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“Desde siempre Vargas Llosa tuvo vena de actor”
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Es la crónica de viaje de un país de maravillas. El recuerdo de Lima como capital del más importante virreinato de cuantos tuvo el Imperio español. Es diciembre de 2010 y con deliciosa ironía, el periodista Joaquín Santaella relata en su libro “A cuerpo de virrey. Un cronista español en Perú a la sombra del nobel” un mes y medio recorriendo nuestro país en una coyuntura compleja: por un lado, Mario Vargas Llosa acaba de regresar al Perú tras recibir el premio de la Academia Sueca, por otro, los peruanos vivimos la coyuntura electoral más compleja hasta entonces. El cronista comparte una comisión periodística memorable para la revista madrileña “Época”, y sigue al escritor, dentro de toda su corte familiar y amical, yendo y viniendo por el Cusco, Arequipa, Paracas y Lima. Una privilegiada experiencia que coronará con una entrevista en el camarín de un teatro limeño, con un Vargas Llosa protagonizando su adaptación de Las mil y una noches.
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Tú describes a Mario en ese momento como un hombre “triste, nostálgico, cansado siempre”. ¿Cómo advertías en ese momento al personaje?
Nunca había tenido la oportunidad de conocer a un laureado con el Nobel. Me esperaba ver un personaje renombrado e icónico, pero me encontré con un señor hecho polvo por el cansancio. Venía destrozado de los fastos, del jet lag, de las entrevistas, de los compromisos. Al punto que, en mi primer encuentro, se puso a llorar por reprimir los bostezos. Estaba muy afectado por el lógico cansancio. Y no podía parar, porque estaba lleno de compromisos. Y no podía ser de otra forma: estaba volcado con su Perú, iba a todo sitio donde era requerido. Eso me hacía admirarlo más. Y si es una delicia leerle, era insuperable oírle hablar. Presencia, ironía refinada, cultura vastísima y una delicia de dicción propia de los peruanos. El de ustedes es un español anclado en el siglo XVII, del siglo de oro o del Román Paladino, que escuchaba incluso en el hombre de la calle. Todo eso hacía de don Mario personaje magnético.
El título de tu libro habla del trato que recibiste en Lima “a cuerpo de virrey”. Pero también sugiere la fractura social y el clasismo que no pasa desapercibido para un visitante. ¿Cómo adviertes el clasismo limeño?
Haría un matiz. No hablaría tanto de clasismo, como de diferencia de clases. No me atrevería a decir que haya un clasismo en el sentido de maltrato o desprecio hacia el otro. Pero sí es evidente la diferencia de clases que hay en América Latina y que no hay en Europa. En el título quise hacer hincapié en la tradición de Lima como la capital del reino más importante en el virreinato. Quizás también tiene que ver con esa cortesía tan limeña, palabra que viene de corte y de cortesano.

¿Cómo definirías una ciudad como Lima?
La Lima que encontré no tenía nada que ver con la de treinta años atrás. Me encontré una ciudad superpoblada, con un tirón económico alucinante, con China de cliente de todos sus productos mineros. Algo impensable treinta años atrás, con una clase media en crecimiento. Yo recuerdo que en mi primer contacto con Lima sendero ponía bombas y dejaba la ciudad a oscuras. Y de pronto me encontré con una ciudad pujante, con un tráfico caótico.
En tu libro, juegas con las historietas de Tintin para referirte a ciertos lugares comunes del europeo para hablar de América Latina. ¿Crees que Europa aún nos mira desde la perspectiva de Hergé?
Puedo decirte que yo me hice periodista por Tintín. No sé si la visión europea de América Latina pasa por él, pero algunas escenas funcionan. Hergé fue un genio. Pero nunca fue un autor de masas. Y, desde luego, su influencia ya acabó. Hoy hablas con personas menores de 40 años y no saben quién es.
¿Como Tintín, Europa todavía ve a América Latina con cierto paternalismo?
Yo usaría una palabra menos amable. En muchos sectores de Europa se ve a América Latina con desprecio, incluso. La cosa está dividida según los países. En España, te encuentras de todo: los que han tenido muy buenas experiencias con los emigrantes y los que las han tenido muy malas.

Tu libro propone dos viajes: por un lado, el viaje periodístico siguiendo a Vargas Llosa. Por otro, el recorrido por un país en una coyuntura electoral especialmente compleja: Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Había que elegir “entre el cáncer o el sida”, dijo entonces Vargas Llosa…
En aquel momento, para mí fue un fenómeno muy interesante. Vi a un sector aterrorizado por el ascenso de Ollanta Humala. Un candidato con un nombre muy representativo, vinculado al incario. Y no pasó nada. Ya sabemos que quien llega al poder político se junta con el poder económico.
Me sorprendió una respuesta que Vargas Llosa te da en su entrevista: que él confiesa que le hubiera gustado ser torero...
Sí, desde niño. A mí también me sorprendió. “Es lo que más se parece a interpretar en escena”, me dijo luego de su función teatral, interpretando al rey Shahriar en Las mil y una noches. Ahí entendí su afición por la escena. Desde siempre Vargas Llosa tuvo vena de actor. No me podía creer que este señor que no había descansado desde Estocolmo, tenía que dar una función teatral. Lo veía con su túnica y pensaba de dónde sacaba las fuerzas.
Y que te confiesa que experimentaba pánico antes de salir a escena.
Una forma de recuperar la adrenalina quizás. Volcarse al teatro era una forma de conocer algo nuevo. Aunque a lo mejor, confesar tener pánico escénico era parte de su refinada ironía.