Tuvo la fortuna histórica de conocer Berlín 40 días antes de la caída del muro. Del lado Occidental pasó al oriental a través de la estación del metro Bahnhof Friedrichstrasse. Recuerda aquella sensación de agobio, las miradas gélidas de los guardias en los puntos de frontera. Cuando el 9 de noviembre de 1989 empezaron a abrirse las verjas y empezó a caer el muro psicológico antes de que cayera el muro de hormigón, Paloma Sánchez-Garnica se decidió a escribir su novela “La sonata del silencio”, la primera de su ciclo berlinés, donde indagaba qué había sucedido para llegar a ese momento crucial en la historia de la Guerra Fría. En “Últimos días en Berlín”, su siguiente libro, investigó en cómo se llegó a la Segunda Guerra Mundial y el ascenso del nazismo. Y en “Victoria”, su más reciente novela, ganadora del Premio Planeta 2024, la autora madrileña se centra en el verano de 1945, cuando las mujeres berlinesas sufrieron los estragos de la venganza inhumana y bárbara de los ejércitos vencedores, principalmente por la soldadesca soviética. La autora intenta imaginar cómo sobrevivieron con ese miedo y esa soledad. Como la ciudad, Sánchez-Garnica habla de mujeres destruidas y reconstruidas, que tuvieron que aprender a sobrellevar la violencia diaria y seguir con su vida. Ella sabe de lo que habla cuando afirma que en cada rincón de Berlín hay una novela por contar.

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-Victoria es el título de tu libro y el nombre de tu protagonista. En la historia, su hija pequeña es su fortaleza, pero a la vez su debilidad. ¿Cómo se construye un personaje que, a todo el conflicto y complejidad de una guerra, se suma la condición de ser madre?

Es fácil: yo soy madre. ¡Y abuela además! Cuando somos mayores y nos creemos independientes llegan los nietos y vuelves a sentir esa vulnerabilidad. Pienso que una madre puede hacer lo que sea por proteger a su hijo, incluso guardar sus principios y dignidad para vender su cuerpo, si eso le permite acceder a medicinas o abrigo. Que una mujer tenga hijos le hace vulnerable. Es por ello que los espías son hombres o mujeres sin familia, sin conexiones, sin nada que perder. El sino de las madres es contemplar la belleza de ver crecer a sus hijos, pero también temer la posibilidad de que algo le pase y no podamos evitarlo.

Portada del libro "Victoria".
Portada del libro "Victoria".

-En tu novela, el tema de la maternidad se hace más complejo cuando vemos que Victoria es la madre natural, pero Rebeca, su hermana, también dedica su vida al cuidado de la niña. Y se desdibuja quien tiene más derecho sobre ella.

No es que Victoria sea una mala madre. Ella tiene el talento suficiente como para salir a la calle y mantener a su familia, mientras Rebeca la sustituye en el cuidado de su hija, desarrollando todo su amor en esa niña que se convierte en su responsabilidad. Yo he tenido una madre fantástica, soy la pequeña de cuatro hermanos. Pero tuve también una conexión muy especial con una cuidadora que trabajaba en casa. Para mí era una segunda madre. Se convirtió en parte de mi vida. Ella me enseñó la ternura, la delicadeza, la sensibilidad, la empatía. Era una mujer dulce y paciente. Mi madre estaba en otras cosas. Para esta novela me resultó fácil imaginar el papel de ser madre, de ser hija y de quien ejerce la maternidad sin ser una madre biológica.

-Pienso en muchas de tus lectoras contemporáneas, madres que deben multiplicarse en diferentes actividades. Cuánto se deben identificar con Victoria.

Claro, porque ella hace lo que en esa época hacían solo los hombres. Salir a buscar el pan para llevar a la casa. Es verdad que la maternidad sigue siendo un problema cuando hablamos del desarrollo profesional de una mujer, incluso en las sociedades occidentales. Aunque la carga hoy ya se comparte más equitativamente con el esposo, los cuidados siguen siendo, en gran medida, una responsabilidad mayor para la mujer. Vamos evolucionando, pero es complicado. Finalmente, la mujer es quien lleva el embarazo, el parto, la recuperación, el dar de lactar, las noches sin dormir. Y eso te descoloca hormonalmente y emocionalmente. Es algo que los hombres solo pueden ver desde fuera.

