
Cuando trabajó en el Museo del Louvre, tuvo el privilegio de contemplar la Gioconda sobre su mesa de trabajo. Tenía entonces 25 años. Le gustaba la química y la historia del arte. Y tras aprender en los talleres de análisis de pigmentos en museos de Florencia y Barcelona, pasó al laboratorio del mayor museo francés. Más allá de la ilusión, lo curioso es que la obra de Leonardo la decepcionó ligeramente: pequeña, dentro de una caja de gruesos vidrios, amarillenta por siglos de antiguos barnices que nadie hoy se atreve a retirar. Comenta cómo el público llega hasta ella solo para tomarse un selfi, y pasa por alto la imponente Cena de Emaús de Veronese en la pared opuesta. Hablamos del plan para dedicarle una sala entera para descongestionar la sala y ella está de acuerdo. “Me parece estupendo. Las colas frente al Louvre son imposibles. Separar a la Gioconda en un espacio independiente es una manera de permitir que mucha más gente vaya al museo”, afirma.
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Le pregunto si ese desproporcionado interés público, esa fetichización de la obra de Leonardo, puede verse reflejada en los comportamientos del mercado del arte, un tema al que María Sancho-Arroyo, reconocida experta española en el mercado del arte, vinculada a la casa de subastas Sotheby’s en Nueva York, ha dedicado su carrera. Una experiencia que resume en su reciente libro “Inversión o pasión”, de lectura obligada entre quienes buscan una guía para navegar en el mercado del arte. Ella es una de las invitadas más atendibles de la feria Pinta Lima de arte contemporáneo, que hoy termina en la casa Prado de Miraflores.
“Sí y no”, afirma la experta. “Digamos que el fetichismo de la Gioconda es de otro tipo. Lo que ocurre en el mercado son más bien modas. Los precios en el mercado tienen, por un lado, una serie de factores objetivos: quién es el artista, a qué serie pertenece, la técnica, el estado de conservación, el tamaño. Pero también hay un montón de factores subjetivos, entre los cuales están la historia de la obra y, sobre todo, las modas que cambian muchísimo. Ahí es donde un artista puede subir y bajar en su valor. Recuerda, por ejemplo, cómo en los años 90, la pintura impresionista alcanzó un gran pico en el mercado luego de que capitales japoneses compraran las obras más importantes. Y luego los precios cayeron. En aquel momento, las obras más valoradas eran las de los primeros años del impresionismo. Hoy, las que alcanzan los grandes precios en los últimos años son más bien de los últimos años del movimiento.

En tu libro “¿Inversión o pasión?”, buscas desmitificar el mercado del arte y comprender su dinámica. Lo curioso es que muchas veces el precio de una obra responde justamente al mito que se construye alrededor de ella.
Hay que diferenciar. Dentro del mercado del arte hay muchos mercados. El de la pintura antigua se comporta diferente al del arte contemporáneo. En el arte antiguo tenemos los años suficientes para tener perspectiva y nombres que tienen su valor. Pero realmente las grandes cifras, las noticias que leemos en los periódicos sobre una obra vendida en tantos millones, ocurren hoy en el arte contemporáneo. Y allí hay muchos factores que fluctúan mucho. No solo el artista y su calidad, sino quién está detrás de él. Qué galería los representa, que los llevan a ferias, que tienen contactos con grandes coleccionistas. En el ecosistema del mercado del arte, el rol de la galería, sobre todo para el arte contemporáneo, es fundamental.
Tu visita te permite tomar contacto con nuestro medio artístico. ¿Por qué crees que el valor del arte moderno peruano está tan retrasado con respecto a México, Argentina o Colombia? Siempre nos hemos preguntado por qué artistas como Tilsa Tsuchiya, por ejemplo, se encuentran tan relegados en las grandes subastas.
Las mujeres surrealistas han empezado a subir hace muy poco, gracias a la Bienal de Venecia del 2022 curada por Cecilia Alemani, que preparó aquella sección de arte surrealista solo de mujeres como Leonor Carrington, Leonor Fini y todas las demás. Allí empezó a subir mucho. Las casas de subastas también lo han hecho. Una de las diferencias que noto entre el mercado del arte en Perú y en otros países de Latinoamérica es la cantidad de galerías. Si tú comparas cuántas hay en Lima comparada con Bogotá, verás que allá hay muchas más. Y en Brasil o México ni te cuento. El mercado local es muy importante para permitir que esos artistas se vendan fuera. Encuentro que en Perú lo que hace falta es un coleccionismo local más fuerte, con más gente que apoye a sus propios artistas y a sus galerías, para que estas puedan seguir adelante y mostrarlos en mercados más fuertes. Solo así empezarán a subir los precios. Alguien tiene que empezar a sacarlos fuera.
