TV
TV

Por: Pedro Cornejo
Uno de los efectos más importantes de la lluvia de información que inunda cotidianamente los medios de comunicación es que tiende a difuminar la conciencia histórica del público. Y es que, como dice el filósofo italiano Gianni Vattimo en El fin de la modernidad, la historia contemporánea es la historia de la época en la cual todo, mediante el uso de los medios de comunicación, sobre todo la televisión, tiende a achatarse en el plano de la contemporaneidad y de la simultaneidad, lo cual produce una deshistorización de la experiencia. Al fin y al cabo, como señala Gilles Lipovetsky en El imperio de lo efímero respecto de la cultura publicitaria —expresión última de la ‘comunicación’ en la época de la cultura de masas—, todo está ahí, en la superficie. Reabsorción de la profundidad, futilidad del sentido, estimulación pura, sin memoria: “Una acumulación disparatada y precipitada de impactos sensoriales que dan lugar a un surrealismo en technicolor”.

En su fundamental ensayo titulado La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica, Walter Benjamin decía que, con el desarrollo de los mass-media y la cercanía que establecen entre la obra de arte y el espectador, la distancia entre ambos se había desvanecido. Pero, al desaparecer esa distancia —que la obra original impone y que no es otra que la de la tradición, al interior de la cual se inscribe—, se había evaporado también aquello que la hace única e irrepetible: su aura. En efecto, los objetos de la cultura de masas son inmediatamente asequibles a cualquiera y vuelven irrelevante la existencia de un bagaje histórico de interpretación como prerrequisito para poder apreciarlos. En palabras del teórico británico Iain Chambers: “El objeto reproducido no esconde nada. No tiene secretos ni significado ulterior y en eso consiste su declaración más profunda porque nos recuerda que el verdadero problema radica en la superficie, en lo obvio”.

Esto no significa que la cultura de masas sea una trivialidad carente de toda significación que no requiere de estudio ni de análisis. Se trata, más bien, de reconocer que sus productos no son artefactos únicos e irrepetibles como lo eran los objetos artísticos antes de que pudieran ser reproducidos primero mecánica y luego electrónicamente, sino que son objetos multiplicados miles o millones de veces y que son recepcionados simultáneamente por una cantidad similar de espectadores en distintas partes del mundo suscitando en ellos un sinnúmero de reacciones. Descifrar su sentido implica, pues, realizar una lectura horizontal —como la que empleamos para entender los mapas— de sus volubles significados, cambiantes conexiones e infinitos detalles. Y ya que no es posible, en efecto, establecer a priori —ni de manera definitiva— qué es lo esencial y qué es lo secundario en la cultura de masas, será preciso seguirles la pista a sus múltiples manifestaciones, dejarse llevar por sus señales, visitar los nuevos websites (o blogs) y revisitar permanentemente los antiguos, establecer relaciones entre ellos, afrontar sus contradicciones y asumir finalmente que el mapa que tracemos no es ni puede ser un reflejo de ‘la realidad’, sino otra señal que, en el mejor de los casos, debiera servir para que cada lector/espectador/oyente trace su propio mapa.

Contenido sugerido

Contenido GEC