Primavera de 1946: Dos mujeres berlinesas pican ladrillos mientras la capital alemana intenta salir de sus ruinas.  (Foto: Getty Images)
Primavera de 1946: Dos mujeres berlinesas pican ladrillos mientras la capital alemana intenta salir de sus ruinas. (Foto: Getty Images)
/ Bettmann

-Una de las cosas que más ha invisibilizado la historia de la posguerra es la historia de las mujeres alemanas.

Tenemos el concepto de que la guerra la sufren los hombres. Porque mueren en el frente. Pero yo me quería fijar en el sufrimiento de las mujeres, que se quedan guardando la semilla del hogar. Cuando los aliados a entraron en Berlín, los rusos ya habían estado acampando a sus anchas casi un mes. Los aliados se dieron cuenta de todo lo que estaba pasando con las mujeres, y no solo no las protegieron, sino que además no las consideraron víctimas. Decían que los alemanes tenían la culpa. Descubrir eso fue para mí como una bofetada. Leí un diario estremecedor de una alemana que fue pareja de un nazi. Ella vivía en una casa con una señora mayor y otra más joven. Y cuenta cómo van llegando los soldados, cómo las violaban, y luego la normalización de esta situación. Tanto que buscan un oficial, para que sea solo él quien las viole. Y no los veinte soldados borrachos que entraban en su casa. Para mí, las mujeres alemanas se merecen también esa atención, porque eran civiles.

-“Lo que el viento se llevó”, la novela de Margaret Mitchell, se cita repetidamente en “Victoria”. ¿Cómo la experiencia nazi en Alemania se refleja en la historia del racismo que marcó el sur estadounidense?

La historia de “Lo que el viento se llevó” es alucinante. Habla de la destrucción de una forma de vida: los estados del sur se sostenían gracias al trabajo de los esclavos. Es una de las novelas fundamentales para entender la psicología del norteamericano del sur. El racismo les viene de esa forma de vida, de esa asimilación que tenían tanto blancos como negros que cada uno tenía que estar en su lugar. De repente, eso se destruye y un nuevo orden tiene que organizarse. Yo creo que las leyes de Nuremberg que legalizan la discriminación contra los judíos, se basaban en las leyes de segregación racial que se originaron tras la guerra de secesión. Ya en 1886 hubo una ley que determinaba la existencia en los trenes de vagones para blancos y vagones para negros. En 1892 el Tribunal Supremo estadounidense dijo que era legal “ser iguales, pero separados”. Todas estas leyes se mantuvieron hasta 1954, cuando otra sentencia del Tribunal Supremo determinó que no se podía discriminar a los niños en las escuelas, que un negro podía ir a cualquier escuela o a cualquier universidad. Allí empezó a quebrarse todo. Sobre todo en 1964, con la aprobación de las leyes de derechos civiles, que termina con esa impunidad.

Berlineses en los días posteriores a la rendición, buscando comida y colillas de cigarrillos en los basurales de las barracas de las fuerzas de ocupación aliadas. (Foto: Getty Images)
Berlineses en los días posteriores a la rendición, buscando comida y colillas de cigarrillos en los basurales de las barracas de las fuerzas de ocupación aliadas. (Foto: Getty Images)
/ Bettmann

-Las imágenes del Berlín del fin de la guerra nos muestran una ciudad devastada. Y, sin embargo la vida sigue. ¿Es posible la reconciliación después de tanto dolor?

Es que si no es imposible vivir. Yo vengo de un país donde hace 90 años hubo una guerra fratricida. Y creo que al interior de España es mucho más complicada la reconciliación tras la guerra civil que entre Alemania y los países aliados tras el fin de la II Guerra Mundial. Reconciliarse es empezar de nuevo. La reconciliación es fundamental entre las naciones y a nivel personal. Vivir con rencor es muy triste.

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