¿Por qué coleccionamos arte? ¿Por placer? ¿Por prestigio?
Desde tiempos de los Medici, el arte siempre ha sido también un elemento de representación de estatus social y económico. Y sigue habiendo mucho de eso. Hay diversos tipos de coleccionistas. En mi libro “¿Inversión o pasión?” planteo en el título justamente esos dos extremos. Y en el medio está el equilibrio, como tantas cosas en la vida.
La reconocida coleccionista Patricia Phelps de Cisneros dice que los coleccionistas jóvenes deberían comprar arte de creadores jóvenes, para que vayan creciendo con él. ¿Es un buen consejo?
Es un consejo. Yo creo que deberías comprar aquello que te habla. Si eres joven, probablemente te habla más el arte de una persona de tu generación. Una de las cosas mejores del coleccionismo no es solo comprar un cuadro y colgarlo, sino hablar con el galerista, entender quién es el artista y enamorarte de su obra y seguir su trayectoria. Sí que me parece un buen consejo, pero no para todos. Hay gente que puede tener otros gustos, otras sensibilidades. Si tú vas a comprar arte, desde unos pocos cientos de dólares hasta millones, compra algo que te guste y con lo que te guste vivir y disfrutar.

¿Cuán importante es una política cultural desde el Estado para ayudar en este esfuerzo?
Mucho. Lo que veo en el mercado del arte en Perú es que se sostiene sobre todo gracias al mecenazgo privado. Desde los museos hasta las galerías. Y realmente es muy importante que el Estado apoye desde colecciones públicas, compras en ventas públicas, ayudas a los artistas para participar en bienales y, por supuesto, comprar para colecciones oficiales. Tener una ley de mecenazgo con exenciones fiscales.
En el Perú, la pintura de vanguardia hasta la generación del 50 ha sufrido una fuerte caída en su demanda. ¿Es un fenómeno general?
Sí. Las modas van y vienen. En los años 90 en Inglaterra, el arte victoriano tenía precios altísimos y ahora no lo quiere nadie. Es la labor de los museos con las exposiciones de resaltar estos artistas. Las casas de subastas también hacen mucho. Sotheby’s y Christie’s, que tienen un alcance global, han hecho muchísimo por el arte latinoamericano. Pero es verdad que hay muy poco arte peruano. Desde 1997 ambas tienen una subasta especializada en arte latinoamericano y son muy exitosas. Y desde 2017, Sotheby’s decidió incorporar esas obras dentro de sus subastas de arte moderno y contemporáneo, al mismo nivel que un Picasso o un Monet. Eso le ha dado muchísima globalización y ha permitido aumentar mucho su valor.
Con la aparición de nuevos coleccionistas chinos, ¿para dónde están yendo los tiros en el mercado del arte?
Cuando entra una nueva geografía de coleccionistas, empiezan a coleccionar lo que reconocen como suyo. En los años 90, cuando los rusos empezaron a coleccionar, al principio compraban solo iconos religiosos. Luego ya empezaron a ver otras cosas. Ahora compran de todo. Los chinos igual: empiezan siendo un mercado muy nacionalista. Cuando China se empezó a abrir, al principio compraban solo arte asiático. Las subastas de Sotheby’s de Hong Kong de los primeros años del 2000 eran sobre todo arte asiático, especialmente piezas de jade. Luego se abrieron a occidente. Hoy en día están focalizados sobre todo en arte contemporáneo de artistas chinos.
Hemos hablado de modas en el mercado del arte. ¿Qué ha pasado de moda? ¿La pintura de Dalí, por ejemplo?
Ahora el surrealismo ha vuelto con fuerza. El año pasado, la obra de arte más cara que se vendió en subasta fue un cuadro de Magritte, por 120 millones de dólares. El año pasado fue el centenario del Manifiesto surrealista de André Breton y hubo muchísimas exposiciones. Y eso ha generado gran interés. Eso hace que las obras de arte suban de precio. Los museos tienen un impacto enorme en el mercado.

