
P: ¿Le dio más alegría que estrechar la mano de Kruschev?
Gagarin sonrió. Mosses se agitó. Kruschev había llenado de condecoraciones y de los máximos honores rusos el pecho de Gagarín. Él estaría recordando. Apenas, dijo: “todo es una gran alegría”.

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Falso, Gagarin.
Porque los reporteros gráficos brasileños no se contentan con las fotos oficiales, las de pose, las de visitas a las autoridades, esas dando la mano a los “garotos” o recibiendo besos de las hermosas bañistas de Flamengo.
Porque como así fue, un reportero carioca se encaramó a un árbol, frente a la residencia del joven héroe, desde donde veíase perfectamente el interior, los jardines, la calidad piscina. Y esperó. Esperó una hora, dos, un día, dos días. Y nada, ninguna foto sensacional. El fotógrafo esperaba sin impacientarse, fumando, atento el ojo a la mira y el dedo al disparador. Cuando en esto:
¡La foto sensacional! ¡La foto soñada! ¡La foto primicia! ¡La increíble fotografía!
- ¡Click! ¡Click! ¡Click!

El fotógrafo se baja volando del árbol. Va a su laboratorio. Como un loco, entra, saca los baños, revela. Toda la redacción está a la expectativa. Salen los negativos y después las fotos. La redacción estalla:

Ahí están Yuri Gagarin haciéndole el amor a Olga Slavenko, aeromoza del avión que lo trajo de Rusia. Ahí están besándose los dos en la piscina residencial, jugando con el agua. Ahí están el hombre y la mujer. Él, convertido en un apasionado enamorador, despojado de su fama y de su gloria, convertido en un hombre cualquiera.

La revista inunda el Brasil. Tiene un titular tan bien concebido, como la hazaña de Gagarin. Solo dice ¡Gagarin bajó a la tierra!

Un “torcedor” de Gagarin dice en portugués: “Ese rapaz e todo un homen”. Pero Gagarin frunce el ceño. Alista sus maletas y deja el Brasil.

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Yo que estoy frente a él, le pregunto ¿Usted sabe quién fue Jorge Chávez?
Él me contesta: en Rusia conocemos las proezas de todos los hombres que han marcado un hito en la historia de la humanidad ya sea en el cielo o en la tierra. En Rusia conocemos a Jorge Chávez, conocemos su hazaña.
Yo le agradezco: Gracias, Gagarin.

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Carlos Lacerda, el implacable anticomunista, estaba ansioso por recibirlo. Era el Gobernador de Guanabara y la visita de Gagarin fue obligatoria. Lacerda se puso de pie y avanzó hacia el cosmonauta ruso que lo saludó con su sonrisa juvenil. El viejo periodista, lo oteó desde atrás de sus gruesos lentes de botella y le presentó su fisonomía de Sastre. Se estrecharon las manos, pero Lacerda, el rencoroso, solo quería hacerle una pregunta.

- Dígame, Yuri Gagarin, ¿es cierto que en el espacio se disfruta de plena libertad?
- Es cierto - le contestó Gagarin sin desviar su mirada.
- Ah –exclamó Lacerda– me alegro, cuánto me alegro, porque acá, en algunos lugres de la tierra, mucho se recorta la libertad.
Gagarin hizo así, como si tragara saliva, y no le contestó nada. Sonrió y los periodistas nunca supieron si esa sonrisa era el más supremo gesto de la cortesía.

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“El pato salvaje” del Aero club comunista de Saratov, partió de Río y solo dijo: “gracias, gracias, pero los periodistas son más temibles que los viajes al espacio”.
“Pero entonces, fresca la hazaña del increíble Gagarin, nadie pensó que Nikita Kruschev iba a reprenderlo ni que Valentina –su esposa y sus dos nenas– le iban a pedir explicaciones por lo de la piscina.

De ayer a hoy, cuánto ha cambiado el mundo: el coronel Gagarin ya no existe. Nikita solo es un ruso más en la estepa y Olga Slavenko, ¿dónde estará llorando al aventurero del cielo y de la tierra?

*Publicado el 31 de marzo de 1968. Manuel Jesús Orbegozo (1923-2011), trabajó más de 30 años en El Comercio. Fue jefe de redacción de El Comercio Gráfico y luego jefe de redacción de El Dominical. Conocido por sus crónicas y reportajes a personajes trascendentales del siglo XX.

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