Un cuento dominical: "Historia de un discurso en Estocolmo"
Un cuento dominical: "Historia de un discurso en Estocolmo"
Redacción EC

SEBASTIÁN CARRILLO

Quisiera agradecer a la Academia sueca por el buen trato, el reconocimiento y el galardón. Más que escribir, mi pasión es cambiar la realidad y eso es lo que hacía todas las mañanas camino al colegio. Creaba  escenas  que esperaba poder vivir a lo largo del día y en el camino de regreso a casa  manipulaba lo vivido de manera que fuese perfecto. Una de esas ensoñaciones se está cumpliendo en este instante, porque este discurso también lo imaginé.  

Me gustaba leer y manipular historias pero no disfrutaba mucho escribiendo. No solo disfrutaba leyendo, además sentía que absorbía las ideas de hombres muy inteligentes. Pero no aprendía mucho escribiendo, porque las ideas que escribía ya estaban en mi cabeza.  Si nadie leía lo que yo escribía  entonces daba lo mismo  imaginarlo o escribirlo. Solo escribía para el concurso anual de literatura escolar. No me iba muy bien para alguien que soñaba con vivir de la escritura, un primer puesto en tercero de primaria, segundo puesto en segundo de secundaria y algunas buenas notas. En el último año escolar empecé a publicar mis textos, no pueden ser llamados cuentos por falta de trama y estructura,  en una página de internet.  Me entusiasmaba que los comentarios de los cibernautas fueran positivos, pero no tardé mucho en darme cuenta  de la generosidad crítica de los lectores. Era muy difícil que alguien criticara algo en esa página, pues era necesaria la simpatía para obtener votos para los propios cuentos.

El punto de quiebre llegó ese mismo año, cuando un cuento mío fue publicado en el periódico de mayor tiraje en el Perú.  Como ya les he mencionado, yo ya había soñado con este momento y mi relato era el discurso de aceptación del premio que hoy recibo. La fría mañana de un domingo limeño, crucé como de costumbre la avenida Velasco Astete y compré el mencionado diario por dos soles con cincuenta centavos. Al llegar a casa abrí la sección cultural en la página donde publicaban los cuentos de los lectores.  “Historia de un discurso en Estocolmo”. Sebastián Carrillo. No recuerdo haber estado más emocionado en mi vida,  ni cuando  hace poco me llamaron para anunciarme que había sido reconocido con el premio literario más prestigioso del mundo. 

Compré cuatro periódicos. Después llamé a mi papá y le pedí que compre un ejemplar y que lea el suplemento cultural  sin dar mayores explicaciones. Hice lo mismo con mi mamá. Escribí mensajes a algunos amigos contándoles lo ocurrido. Me sentía el mejor escritor del mundo.  Imaginaba a las personas que estarían leyendo mi cuento, mi creación. Las personas que lo leerían desayunando pan con mantequilla y mermelada o pan con prosciutto. Las esposas de carpinteros o las esposas de magnates. Las ancianas jubiladas y las muchachas de mi edad. Las más simpáticas y las no tan agraciadas. Los que leían esa sección con regularidad y los que habían caído ahí de casualidad y habían quedado prendidos con mi título. Lo leía todo un país. Hasta lo leías tú, si tú me estabas leyendo esa mañana dominical de 2013, hace ya más de 50 años. Después mi vida cambió, tenía más confianza en mi escritura. Por eso quiero agradecer no solo a la Academia que reconoce mi trayectoria, sino también al suplemento que publicó mi primer trabajo literario. Para finalizar quisiera leer el cuento del que he hablado. Es probable que sea el que más me enorgullezca, ya que es mi primogénito. Quisiera agradecer a la Academia sueca por el buen trato, el reconocimiento y el galardón. Más que escribir, mi pasión es cambiar la realidad y eso es lo que hacía todas las mañanas...

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