¿Cómo ves el impacto del arte digital, los famosos NFT’s (Non-Fungible Tokens), activos digitales únicos que representan la propiedad de una obra de arte digital?
Está creciendo. Esta es una categoría muy nueva. Hay un problema con el arte digital y es que lo digital, hasta hace poco, se podía reproducir. Los “NFTs” son simplemente el certificado digital que acompaña a una obra de arte. Pero cuando estalló toda aquella locura, se entendió los NFTs como la propia obra de arte digital. El problema de la obra digital es que tú, en tu pantalla, puedes multiplicarla las veces que quieras. Sin embargo, para tener un valor económico, el arte necesita ser único. Una obra de arte digital, como se podía reproducir, no tenía valor de mercado. ¿Por qué ibas a pagar cuando podías copiarlo por nada? El NFT lo que hizo fue poner un certificado digital a la imagen. Y eso te convierte en el único que puede vender esa imagen. Puedes copiarla y ponerla en la pantalla de tu iPad o colgarlo en la pared de mi cuarto, pero no puedes sacar ningún beneficio económico. Solo su propietario, el que ha comprado esa imagen y tiene su certificado digital en NFT, puede venderlo. ¿Qué ocurrió? Que durante la pandemia hubo un “boom”, a cualquier cosa se le ponía un certificado digital y se vendía. Y hubo pocas cosas de calidad. Como todo lo que empieza, el arte digital tiene varios problemas: por un lado, no hay muchas galerías que representen artistas digitales. Por otro, está el tema de la conservación. La tecnología evoluciona rápidamente. Sucede con el arte en vídeos de los años sesenta y setenta. ¿Quién tiene hoy un VHS para verlo? Hay artistas muy buenos y hay cosas muy interesantes, pero es una categoría muy nueva y en el mercado aún tienen poco valor. En la pandemia, los millones que se empezó a pagar por un NFT fue pura especulación.
¿Es especulación que un coleccionista pueda comprar un plátano pegado a la pared con cinta y alcance millones?
Te lo explico: es arte conceptual. Maurizio Cattelan, un artista italiano muy polémico, no solo hizo eso. Tiene el famoso váter dorado que expuso en el Guggenheim, y que fue robado en una exposición en Inglaterra. Es un artista que le gusta criticar. De hecho, el plátano con cinta adhesiva que presentó en 2019 en Art Basel Miami, era una obra conceptual que criticaba precisamente los precios locos que se están pagando por obras de arte, cuando realmente hay poco arte detrás de ellas.
La obra, como arte conceptual, es muy interesante. Pero me sorprende que la hayan comprado, y por esa cantidad de dinero.
En su momento, salió a la venta en 120 mil dólares. Y para un coleccionista de altos ingresos, no es mucho. Estaba en Art Basel Miami, en la galería Perrotin, una de las más importantes de arte contemporáneo. Había un respaldo, una validez. La primera se vendió en 120 mil. Una segunda se vendió al mismo precio. Y por la tercera se pidió 150 mil al desatarse la demanda. No es que vendiera tres plátanos diferentes, era solo el certificado de propiedad. La obra ya había generado una historia. Ya se hablaba más del plátano que de cualquier otra obra en esa feria. Quien la comprara sabía que la obra iba a revalorizarse. La obra tiene una serie de instrucciones: debes cambiar el plátano una vez a la semana. Debes colocarla sobre una pared blanca, a 1,60 m del suelo. El fruto debe ir inclinado con una cierta dirección. Así, puedes conservarla dentro de 500 años, mientras tengas un plátano y cinta adhesiva. Allí estás comprando una idea. Es igual que adquirir un certificado NFT. Tú y yo podemos comprar un plátano y ponerlo en la pared y decir que es el original, pero de ahí no puedes sacar ni un céntimo al no ser el propietario. El propietario es quien tiene el certificado. Y en una subasta de Sotheby’s, en noviembre del año pasado, fue Justin Sun, un emprendedor de criptomonedas, el último en adquirir la pieza por un precio de 6.2 millones de dólares incluyendo comisiones. Lo que está comprando es el concepto. Hoy en día ese plátano ya ha pasado a la historia.