El marinero creado por Hugo Pratt en julio de 1967.
El marinero creado por Hugo Pratt en julio de 1967.


Por Raúl Rodríguez


“Cuando quiero relajarme leo ensayos de Engels, y cuando quiero algo serio leo el Corto Maltés”, dijo alguna vez Umberto Eco. Y no era una ironía. Esta saga creada por el veneciano Hugo Pratt en 1967 ha cautivado a lectores de distintas generaciones y, tal vez, su secreto radique en que en las aventuras de este marinero de buena fortuna y moral cuestionable llamado Corto Maltés se fusionan la cultura de masas con lo exquisito.
Pratt (1927-1995) hizo aparecer al personaje en la primera entrega de La balada del mar salado, en la revista italiana Sgt.Kirk. La historieta narraba las peripecias de dos adolescentes, los primos Caín y Pandora Groovesnore, secuestrados en la Polinesia durante la Primera Guerra Mundial por una banda de piratas al mando de Rasputín —el mismo personaje histórico pero fuera de su contexto—. El desarrollo de la trama podría pasar como un relato muy bien documentado, en el que los chicos tratan de arreglárselas para escapar de su cautiverio; sin embargo, muy pronto irrumpirá un personaje inusual que le dará un nuevo matiz a la historia. En la página cinco de La balada del mar salado, Rasputín avista a un sujeto atado y abandonado a su suerte en una balsa a la deriva: Corto Maltés.

Un aventurero de espíritu libre
Hijo de una gitana de Gibraltar y un marinero de Cornualles, nuestro héroe es un apátrida que vive siempre al margen, errante por las periferias del mundo, involucrándose en distintas aventuras. Fue testigo de hechos históricos como la batalla del Somme, la lucha independentista irlandesa o el derribo del avión del Barón Rojo. “Tengo debilidad por Corto Maltés. No es que me parezca al héroe de Hugo Pratt, pero no me aburriría en la piel de este aventurero lacónico, solitario, de espíritu libre, en el que confluyen numerosas culturas”, confesó en cierta ocasión François Mitterrand, el fallecido expresidente de Francia.
Una de las características más señaladas de Maltés es su extraño cinismo, un cinismo que se entiende como una defensa de lo indefendible. Pero ¿qué es lo indefendible? Para este insólito marinero, los amigos son lo más importante. No importa si estos son piratas, traficantes, indígenas o militares; gente en la que —según los códigos de la ficción— usualmente no se puede confiar, como él mismo. Corto Maltés los defenderá y vengará las veces que sea necesario: se han contado 63 asesinatos perpetrados por su mano a lo largo de los 29 aventuras de una saga que se ambienta entre 1905 y 1925, y que incluye títulos célebres como Bajo el signo de Capricornio y La casa dorada de Samarcanda o Corto Maltés en Siberia.

Hugo Pratt en un retrato de 1991.
Hugo Pratt en un retrato de 1991.

La llegada del éxito
Era de esperarse que un personaje tan transgresor tardase en ganar la aprobación del gran público del cómic. Ángel de la
Calle, dibujante y crítico español, explica esta situación en una de sus conferencias. Afirma que el relativismo moral del personaje no era percibido de manera positiva en la década de 1970; sin embargo, esta situación fue cambiando con el paso del tiempo. A pesar de ello, la crítica se iba rindiendo ante la impecable narrativa de La balada del mar salado: ya en 1969, el cómic fue premiado en el Festival de Lucca, Italia; y en 1976 ganó el premio a la mejor obra realista extranjera del Festival de Angoulême, Francia. Pero acaso el punto más alto en la trayectoria de Pratt llegaría en 1986, cuando se inauguró una retrospectiva de su trabajo en el Grand Palais des Beaux-Arts de París, espacio reservado a creadores como Rodin o Van Gogh.

Una de las escenas de "La balada del mar salado"
Una de las escenas de "La balada del mar salado"

Una narrativa particular
La irrupción de este marinero de patillas largas, aro en la oreja y cigarrillo que nunca se apaga significó un cambio de paradigma en el mundo de la historieta, tanto en lo referido al formato como al contenido del género. En un medio en que los formatos eran bastante rígidos, la aparición de "La balada del mar salado" inauguró en Europa el género conocido después como novela gráfica, al rebasar la extensión convencional de las historietas.
Asimismo, las reformas de Pratt no se limitaron únicamente al formato, sino que dotaron al cómic de una narrativa particular: silencios a ratos melancólicos, a ratos asfixiantes, pero siempre precisos; y un guion desprovisto de hipérboles efectistas. Contrario a lo que podemos observar en los cómics de superhéroes —donde los puñetes y patadas se combinan con elaborados alegatos—, Pratt nos presenta escenas de peleas feroces totalmente carentes de diálogos. Y es que el veneciano consideró siempre el dibujo como una forma de escritura en sí misma. Solía decir que lo único que necesitaba para crear una historieta era un buen final, al cual llegaba sin necesidad de escribir un guion.
Pero el fenomenal éxito que cosechó esta saga en todo el mundo no puede ser explicado únicamente por el contexto europeo. Al igual que su personaje, Hugo Pratt fue un trotamundos que vivió en Etiopía, Londres, París, Suiza, Brasil y, sobre todo, Argentina. Este país fue determinante para su carrera. Ahí Pratt encontraría un mercado refrescante, donde los cómics no eran exclusividad de los niños, sino que estaban dirigidos a la clase media y obrera argentina; y donde los editores exigían de aquellas una determinada extensión: debían durar lo que toma un viaje en microbús.

