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Jaime Bedoya



Termina otro año y sus últimos meses, raudos y laxos, propician el revoloteo de cuestiones pendientes de resolución. Todos necesitamos de vez en cuando una respuesta, así sea tentativa o imaginaria.
He aquí el impúdico ensayo libre de algunas preguntas:

1) ¿Cuál es la correcta pronunciación de Odebrecht?
El apellido que se ha convertido en sinónimo de cutra internacional es inevitablemente objeto de pronunciación diversa. Depende, además, del énfasis que se le quiera dar a su mención. Este oscila entre la nomenclatura legal, el arrepentimiento, o el repudio.

Siendo un apellido de origen alemán, hay quienes se acercan a lo germánico interpretando el cht final como una pronunciación aspirada. Esto supone un sonido parecido al de la jota castellana, pero chocando los talones: Odebrejxt.

Otros, apelando a la querencia bahiana del patriarca inmigrante que llegara a costas brasileñas, enfatizan la vocal inicial aplicando la característica terminación portuguesa: Ódebrechi.

Aunque lo más relevante aquí sea estar siendo testigos de cómo desprestigiar lingüísticamente un linaje por los siglos de los siglos: haz el mal, y se lo haces a toda tu descendencia. Odebrecht ya es un nuevo nombre para la deshonra. O como peruanismo, una paráfrasis del descalabro político: estamos hasta el Odebrecht.

2) ¿Por qué al Perú le tomó 36 años llegar al Mundial y a Yordy Reyna solo una noche para enturbiar ese logro?
Si bien esta pregunta ameritaría el concurso de un neurocirujano para ser absuelta, su solo planteamiento se justifica por un vano anhelo de racionalidad: aprender del error es un principio cognitivo que se observa hasta en nuestras mascotas más queridas, incluido el hámster.

En los hechos, tres décadas de juergas, indisciplinas y otras conductas incompatibles con la alta competencia no significan nada para el señor Reyna. Por lo menos en nombre de la curiosidad debería revelar el porqué de ese misterio insondable.

Lo trágico es que, así tuviera una improbable respuesta, aquella no le devolvería la vida una chica de 16 años que debería estar disfrutando este sol que ahora reaparece.

3) ¿Por qué Gringasho en vez de Gringacho?
El alias delictivo de Alexander Pérez Gutiérrez pareciera registrar un guiño al sheísmo rioplatense, aquel que hace que calle se pronuncie cashe1.

Haría falta una aproximación fonética profesional para determinar si en efecto hay algo de influencia argentina, quizá por contagio fruto de la copiosa inmigración peruana última. Porque también podría tratarse de una vieja herencia andaluza: en el sur de España se dice mushasho por muchacho2.

Sea lo que fuere, lo cierto es que el sicario más joven del Perú tiene un alias que lo distingue por estar matando gente desde que tenía 13 años de edad. Lo que en estos tiempos se llama branding.

4) En esa realidad paralela donde existe Smart Beteta, ¿vive también un Kuczynski líder?
Siendo justos, en este mundo cruel donde la mayoría congresal hace de la medianía una cumbre, debe reconocerse que la orfandad de liderazgo del otro lado del mostrador es igual de desalentadora.

El Mundial solo durará un mes. Con cuatro años más de bailecitos no la hacemos.

1 Canción popular mendocina: Sho me shamo Sholanda, voy a la plasha a tomar el sol en sombrisha amarisha, y como un shogurt de frutisha y vainisha. 2 Acabo de sentir a Federico García Lorca haciendo un doble mortal en su tumba ante la posibilidad de que el policía salsero Antonio Cartagena (a) “Mushasha” sea andaluz.

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