
Medio siglo de paciente trabajo con el lenguaje erige a Carlos López Degregori como uno de los más relevantes poetas peruanos de la actualidad. Sin embargo, desde siempre ha existido una tendencia a llamarle un autor marginal, excéntrico en la constelación de la poesía peruana. Por cierto, el propio autor ha tenido gestos que corroboran su identificación con esa marginalidad, como por ejemplo bautizar el volumen que reúne su obra completa con el título: “Lejos de todas partes”.
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— Quisiera comenzar preguntándote: ¿cuáles son en el Perú las ventajas y desventajas de ser un poeta marginal?
Es importante recordar que, por circunstancias familiares, en el año 1973 dejé el Perú y me fui a vivir a Colombia. En ese momento, en ese país tenía mucha fuerza el nadaísmo, J. Mario, X-504. Ellos tenían una poética cercana un poco, digamos, a lo conversacional, una mezcla entre lo beat, el existencialismo y el surrealismo. Cuando regresé al Perú, los jóvenes poetas tenían otro camino, tenían otra poética, otros intereses. Pero a pesar de ello, el grupo La Sagrada Familia me acogió y así salió mi primer libro “Un buen día”, que lo siento y lo percibo totalmente distinto a lo que en ese momento se escribía.
— Entre las ventajas y desventajas de la marginalidad, puedo contar que tu segundo libro ,“Las conversiones”, tuvo una recepción mixta. ¿Qué mirada tienes hacia esa primera revisión de lo que hiciste por parte de la crítica? ¿Percibes que la incomprensión se justificaba por su rareza dentro del espectro de la poesía peruana?
Era un libro raro para lo que en ese momento eran los cánones, los marcos, las exigencias, las lecturas de poesía. Yo recuerdo, por ejemplo, que mi libro “Un buen día” pasó absolutamente desapercibido, no tuvo ni una reseña. Sin embargo, “Las conversiones”, mi siguiente poemario, sí tuvo más repercusión.

— Así es, se publicaron muchas reseñas sobre él. En esa época había un interés genuino por los nuevos poetas y la nueva poesía. ¿Crees que eso se ha perdido?
Creo que sí. En líneas generales, hay muchísimos nuevos poetas, pero ya no existe ese interés por la renovación, por esos aportes. También se ha perdido la solidez que tenían antaño los críticos literarios.
— ¿Y no crees que cierta culpa la tienen algunos poetas mayores que no ejercieron el oficio de maestro que otros poetas venerables, como Javier Sologuren o Marco Martos, tuvieron con tu generación? ¿Los poetas mayores han tomado distancia de los poetas jóvenes?
Es muy posible. Nosotros, por ejemplo, cuando nos estábamos formando, nos reuníamos con Toño Cisneros, con Hinostroza cuando regresó al Perú o con Javier Sologuren, que siempre tuvo un contacto permanente con los poetas jóvenes y los editaba cuando no tenía ninguna necesidad de hacerlo. Creo que en ese momento había más vínculos, más diálogo, más cercanía entre las distintas generaciones. En este momento no percibo eso o tal vez mi poesía, mi escritura no convoca a tantos jóvenes. No lo sé.
— En tu tercer libro, “Cielo forzado”, tienes un prólogo donde dices que tu mayor temor es no llegar a unos pocos lectores. Han pasado muchos años de ese poemario. ¿Te sigue preocupando que te lean?
Sé que tengo mis lectores, pero ya no me preocupo por ellos. Creo que, cada vez más, uno escribe por fatalidad. Uno escribe para sí mismo en primer lugar.
— Hablemos de tu último libro, “Entre dos fronteras”. Su lectura remite a una lucha entre la conciliación y a desgarramiento, a la constante tirantez entre personalidades antagónicas que se encuentran en sus páginas.
El libro nació cuando estaba escribiendo “Variaciones Victoria”, y aparecieron núcleos, grupos de poemas que hacían referencia a ciertos espacios, a ciertos lugares, a ciertos temas. Poco a poco me di cuenta de que, en realidad, todos estos poemas suponían una cartografía, suponían un viaje con un inicio y un tránsito de una a otra frontera, donde está la desaparición, donde está la invisibilidad. Siento que este libro es diferente a lo que he hecho antes, aunque no sé si los lectores opinen lo mismo. Creo que es un libro de personajes desgarrados y desamparados, pero al mismo tiempo personajes que se esfuerzan en salir de esa situación, que quieren vivir, que quieren la luz.
— Esa es la primera diferencia con tus otros libros. En libros como “Cielo forzado”, “Una mesa en la espesura del bosque” o “Retratos de un caído resplandor” prima lo luctuoso, lo espectral, lo monstruoso. En este libro hay un tono bastante menos tenebroso. ¿Podríamos decir que es tu primer poemario optimista?
No sé si optimista, pero sí es un libro que significa un cambio de poética. Este libro está abriendo una nueva puerta, junto a “Variaciones de Victoria”, a mi parecer.
— Agregaría algo más: nunca lo biográfico ha sido tan claro en un libro tuyo. La vejez te ha vuelto confesional, tú que rechazabas lo confesional de joven.
No diría exactamente confesional, pero sí creo que hay un hilo autobiográfico en algunos de los poemas. Ahí la voz poética es un testigo que contempla las historias, las vicisitudes, los desgarramientos de muchos personajes. Incluso hay un poema que es casi un ajuste de cuentas, que es el último.
— ¿Y por qué un ajuste de cuentas?
Porque hay un verso sobre lo que ha sido mi vida, que ha llegado a un punto tal que, en un momento, la voz poética dice: “Eres lo que no pudiste ser o no llegaste a ser en los 70, en los 80, en los 90”. Entonces yo lo siento como un ajuste de cuentas; aparecen ahí veladamente algunos aspectos, algunas imágenes que recuerdan cosas de mi vida y de lo que escribo.
— Me interesa la parte romana del poemario. ¿Cuál fue la motivación para abordar a un poeta latino como Catulo, tema tratado múltiples veces por muchos poetas? ¿Qué crees que aporta tu mirada a la figura de uno de los más originales poetas de la República romana?
Bueno, esos poemas aparecieron después de una relectura del poeta Catulo. Leí a Catulo y al mismo tiempo vi algunas películas de Fellini, y entonces allí apareció la semilla para construir unos poemas que son una especie de epigramas, todo un ciclo que habla también del fin del Imperio Romano, de la destrucción, de la decadencia.

— Sin embargo, el tono no es catuliano; me recuerda más a los poetas griegos contemporáneos como un Seferis, por ejemplo.
Completamente de acuerdo. Seferis es una lectura constante para mí.
— También debe ser tu libro más cinematográfico, con más referencias directas al cine...
Sí, ahora tengo más tiempo para ver películas. En este libro hay referencias al cine, a las artes visuales, a la música, a lecturas que fueron significativas en algún momento para mí. Por ejemplo, aparece la novela “Hambre” de Knut Hamsun, que leí en la adolescencia. Y, bueno, creo que este es un libro que se abre a la luz, con colores rojizos, naranjas: un incendio de crepúsculo.