Portada de "Corto Maltés en Siberia".
Portada de "Corto Maltés en Siberia".

En América Latina
Pratt llegó a Buenos Aires en 1949 y se quedó ahí 13 años, durante los cuales trabajó con la generación dorada del cómic en español —Solano López, Alberto Breccia, Arturo del Castillo, entre otros—, encabezados por el más grande guionista de habla hispana: Héctor Germán Oesterheld, creador de
El eternauta. Durante la década de 1950, Pratt colaboró con él en series emblemáticas como Ernie Pike, Sargento Kirk y Ticonderoga, que se editaban mensualmente en diversas publicaciones. De Oesterheld aprendió a plantear historias humanistas, en las cuales el asunto de los bandos era relativo: los vaqueros no son necesariamente los buenos, ni lo indios, los malos; sino que es la guerra misma la que saca lo peor de la gente. Sin embargo, la colaboración entre ambos tendría un fin abrupto.
Algo que llamaba especialmente la atención del trabajo de Oesterheld era su rapidez para escribir, en un tiempo en el que el cómic era un trabajo esencialmente artesanal y se pagaba por la cantidad producida. Ya que Pratt no podía seguirle el paso, el guionista empezó a trabajar las historias de Ernie Pike con otros dibujantes, cosa que el veneciano interpretó como una traición por parte de quien consideraba su amigo. De modo que, de regreso a Italia, Pratt decidió publicar las historias que dibujó en Argentina omitiendo en los créditos a Oesterheld. En el verano de 1967 creó la revista Sgt. Kirk, donde incluyó el primer capítulo de La balada del mar salado, esta sí, de su total autoría.
El destino se encargaría de saldar este impasse de la peor manera. En 1977, Héctor Germán Oesterheld, quien estaba vinculado al movimiento montonero argentino, fue secuestrado junto a sus cuatro hijas, dos de las cuales estaban embarazadas, por la dictadura militar. La esposa del guionista encabezó las labores de búsqueda apoyada económicamente por Pratt, quien volvió a Argentina para buscar con desesperación a su amigo, de quien no se supo más.

Aventuras póstumas
Antes de su muerte en 1995, el dibujante expresó su deseo de continuar las aventuras de Corto Maltés, firmadas ahora por otros autores. Y si bien Pratt expresó su favoritismo por su amigo y colega Milo Manara, dejaba la decisión en manos de Cong, la empresa que maneja hasta el día de hoy su legado editorial.
Veinte años más tarde, el 2015, Corto Maltés volvió a la acción con la publicación del exitoso Bajo el sol de medianoche, escrito por Juan Díaz Canales (ganador de un premio Eisner) y el reconocido dibujante Rubén Pellejero, ambos admiradores de Pratt. Y por estos días, el mismo dúo ha realizado una segunda historia, llamada Equatoria, que se publica por entregas con el diario francés Le Figaro.
Hugo Pratt solía contar en entrevistas una anécdota curiosa de su criatura. Cierta tarde, mientras caminaba por las calles de Córdoba, una gitana lo detuvo para leerle la mano. Preocupado, al notar que carecía de la línea de la fortuna, Corto Maltés corrió a su casa, tomó la navaja de afeitar de su padre y trazó con ella un sangriento surco en su mano. Esta, quizá la escena más vívida en el imaginario de los lectores, es curiosamente una que Pratt nunca llegó a dibujar.
Cincuenta años después, la fortuna serpenteante del marinero junto a los paisajes acuosos como la misma Venecia son los ingredientes de un viaje que increíblemente se adelantó a la definición de la vida como la conocemos hoy: un mar de incertidumbres con pequeñas islas de certeza. Corto sigue navegando.

Escena de "Abuelos y leyendas", ambientada en la selva peruana.
Escena de "Abuelos y leyendas", ambientada en la selva peruana.

En la selva peruana
Nuestra región está muy presente en las historias de Corto Maltés. La noche bonaerense está retratada en Tango ( 1987 ); así como la serie de injusticias que suceden en Abuelos y leyendas ( 1975 ), ambientada en la selva peruana, donde un cirujano europeo contrata al marinero de Malta para que busque a su nieto, fruto de la relación de su hijo con una jíbara, en el contexto de la masacre de indígenas por parte de caucheros a comienzos del siglo XX.

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